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8:50 de la mañana. Llegué al lugar acordado con diez minutos de anticipación, costumbre aprendida de mi padre, buena o mala no lo sé. Leí el menú del día:
- Fruta de la estación.
- Huevos: a la mexicana, rancheros, o estrellados,
- Café americano o de olla.
El lugar intenso, con servicio atento, amable y servicial. El aroma exquisito del café incita beber no sólo una taza. En la barra un par de personas adultas acostumbradas aún a leen el periódico. Quién todavía lo compra, sino sólo ellos. Costumbre perdida hace años por los adolescentes. El lugar de estilo campestre y sencillo. Afuera una intensa y pertinaz lluvia matutina hace su aparición.
Al fin llega mi amigo “el silencioso” todo mojado pero sin preocupación alguna a pesar del agobio de la lluvia. “El aguacero fortalece el alma”, fueron sus primeras palabras. Segundos después le alcancé una toalla.
-Mil gracias-, dijo secándose la cara y volteado a ver a quien observaba su llegada.
Nunca supe quien le puso ese apodo en el colegio, quizá porque hablaba poco y se apartaba de todos, pero eso sí, de todo estaba al pendiente.
Le pregunté sobre sus andanzas, dijo “vengo fortalecido espiritualmente de Palenque, [Chiapas, México] es la capital de la cultura maya y del México prehispánico, tenemos mucho que aprender de nuestros ancestros y de la zona inhóspita en donde viven criaturas, no a la vista de nuestros ojos. Tengo algunos artículos que publicaré. Mientras que ellos [los feligreses] festejan en agosto, yo me interno en esa selva llena de misticismo, de sonidos extraños que transmiten más que un simple retumbo”.
Al terminar de charlar de cultura, economía, de la 4T y de componer el mundo, nos despedimos.
--Me voy con una deuda— me dijo antes de retirarse.
--No te preocupes tú invitas las próxima vez--
Mi amigo el “silencioso” nunca cambiará, sé que lo dejaré nuevamente de ver por años, como el tiempo transcurrido antes de este encuentro. Es la reafirmación a todo lo que me confesó alguna vez que haría cuando fuera grande.
Lo veo convencido y atrapado del misterio de la zona arqueológica de Palenque, lo último que dijo al despedirnos fue “Dios está en la selva”, y se perdió entre la multitud de la céntrica calle peatonal 5 de mayo de la Ciudad de México.

Texto agregado el 03-07-2019, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-07-2019 Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
 
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