YO NO QUIERO MORIRME NUNCA, PORQUE QUIERO JUGAR SIEMPRE

“Yo no quiero morirme nunca,
porque quiero jugar siempre”

Esta frase se la dijo un niño de la calle a Eduardo Galeano.



El frío se atrincheraba en el cuerpo, entré corriendo al bar.
Solo había una mesa vacía junto a la ventana, pedí un café con crema y me puse a leer el libro que recién había comprado mientras lo esperaba.
No sé cuánto tiempo llevaba allí, cuando me di cuenta de su presencia.
Parado delante de mí, con su ñata contra el vidrio mirándome.
Nos quedamos así observándonos uno al otro un largo rato.
Debía de tener unos 8 años, era delgado, cabello crespo y ojos marrones, la piel curtida por las inclemencias del tiempo, parecía mayor.
Llevaba puesto un jean gastado, un suéter remendado y una campera dos o tres talles más grandes.
Me sentí incómoda, culpable, impotente, hipócrita.
Me imaginé en un rato entrando a mi casa, durmiendo bajo mi acolchado de plumas y ese niño quién sabe dónde pasaría esa cruda noche.
Llamé al mozo y le pedí un especial de jamón y queso y que lo envolviera para llevar.
Pagué la cuenta y salí. El seguía allí, esperando bajo la lluvia incipiente y gélida, me acerqué y le entregué el paquete.
Lo abrió, me dijo gracias y lo guardo en un bolso. Le pregunté si no iba a comerlo y me dijo que lo compartiría con su hermanita que estaba enferma.
Habían sido desalojados de una pieza donde vivían en una pensión y ahora estaban durmiendo en la calle.
Le di unas monedas y se fue corriendo.
Una mano tibia me limpio las lágrimas que caían por mi rostro, abracé fuertemente a Martín y nos fuimos.

Paula
oct.’02