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Inicio / Cuenteros Locales / kentucky / Devuelvanme Mi Puto Invierno!

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El invierno no quiso llegar este año; el verano, con sus malditos días soleados, se instaló desde el fin de la primavera y no se fue más. Ahora, ya casi a fines de junio y con temperaturas diarias sobre los 30 grados, podemos decir que este año el invierno definitivamente se olvidó de venir.
-Nos robaron el invierno – decía Mabel, en bikini sobre una hamaca, mientras se echaba bronceador- no es que me importe demasiado, en todo caso. Ni te cuento lo que me ahorré en ropa este año…
Yo la miré y mantuve en silencio. Ella sabía que estaba en desacuerdo con lo que decía. Porque yo quería llorar, y con los días así, inmerso en la piscina del jardín, la pena se tendía a olvidar.
-¿Cómo cresta hace uno para vivir su tristeza con un día como éste? – me dije, pensando en voz alta.
-¿Y para qué quieres vivir las penas? – sabía que Mabel no podía quedarse callada- ¿Qué de bueno sacas con estar triste? Cuando yo estoy aproblemada por algo, intento olvidarlo por el medio que sea. ..Por eso este veranito de San Juan me tiene feliz!
-¿Veranito de San Juan? Esto no es un puto verano de San Juan! Este es un golpe de estado del sol, un estado de sitio en contra de los días grises...
-Pues yo estoy feliz con esta dictadura de la luz ¡Viva el sol, la playa, el mar y todas esas mierdas que vienen con el verano!
-Veo que no te importan los estragos en la agricultura y en la economía que ha causado tu dichoso verano. ¿has pensado en todos los sectores económicos que requieren del invierno para subsistir? Muchas empresas van a comenzar a quebrar con esto!
-Pues a mí lo único que me importa es que con este sol me puedo broncear, y así doradita me veo más linda.
Mientras la miro, pienso que me carga Mabel. Siempre habla estupideces, no sé porqué me junto con ella. Cada día está más tonta, aunque este año en particular la encuentro más imbécil que de costumbre. Se ha convertido en una legítima cabeza hueca.
-Tú deberías probar también, el echarse al sol. Estás como amargado. Una risita no le haría mal a tu cara.-y diciendo esto, me dirigió una sonrisa en que me mostró todos sus dientes.
No sé qué le dio a ella ahora que anda siempre feliz. Como que nada más le interesara, aparte de tomar sol. Lo que a mi me pasó con Daniela le importa un bledo. Es como si ya hubiese olvidado todo lo que yo había llorado ayer mismo, en sus hombros.
Me fui a dar una vuelta por la calle, para estar un rato en silencio. Extrañaba las caminatas pensativas bajo días grises, pisando las hojas caídas sobre las veredas, o capeando las pozas de aguas en los días post lluvia. Ahora solo había ruido; ruido de niños jugando, adolescentes escuchando música en las calles, personas alborotadas en restoranes y tiendas. Y colorido, todo tan colorido ¡todo teñido de luz! Como extraño esos días sin sol ni lluvia, que invitaban al recogimiento, que permitían aflorar la melancolía.
Necesitaba escapar de ese ambiente tan optimista. Quería vivir mi duelo del amor perdido en paz. Y ya que el clima no me permitía encontrar ese ansiado estado de desolación, decidí buscar un entorno frío y hostil que me permitiera arrojarme de cabeza a mi dramatismo sentimental; así que fui a casa de mis padres.
Mi papá nunca fue bueno en expresar sus sentimientos; nunca nos llevamos bien y eso se hizo notar durante todos nuestros años de convivencia. Incluso hasta el día de hoy, mi padre se constipa cuando me ve llegar y se mantiene a la defensiva hasta que yo me voy de su casa.
Mi madre, en cambio, siempre fue buena para reprimir y reprimirse. Siempre callada, no emite opinión hasta no estar segura de que mi padre piensa lo mismo que ella va a decir. Y como él y yo no nos llevábamos bien, ella optó por mantener cierta distancia a mi, sólo para no contrariarlo.
