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Juan Ignacio, Ramiro y Rosa.

El azaroso destino puso a Ramiro en una situación inesperada y no sabía como salir de ella, necesita algo de tiempo para arreglar cuestiones pendientes. El deterioro corporal avanzaba sin piedad, los doctores no dejaban de darle malas noticias y peores aún eran los pronósticos. El enorme espejo del baño era quien tenía cada mañana la incómoda misión de alertarlo sobre la disfunción manifiesta entre otras del tejido epitelial quien sin piedad trazaba día a día nuevos surcos traducidos en bolsas y arrugas, algunas bien marcadas y otras mas profundas aún. Pero no terminaba allí la indigna tarea del inerte vidrio pintado con plata, los ojos inyectados en sangre no hacían otra cosa mas que desnudar los efectos del recurrente mal descanso, producto seguramente de sus cenas desmedidas en grasas e hidratos amén de la desaconsejada ingesta de alcohol. Los huesos, los malditos huesos le duelen en la cara, y hace que tienda a fruncir el ceño, como si el gesto en si mismo pudiera aliviarlo del dolor. Todo estos síntomas y señales determinarán que el deterioro físico se comporte como un fino velo de color sepia grisáceo que se interpondrá entre su mirada y ese sin fin de cosas que le deparará el día, será ese es el color con el que verá pasar las horas. Pero la tenebrosa y ruin resignación de verse casi al pie del abismo lo llevará a rebelarse, el cuerpo a punto de rendirse se medirá y enfrentará con el deseo de vivir, la vida no se rinde, insiste, si no corriesen los doscientos veinte volts de la juventud por las venas pues lo harán los doce de la vejez que serán de alguna manera suficientes para las aspiraciones y metas de este hombre, limitado y abatido si, pero esperanzado y decidido a todo. Tan decidido estaba que reunió todos los dineros que tenía repartidos en bancos, escondites caseros y asistencias económicas que reclamó con tiempo hechas a amigos y familiares. Sin dar explicaciones metió prolijamente en un bolso de cuero de carpincho su pequeña fortuna amasada a fuerza de horas de trabajo y sobrada picardía.
Picardía que para ser justo jamás a sabiendas causó daño a nadie, tenía la capacidad de encontrar debilidades o inconsistencias del sistema financiero por donde entrar pero siempre se cuido de no cometer delito penado por la ley ni infligir daño a personas o instituciones aún pudiéndolo hacer sin dejar rastros. Valoraba la tranquilidad de conciencia, apoyar la cabeza en la almohada sin que su proceder le quite el sueño era uno de sus preceptos. Mucho antes de que los demás encontraran esas oportunidades el ya estaba saliendo de allí, era un adelantado y un solitario, nunca tuvo interés en sacar partido por la acción de alquilar su talento, el arte de encontrar esas grietas por donde colarse le pertenecía, y le provocaba un disfrute extremo, placentero, egoísta, íntimo, solo comparable a la masturbación, iba mas allá del dinero, allí estaba él solito con sus huesos saboreando el extraño placer que ofrece la adrenalina. Había dedicado su vida a hacer dinero, pero ya era hora de parar.
Llamó a Rosa, su persona de confianza absoluta y a la sazón encargada de la limpieza y el orden desde hacía mas de treinta años, era ella quizá la última de sus confidentes, la puso al corriente de su inminente partida por tiempo a determinar pero sin precisiones, le dejaría un sobre con dinero e instrucciones hasta su regreso, en principio le encargó continuara con la rutina de pasear al perro, pagar las cuentas, y no mucho mas, nada de compras ni cocinar, si sonaba el teléfono no debería atender, de ninguna manera estaba autorizada a dar pistas sobre su paradero ni fecha de regreso a pesar de que periódicamente recibiría información certera, y en caso de decidir no regresar sería la primera en saberlo, contaba con ella, con su fidelidad.
Necesitaba poner algunas cosas en orden si acaso pretendiera sentirse liviano de equipaje para esperar el final de sus días. Transitó su prolija vida casi sin abandonar el rumbo trazado, pero hubo un pensamiento que recurrentemente lo desvelaba. En sus años de juventud junto a su ocasional pareja fueron padres de un varón obviamente no esperado ni deseado, no al menos por el. Terminó huyendo de su Córdoba natal y de su responsabilidad, no dejándole mas alternativa a la joven mujer que hacerse cargo en soledad del bebé y asumir su rol de madre soltera. Jamás, pero jamás volvió a saber de ellos, personalmente trató de borrar, de olvidar este episodio nefasto, y suponía que ella atrapada en su personalidad pueblerina y cristiana se había resignado al destino que la paraba frente a la mirada de Dios. Y no se equivocaba, Catalina crió con devoción a ese niño, no buscó mas socorro que el del todopoderoso, olvidándose de él y renunciando a cualquier tipo de asistencia de su parte, Juan Ignacio era todo lo que necesitaba a su lado, era su mundo y su razón de vivir. Toda la existencia de ambos fue amor y equilibrio, hasta que la salud le fue esquiva y enfermó de los pulmones, una violenta tuberculosis acabó con ella y el niño pasó al cuidado de sus abuelos quienes avanzados en edad e inmersos en el dolor por la pérdida de su hija no alcanzaron a dimensionar la necesidad de amor y cobijo de su nieto. Deciden pues internar a Juan Ignacio en el Colegio Salesiano de la capital cordobesa hasta que termine el colegio secundario, después verían. El hecho es que el final de los estudios la vida lo encuentra a la buena de Dios, con los dos ancianos ya fallecidos y sin casa. Sus abuelos habían decidido entregar la propiedad a la congregación a cambio de cubrir la totalidad de la educación primaria y secundaria de su nieto, solo se habían reservado para si el usufructo de la propiedad hasta que ambos fallecieran.


