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Mientras miro por la ventana descubro cómo se tejen historias que poco tienen que ver con la nuestra, pero que de alguna forma me recuerdan a nosotros.
Una chica de unos treinta años, tiene una camisa celeste metida adentro del pantalón y un gesto con su boca revela la tristeza que no se anima a soltar por miedo a caerse de rodillas ahí nomás en medio de la plaza y no poder levantarse. No tiene miedo de la vergüenza que puede llegar a pasar sino de que nadie la levante.
En este tiempo de amores fugaces, de miradas perdidas, de manos que se sueltan, de ojos que ven obligos propios y acciones que nunca son desinteresadas, encontrar a alguien con tu mirada, es como un tesoro. Nos veo en la esquina de este café, de tantos otros, en tantas ciudades distintas, sonriendo mucho, de maneras que ni siquiera sabíamos que existían, escuchándonos y ayudándonos a ser mejores .¿Cuántas personas se detienen realmente a escuchar lo que le pasa al otro?¿Cuántas personas quieren cambiar para bien las pequeñas realidades del otro? ¿Cuántas personas quieren vernos de un modo mejor del que nos encontraron?
La chica de la camisa celeste sigue en la plaza, sentada en un banco que da frente a los juegos de niños y niñas. Piensa cuándo va a tener hijos, si quiere tenerlos, si en algún momento aparecerá un hombre ¿o una mujer quizás? Que quiera plantar un montón de plantitas en un patio y tomar mates en las mañanas y cocinar pan los fines de semana.
Vuelvo la mirada adentro del café. Frente a mi mesa hay dos hombres sentados. Uno me tapa el cuerpo del otro y, al que le veo la cara, lo noto dormido: los ojos pegados a las mejillas, ningún movimiento en su cara que de señales de vida. No dejo de mirarlo, tomo el valor de pararme para ir a preguntar si necesitan algo, pero en realidad quiero saber si no está muerto . No puede estar tan quieto y dormir con tanta facilidad en un lugar repleto de personas. Cuando me levanto, sube el celular. Qué desilusión, pensé que estaba muerto. Lo hubiese preferido a esos largos minutos de dejar al amigo sin charla y sin conexión real. No me acostumbro a que las personas vayan a compartir un café y se pierdan en los celulares. Quienes lo hacen ¿sabrán la cantidad de historias, sueños y proyectos que se pierden? ¿sabrán que se pierden de sentirse útiles por escuchar a los demás?¿por mirar a los ojos sin pensar en nada más? Bueno, por suerte vos no sos de esos. Y yo tampoco.
Por fin la chica de la camisa celeste se larga a llorar. Qué alivio. Tengo ganas de ir a abrazarla, pero siento que ahora va a estar mejor. Se desmoronó y nadie la tuvo que levantar porque está sentada, pudo sostenerse sola. Piensa en todo el tiempo que le queda para encontrar esas respuestas, o quizá para intentar cambiar todas las preguntas. Piensa que tiene la mirada atenta a los demás y que con eso puede sentirse a salvo.

Texto agregado el 13-07-2019, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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