Mi idea era ir a instalarme a su casa un rato para que , entre el silencio y la incomodidad, mi tristeza pudiese sentirse a gusto. Pero lo que vi al llegar, simplemente no lo pude creer.
Mamá estaba cantando; cantaba lavando la loza, cosa que detesta hacer, mientras a su lado, papá la ayudaba ¡la ayudaba! Él, que nunca fue capaz de mover un dedo, él, que consideraba indigno de un hombre hacer tareas domesticas.
Cuando me vieron, ambos sonrieron. Papá me dio un abrazo
-Hijo querido, que feliz sorpresa!
Yo lo miré con recelo. Aquél no podría ser mi padre.
-¿Qué ocurre, mijito?-preguntó mi madre, limpiando algunas migajas de mi chaleco- ¿porqué esa cara de tristeza?
Ahí yo exploté
-Sabes muy bien porqué, mama! Porque Daniela me dejó; me dejó porque se enamoró de su jefe! ¿Cómo quieres que esté?
-Pero eso no es motivo para andar con esa cara, hijito. La vida es tan linda! Agradece al Señor por su bella obra, por todo lo lindo que nos ha dado! El sol, las palmeras, el mar, la arena … ¿vamos a la playa?
-La vida no es un maldito fin de semana en un resort, mamá! Yo estoy mal, quiero llorar!
-No dejes que las lágrimas por la ausencia del sol no te permitan ver las estrellas en la noche , hijo mío – fue el extraño consejo de mi padre.
Cerré los ojos intensamente. Esperaba que al abrirlos ellos ya no estuviesen ahí, que se hubiesen desvanecido por arte de magia. Volví a abrirlos. Ahí estaban, sonrientes, tal como cuando llegue., mirándome con ojos enternecidos.
No me despedí; simplemente me marché.
Camine sin rumbo por un par de horas. Fue solo entonces que lo noté: estaban felices, todos. Los niños jugaban en las calles; los más ricos se bañaban en su piscinas, los más pobres se manguereaban en la calle; las mujeres se bronceaban, los hombres les masajeaban con aceite de coco; los ancianos paseaban sus mascotas, y algunos preparaban sus maletas para viajar a la costa; todos con una gran sonrisa en sus labios. Y a mi, que me da alergia la felicidad ajena, todo aquello me parecía repulsivo. Me senté bajo un árbol y escondí la cabeza entre mis manos.
La repentina presencia de un desconocido, observándome, me alertó; Era un mendigo, algo mayor, canoso y desprolijo.
-Tu también lo sientes ¿verdad?
-¿Quién eres?
-Soy uno de los pocos que, como tú, no está contagiado.
-¿Contagiado?¿Contagiado de qué?
-De felicidad., pues ¿no lo ves? Ésa, la que trajo el verano. Es una plaga; una plaga que trajo otra plaga consigo. Llegaron para quedarse, ambas; no se van a ir nunca más.
No estaba como para oír estupideces, menos la de un desconocido que bien podría estar loco o borracho. Me puse de pie y le di la espalda, sin seguir dándole oídos Él seguía hablándome. Solamente alcancé a entender la palabra “impunidad”, a lo lejos.

Me dirigí a su casa; quería verla a ella; de todas las personas del mundo, la única que podría estar peor que yo era Daniela; si bien me había herido profundamente dejándome por su jefe, a ella le había tocado mucho peor: no sólo su jefe le dijo que no iba a dejar a su esposa ni responder por ese hijo que ella esperaba, sino que además la despidió de su trabajo para no verla más. De eso hacían 4 días.
Toqué el timbre de su apartamento. Desde adentro se oía una canción infantil. Al principio, pensé que había perdido la razón; se encontraba sonriente, afanada en adornar la pieza de su futuro hijo mientras cantaba canciones de cuna. Se mostró genuinamente alegre de verme y me hizo pasar.
-Él está aquí ¿no cierto? –pregunté nervioso, temiendo la respuesta – él se arrepintió de lo que te hizo, dejó a su señora y se vino a vivir aquí, contigo..