Desconcertado por el presente que lo encuentra carente de todo bien que lo cobije será socorrido por los mismos salesianos que lo educaron hasta que encontrara un trabajo y pudiera establecerse. Mientras tanto y a ochocientos kilómetros de allí el largo brazo de la justicia divina devana con paciencia la lana con la que tejerá un nuevo destino para Juan Ignacio y su padre. Es que a veces hasta para los mismísimos dioses los caminos se tornan monótonos y patean impunemente el tablero cambiándolo todo en su afán de condimentar su fastidiosa eternidad.

Una de las puntas del ovillo de este plan divino comienza a expensas del espejo de Ramiro, para ser honestos el deterioro que veía reflejado de si mismo no era tal sino producto de su deprimido ánimo , si bien tenía arrugas estas no eran ni por lejos lo que le mentía el espejo, lo mismo aplica para lo de lo ojos inyectados en sangre, Tampoco fueron del todo ciertos los resultados de los estudios del laboratorio de análisis clínicos, que manipulados por traviesas fuerzas incontrolables incurrieron maliciosamente en el accionar de los dedos de la secretaria del laboratorio quien al tipiar equivocadamente el teclado modificó sin advertir ella la realidad de los valores, y por si no alcanzara la
manipulación fue decidido también que esta planilla fuese mal ensobrada, recibiendo Ramiro los resultados de un enfermo terminal y no los suyos.
En definitiva Ramiro no estaba enfermo, solo el deterioro propio de la edad, aunque lo de los huesos si, era pura realidad, el sedentarismo y algunos malos hábitos le estaba pasando factura. Pero el estaba ajeno a todo conocimiento sobre estos sucesos y actuaría en consecuencia, lo tenía decidido, antes de morir quería saldar esa cuenta con su conciencia.

Le llevó algún tiempo ubicar el lugar de residencia de su hijo Ignacio, su hijo… que raro sonaba esto se dijo para si. Conocía la ciudad como la palma de su mano, y salvo los evidentes cambios que llegaron de la mano del progreso todo le era familiar, tanto que los recuerdos le llovían como balas de cañón, se sintió aturdido y atormentado al caer en la cuenta que al partir aquella vez a Buenos Aires había puesto en un entre paréntesis toda su infancia, su adolescencia y parte de su primera juventud, fue sin duda su forma de resguardarse, de dejar atrás ese suceso que lo desestabilizó. Tan abrumado se sentía que regresó al hotel en que se hospedaba y no volvió a salir a la calle hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Luego del descanso, de una buena ducha y un desayuno liviano se armó de coraje y puso proa en dirección a reparar de una vez y para siempre su problema de conciencia. Decidió que no pondría sobre aviso a Juan Ignacio de su presencia en la ciudad por miedo a que se este se negara a recibirlo, lo abordaría sin preámbulos, le hablaría de hombre a hombre esperando poder hacerlo civilizadamente. Pero por un instante dudó siquiera si sabría de su existencia, de pronto imaginó la posibilidad cierta de que su madre en un intento por preservarlo de la triste realidad de tener que confrontarlo con la cobardía de quien lo había engendrado y negado jamás le hablara de él, y en ese caso pues quizá haya sido lo mejor. De pronto lo embargó la pavura, se sintió un miserable que merecería morir con vergüenza, sentía las manos manchadas con sangre, y no dejaba de preguntarse cómo pudo vivir tantos años oculto, negado a ese hijo.
Repentinamente se dio cuenta de que la verdadera razón del viaje no era otra cosa que darle alivio a su inmenso egoísmo, que falto de conciencia jamás se había preguntado por las vicisitudes que indudablemente habrían afectado a Juan Ignacio en todos estos años. Lo único que se le ocurrió hacer con ese hijo fue darle un alivio económico a modo de compensación moral incluida, cediéndole la totalidad de los ahorros de su vida. Lo haría justo ahora que los médicos le confirmaron era portador de una rara enfermedad de la que casi no se tenía conocimiento y mucho menos tratamiento para su cura.
De no haber sido por esta noticia el no estaría allí ahora, y saber que era cierto lo hizo sentir aún mas miserable, tomar conciencia del caos moral en el que estaba inmerso lo enfureció.

