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La bestia negra pasó por aquí.


La ciudad despertó con mucha nubosidad, el cielo plomizo, el aire enrarecido y un extraño ambiente lúgubre. La mañana se presentó con un súbito vaivén que alerto a los ciudadanos del pueblo, que nerviosos comenzaron a formular sugestivas conjeturas de que el día no estaba como para permanecer tranquilos, y que tal vez alguna cosa no muy buena podría suceder.
Era domingo y la mayoría de las familias estaban reunidas compartiendo en torno a una mesa o bien en los patios preparando algún asado.
Pese a lo nublado del día, no había signo de lluvia. Ni tampoco viento. Es más, pese a ser mayo había un bochorno que se colaba por las calles. Nadie en el pueblo, ni en sus más terroríficas pesadillas, imaginó lo que ese domingo 22 de mayo iba a suceder. Muchos se dispusieron a dormir la siesta, y otros se dedicaron a conversar acompañados de la radio del pueblo que cada domingo emitía partidos de futbol.
El movimiento se presentó pasadas las 3, exactamente a las 3 y 11 minutos, precedido de un extraño ruido subterráneo que iba en aumento. Comenzó siendo muy poco perceptible, excepto por los perros que de pronto comenzaron a inquietarse emitiendo aullidos y ladridos que hicieron que las gentes pusieran atención haciéndose preguntas por el motivo de semejante bullicio canino.
De pronto el ruido de la tierra fue reemplazado espantosamente por lo que sería una interminable danza frenética que fue remeciendo duramente cada una de las construcciones de la emergente ciudad. El derrumbe comenzó a ensañarse primero con las construcciones altas, el molino que parecía ser tan firme no resistió el azote y con estrepito cayó al suelo dejando un reguero desastroso. No falto un pueblerino que pasaba por ahí, al cual una viga descomunal aplasto matándolo al instante. El hospital con todos sus enfermos y personal sufrieron la agonía de estar encerrados en ese edificio mayormente de cemento y de cañerías interiores tuvo que ser evacuado. Por los pasillos las camillas rodaban sin sentido chocando aquí y allá aumentando más aun la sensación de desastre. Las enfermeras aferradas a los médicos, los pacientes abrazados entre ellos. Todos gritando y rezando, implorando al cielo que ese infierno terminase. En la sección pediátrica algunos bebes y niños cayeron de sus camas al duro y frio piso. El llanterío era general. En el subterráneo la cosa era peor, pues la extensión de cañerías interiores por las que pasaba el agua caliente, y provenía de la gran caldera explotaron lanzando un regadío de agua dejando inundado todo alrededor.
El colegio principal el cual afortunadamente no estaba habitado por los alumnos, no escapo al zarandeo mortal. Estantes, mesas, sillas, escritorios todo como en una sincronizada danza de terror, terminaron en el suelo desparramados y aplastados con la caída de los techos. Por todo el pueblo iba quedando la hecatombe casi nada quedo en pie, solo algunas construcciones y casas permanecieron en sus lugares con daños menores pero con evidentes desajustes, a pesar de eso, el panorama del pueblo era desolador. Por todos lados el griterío era interminable, muchos creyeron que había llegado el tan temido fin del mundo, o un castigo divino o por ultimo una demoniaca broma que la tierra le jugaba. Se negaban a creer que suceso tan terrible fuera real. Pero era real, fue muy real, tan real que a la vista estaban las evidencias mortales; gentes tiradas en las calles, animales desaparecidas, gallinas pulverizadas por escombros. El alumbrado eléctrico con sus postes todos en el suelo posados sobre las grietas del cemento. Por sectores, el suelo abierto en donde iban a caer algunos vehículos era a primera vista un destrozo planificado ideado con saña por alguna fuerza superior y desconocida. La impresión que daba toda aquella apocalíptica visión era la de un campo de batallas, como si una guerra hubiera dejado tales destrozos.
Fueron 10 minutos de agonía terrorífica, a ratos insoportable. Se comentaba que algunas personas murieron de infartos, no toleraron la emoción súbita del siniestro. Fueron 10 minutos en los que el pueblo entero clamo por su vida, minutos en que rogaban a Dios que todo aquello termine.
Nunca se vivió tanto temor en la ciudad. Quedaron marcados para siempre los recuerdos de ese domingo 22 de mayo de 1960 en el que nadie pudo permanecer en pie. El recuerdo de que la ciudad había pasado por el infierno durante 10 minutos. El gran terremoto que remeció el sur del país, pasó por Purranque y dejo por mucho tiempo el temor de que regresara esa bestia negra, como algunos después denominaron al cataclismo.
Fin.
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Texto agregado el 03-07-2019, y leído por 50 visitantes. (1 voto)


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