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A la vuelta de donde vivo hay una casa mortuoria. Suelo pasar seguido por allí. Mi curiosidad me hace mirar siempre a la gente que a veces se encuentra reunida en la puerta. Si hay muchas personas, si hay pocas, si son jóvenes o no, como están vestidos, si alguno sonríe mientras habla o alguien tiene los ojos enrojecidos de llorar. En función de estos datos trato de imaginar como habrá sido el fallecido. Este “juego” un tanto morboso tal vez, dura tan sólo el momento de transitar por ahí, luego me olvido.
Hace un tiempo sin embargo, algo ocurrió que por alguna razón quedó grabado en mi memoria. Ese suceso, que para otro seguramente hubiera pasado inadvertido, en mí se fue convirtiendo en una obsesión, a tal punto que me involucró en una serie de conductas que nunca imaginé fuera a realizar.
Pasando por la puerta del velatorio vi salir un coche fúnebre con un cajón adentro, lo que más me llamó la atención fue que nadie había en la puerta y nadie acompañaba al solitario cortejo.
Me quedé parado observando y lo vi alejarse sin que nadie lo siguiera, ningún acompañante, nadie. Miré para ver si algún auto retrasado arrancaba, pero no. Corrí hasta la esquina donde dobló el coche fúnebre y lo vi alejarse con el rumbo lógico que lo llevaría al cementerio de La Chacarita.
Me quedó en la memoria el nombre del difunto, que estaba grabado en el cartel que acompañaba los restos: Martín Gutiérrez. Para verificarlo me introduje en los pasillos del velatorio y ahí otro cartel rezaba “Martín Gutiérrez - Sala A – Hora de partida 9,45- Destino Cementerio del Oeste”. Esto no hacía más que confirmar lo que había visto. No sé por qué pedí a un empleado del lugar una tarjeta indicatoria de dónde sería enterrado. El empleado amablemente me la dio y la guardé en un bolsillo.
Esa tarde, tirado en la cama, me puse a pensar sobre quien habrá sido esa persona que murió tan sola, imaginé una sepultura de tierra, sin ningún jardín, sin ninguna flor, con una cruz de madera rústica con su nombre pintado, que poco a poco se iría derruyendo hasta desaparecer y la tierra hundiéndose por la lluvia hasta confundirse con las tumbas aledañas. Y ya nadie podría encontrarla, Martín Gutierrez desaparecería para siempre, sin dejar rastro alguno de su paso por esta vida.
Me convencí de que Martín Gutiérrez no podía quedar así, en el olvido. Comencé a ir cada quince o veinte días a visitar su tumba, dejando un ramillete de flores silvestres. Cada tanto acomodaba la cruz clavándola profundamente en la tierra.
Sin embargo, Martín Gutiérrez seguía siendo alguien sin historia, apenas un cuerpo yacente y no me pareció justo. Debía haber por lo menos un amor en su vida, algo que dijera que alguna vez vivió.
Ese amor surgió entonces en mi imaginación y decidí ofrecérselo a él.