La otra punta del ovillo en cuestión termina en Rosa, ella vivía en concubinato hacía muchos años con un buen hombre al que respetaba y quería, producto de esa unión llegaron dos hijos, varón y mujer respectivamente. Nunca llegó a amar a su compañero porque ese sentimiento lo guardo profundo en su corazón y en secreto para Ramiro, nunca se lo dijo por miedo a ser rechazada, había un abismo social entre ellos y dentro de su limitado entendimiento comprendió la imposibilidad de una relación, pero eso no impidió que desde la penumbra hiciera cosas que a la larga o a la corta solo terminarían provocando el bien en el , sería esta su manera de poner ese amor en acción.
En cierta ocasión Ramiro necesito sincerar su conciencia y darle alivio, fue entonces que puso a Rosa al corriente de la existencia del niño, le contó los pocos detalles que aún conservaba en su memoria hasta el momento de su partida a Buenos Aires y pudo así por fin respirar mas aliviado. Solo en contadas ocasiones en que la existencia de ese hijo a Ramiro le resultaba irreprimible es que salía a la luz nueva información que a Rosa le resultaría fundamental para poder contactar a ese muchachito, no era mucho lo que tenía pero la decisión estaba tomada, era cuestión de voluntad y eso le sobraba.


Resumiendo, el caso es que mucho tiempo antes que sucediera el encuentro Juan Ignacio supo de la existencia de su padre por boca de ella, y tal como Ramiro sospechaba su madre no lo había incluido en el verdadero relato de su historia con el objetivo vano de preservarlo, como si esto fuera posible, de una u otra manera todo terminaría saliendo a la luz.
Secretamente y desde el fallecimiento de los abuelos Rosa viajaba una, dos y hasta tres veces al año a visitarlo en el internado, le llevaba ropa nueva, también usada en buenas condiciones, algunos dulces y unos dineritos que separaba día a día de la plata que Ramiro le dejaba para las compras habituales de la casa, a fuerza de hacerse costumbre el muchacho esperaba con ansias esos pesitos para darse algunos gustos. Rosa fue para Juan Ignacio su conexión con el afuera, la que le traía noticias del mundo y de su padre, si algún sentimiento pudo construir hacia el fue solo gracias a Rosa.

Paralelamente a la partida de Ramiro hizo Rosa lo mismo por su cuenta, tan así fue que llegaron ambos con una diferencia de dos horas a la capital cordobesa. Es que desde un principio ella supo de sus intenciones, lo conocía como la palma de su mano, pero de todas formas para asegurarse y mientras el dormía su religiosa siesta revisó el cajón de su escritorio, comprobó la existencia del pasaje, copió fecha y hora de salida y, de ahí en mas no hubo otra cosa mas que proceder.
Se instaló en la pensión que el colegio tenía para los familiares del alumnado que venían de visita, y donde era mas que bienvenida por las monjitas, que conocedoras de la situación no dejaban de solidarizarse con la bondad de esta mujer y se esforzaban sobremanera para lograr que su estancia en la pensión fuera un momento de sosiego para su vida, de corazón la creían merecedora de ello.
Con determinación Juan Ignacio y Rosa iban en dirección al hotel Luxor donde se hospedaba Ramiro, las primeras luces de la mañana encendían el paisaje citadino de veredas, calles y arboleda. Paralelamente y a medida que pasaban los minutos el alumbrado publico con sus sensores lumínicos iba cediendo el paso a la luz solar, el trinar de tordos y gorriones, el insoportable canto de las cotorras, y el gorjeo de las palomas entonaban juntos la repetida sinfonía matinal que despertaban día a día a los inquilinos de esta ciudad tan llena de historia y bendecida por la naturaleza y el clima. Querían llegar antes que Ramiro terminara su desayuno y arrancara en busca del delicado encuentro, le ganarían de mano buscando quitarle la armadura con la que seguramente abordaría a su hijo, no por nada, Ramiro solo intentaría no salir muy lastimado del encuentro, eso era todo. Una vez en las puertas del hotel Rosa le entrega una foto de su padre para que le sea posible identificarlo entre la pequeña multitud del salón comedor, ella se quedaría esperando unos pocos minutos afuera y luego se sentaría a la mesa para abrazar con un manto de confianza a ambos, era necesario.
Ignacio, este jovencito de diecinueve años se para frente al hombre que lo engendró, antes de emitir sonido alguno se sintió misteriosamente imbuido en el sonido de las dulces palabras con que Rosa iluminó a lo largo de los años ese preciso instante desde el amor, respeto y comprensión humana, ella construyó en su corazón la imagen de un padre a medio hacer, el medio restante estaba en manos de ellos.
-Hola papá, soy tu hijo, Ignacio, me puedo sentar?

Debió transcurrir casi una hora para que ella pudiera acercarse al apasionado encuentro y no romper la magia que los envolvía. Los milagros existen se dijo Rosa.


El trayecto de tiempo y espacio recorrido entre aquella imagen reflejada por el espejo y la decisión tomada desde lo profundo del amor por Rosa, es que las dos puntas del ovillo han terminado de tejer esta historia, no sin la sagrada intervención de las manos traviesas de esos dioses, que aburridos de su eternidad es pues que estas dos vidas terminan siendo iluminadas y salvadas. Cada quien seguirá su camino que ya no será el mismo, el destino y los dioses no son la misma cosa no, claro que no…










Texto agregado el 17-10-2019, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


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