II

Martín llegó puntual como siempre a su trabajo, allí realizaba desde hacía bastantes años tareas en la oficina de personal. Ese día debía comenzar a trabajar una nueva empleada como administrativa de ventas.
Cuando por fin se instaló en su escritorio, la nueva estaba ya esperando para que le tomaran los datos y abrieran su legajo. Era una chica de veintiseis años, menudita, de pelo rubio ensortijado y ojos verdes redondos. En ese momento le pasó inadvertida a Martín esa mujer joven que sería su nueva compañera.
Pasaron los días y salvo algún que otro encuentro casual con Cristina, que así se llamaba la nueva, otra cosa no sucedió entre ellos.
Sin embargo, con el correr del tiempo, el comenzó a tomar dimensión de esos ojos verdes redondos, incluso llegó a sentirlos aunque estuviera de espaldas. Cuando eso pasaba Martín se daba vuelta y se encontraba siempre con esa mirada sugestiva que parecía querer decirle algo.
En una oportunidad Martín se encontró con Cristina en la fotocopiadora y éste le dijo- esos ojos se parecen a la de una actriz…. ¿cómo se llamaba?…
- Luisa Vehil – Contestó Cristina sonriéndose .
Martín la invitó a salir a comer algo al mediodía, pero ella se excusó diciéndole que había traído comida de su casa e incluso lo invitó a compartirla.
- No prefiero salir.
- Bueno será en otra oportunidad.
Al día siguiente Cristina le avisó que en el shopping cercano se exponían algunos cuadros que ella quería ver y le pidió que la acompañara para luego ir a comer algo en el patio de comidas. Martín sintió que le estallaba el corazón con esa simple propuesta.
En el almuerzo, ambos no pararon de hablar incluso tomándose más tiempo del que les correspondía para ese menester. Así se fue enterando Martín de cosas de la vida de esa mujercita mucho más joven que él que ya tenía cuarenta y tres años.
Desde ese día se les hizo costumbre salir a comer juntos o simplemente a tomar un café.
Ambos se sentían distintos al resto de los compañeros, compartían inquietudes que nada tenían que ver con la vida rutinaria y llena de lugares comunes del ambiente de oficina.
Poco a poco Martín se fue enamorando de esa mujer joven de ojos verdes redondos y sentía que a ella le pasaba algo parecido. Sin embargo, le resultaba muy difícil tratar de hablar de lo que le estaba ocurriendo, cuando pretendía insinuar algo, ella con extraña habilidad derivaba la conversación para otro lado y lo dejaba siempre con un sentimiento de frustración.
Esta situación que se prolongaba en el tiempo lo ponía de muy mal humor y hacía que se mostrara enojado con ella y con algún pretexto se iba solo, al mediodía, a tomar café.
Fue en una de esas oportunidades cuando a su regreso a la oficina, ella se encontraba sentada en el conmutador charlando con otras compañeras y al entrar Martín muy serio le preguntó en qué estaba pensando- en vos- respondió él, - a mí me pasa lo mismo- contestó ella y le dio la espalda.
Martín no atinó a contestarle porque no quería ponerse en evidencia ante los demás. Se consoló pensando que el momento llegaría cuando se encontraran solos. Pero eso no ocurrió, esa puerta que se había abierto se cerró en el mismo momento y nunca le permitió Cristina entrar por ella.
Martín no logró jamás descifrar el jeroglífico que representaba Cristina para él. Lo único cierto era que se había ido enamorando de esa mujer pequeña de ojos verdes redondos. Ocupaba parte de su rutina en la oficina pensando que era lo que impedía que ella se abriera y mínimamente escuchara lo que él desesperaba por decirle. Se le ocurría que tal vez la diferencia de edad, o que porque él era casado o simplemente que no estaba preparada para recibir el amor de alguien. Sí sabía que ella privilegiaba su trabajo sobre toda otra cosa y que estaba muy decidida a llegar a lograr una buena posición económica , era hija única y tenía muy claro que algún día iba a tener que hacerse cargo de sus padres ya mayores. Según se enteró después, unicamente logró cumplir una de las premisas, una buena posición, pero sus padres murieron siendo ella aún muy joven. Ella quedó sola unos años antes que Martín quedara también en igual situación al fallecer su esposa.
Hubo un único momento que en el entrecruzar de esas vidas algo se rompió para que un poco de ese amor se derramara. Había pasado el tiempo y Martín eludía esos encuentros del mediodía que en definitiva unicamente lo hacían sufrir. Ella se mostraba también distanciada percibiendo quizás el malestar de su compañero. Sin embargo, un día en que Martín estaba sentado con su café en el bar donde se solían reunir, apareció ella y se pusieron a charlar como de costumbre, hablaron de los chismes de oficina, de cómo la gente necesitaba muchas veces llenar los espacios de tiempo con palabras que no decían nada y de cómo un dibujo de Quino simplemente con una expresión podía significar toda una situación. -como nosotros que con la mirada nos decimos muchas cosas ¿no?- dijo Martín. Cristina sin mediar palabra asintió con la cabeza.
- Entonces ¿por qué no charlamos de lo que nos pasa?
- No, ahora no, lo que sucede es que los dos somos muy serios para vivir una aventura. -Sólo te pido que lo charlemos.
- No, ahora no, en otro momento.
Y otra vez Cristina se alejó del tema como era su costumbre y Martín tubo que resignarse. Hubo otros intentos de él de retomar en distintas oportunidades esa conversación, pero nunca lo logró.
Sucedió un día que Cristina se fue de su trabajo por una mejor oferta, siempre fiel a su determinación de llegar a un mejor pasar económico.
Luego de ese acontecimiento se encontraron un par de veces a tomar café , siempre a instancias de Martín, pero la magia se había roto. Martín dejó de llamar y no se vieron más hasta aquel día después de muchos años, a la salida de un cine, en que por casualidad volvieron a encontrarse.
Martín durante todo ese tiempo fue trocando sus sentimientos en rencor hacia la mujercita que no tuvo el valor de consumar ese amor incipiente.

III

- ¡Martín! ¡Martín!
Éste giró la cabeza y se encontró con la figura de Cristina, que todavía conservaba ese halo de juventud y esa mirada inquisidora de otros tiempos. Él se sentía por el contrario avejentado pero mantenía sin embargo la prestancia de siempre.
- Hola Cristina ¿cómo te va tanto tiempo? Respondió él, no sin cierta ironía.
- ¿Cómo estás Martín?, siempre me acuerdo de vos.
- ¿De mí? De mí no, en todo caso te acordarás de ese otro que una vez fui. Ya no somos las mismas personas, vos creciste, yo envejecí, así que sólo nos podemos acordar de lo que alguna vez fuimos. Y a vos...¿cómo te fue? ¿cumpliste con tus metas?
- Sí, en estos momentos estoy como gerenta de productos de un laboratorio. ¿Vamos a tomar un café?
- No, ahora no, tal vez en otra oportunidad que nos encontremos, ahora prefiero ir para mi casa. Me alegró verte, que sigas bien. Martín dio media vuelta sin esperar el beso que Cristina amagó a darle y se perdió entre la gente.
En ese punto decidí concluir la historia que imaginé para el difunto, corta tal vez, cursi seguramente, pero bueno a esta altura de mi vida ya no me da la cabeza par imaginar novelas de amor más elaboradas.

IV
Decidí ir el domingo siguiente a visitar la tumba y entregarle a Martín su pequeña historia de amor, pensaba llevar también un pequeño tarrito de pintura blanca y un pincel para repintar el nombre en la cruz, que se hallaba medio borroneado.
Me costó esta vez encontrar el lugar, porque donde yo pensaba que estaba, se encontraba una mujer acomodando un ramo de flores.
Me acerque para verificar y no, no estaba equivocado, era la tumba de Martín y una mujer aún joven, de pelo rubio ensortijado se incorporaba luego de colocar su ofrenda, cundo estuve frente a ella, ésta levantó su mirada y vi que tenía unos ojos verdes redondos, me miró, me sonrió con dulzura y se alejó por uno de los senderos.
Pinté en la cruz mi nombre MARTÍN GUTIÉRREZ y pensé, ahora ya puedo descansar en paz.




FIN

Texto agregado el 13-08-2019, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-08-2019 Me gustó mucho tu historia y todo ese tema de palabras no dichas, de amores no resueltos y de misterios que surgen a la vuelta de la esquina. Un abrazo. Gui
 
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