-Yo no necesito a ningún hombre para ser feliz. Tengo el sol que me ilumina, los árboles que me dan sombra, el agua que sacia mi sed....y a mi hijo, que está próximo a llegar ¿qué más necesito?
Su expresión alegre me intimidó. Era tan marcada, tan persistente, tan genuina. Nada quedaba de la mujer acabada que quería quitarse la vida 4 días atrás. Recordé lo que me acababa de decir aquél mendigo en el parque. Una plaga. Quizá tenía razón; eran todos zombis, zombis de la felicidad, y Daniela ya era una de ellos. Estaba contagiada, estaba perdida. Ya nada podía hacer por ella, ni por mis padres, ni por nadie. Eran los hijos del verano, y yo, yo sólo quería que me devolvieran mi puto invierno para poder llorar en paz.
Regresé apresuradamente al parque, para encontrar aquél anciano. Ahora me arrepentía de no haber oído lo último que él me había dicho ¿algo de la impunidad?....
Lo encontré sentado bajo el mismo árbol que me encontraba yo. Sonrió al verme, pero su sonrisa no era amable ni jovial como la de los contagiados
-Sabía que ibas a volver
-¿Qué fue lo que usted me quiso decir antes sobre la plaga? Eso de la impunidad.
-Inmunidad. No impunidad. ¡Inmunidad!. Tú y yo somos de los pocos infelices que desarrollamos una inmunidad a esta plaga. Somos seres del polo condenados a vivir en este verano eterno, en donde las penas se olvidaron y las lágrimas.... todas se secaron.
Miré a mi alrededor. Los antejardines estaban llenos de girasoles, violetas y tulipanes; en el cielo, un gran arco iris se había instalado majestuosamente a un costado del sol, reflejando con nitidez cada uno de sus colores; alrededor, animalitos de ojos grandes y pestañas largas, como los de Walt Disney, comenzaban a rodearnos, moviéndose con pasito álgido al ritmo de una canción imperceptible. Todo se veía brillante y optimista. Las flores se mecían al compás de la aquella música de fondo, que se dejaba oír cada vez con más intensidad. Incluso podría decir que el canto provenía de ellas.
El invierno ya no iba a volver. Lo sabía muy bien. No iba a poder llorar ni por Daniela, ni por ninguna otra mujer.
-Mira, mamá – chilló un pequeño muchacho colorinche que iba de la mano de su madre, brincando por el parque- mira a ese hombre tan gris. Que feo!
-Feo y peligroso, Camilito. No te le acerques, debe estar enfermo...
Estaban hablando de mi. Ahora resultaba que el enfermo era yo. Ni siquiera mencionaban al mendigo, solamente a mí. Y fue entonces que lo noté. Él ya no estaba opaco, como yo. Estaba colorido y resplandeciente, como todos los demás. Pero no se había contagiado, como quería hacer creer a todos. A su lado, una lata de pintura, brillantina y una brocha gorda, recién usada.
-Adonde fueres, haz lo que vieres – me dijo, forzando una sonrisa, que contrastaba con su ahora dorada piel- yo no quiero ser un paria en la sociedad, me basta con ser pobre...
Se retiró con su nueva auto impuesta condición, intentando seguir el ritmo del vals de los girasoles. En seguida una anciana se sumó a su baile, y ya no se encontraba solo.
Me pregunto si el mendigo ese será feliz en su mentira. Yo, que he pensado muchas veces seguir su camino, no me he animado nunca a hacerlo.
Desde ese día, me mantengo aquí sentado, en medio de la plaza, observando a la gente pasar, buscando a alguien que tenga los mismos ojos tristes que yo. Pienso en Daniela, y me vuelvo un poco más gris. Me da flojera moverme. La gente me mira de reojo, con algo de temor y bastante de curiosidad. He colocado una placa con mi nombre y apellido en el suelo, para que todos sepan quién soy y se ahorren la molestia de preguntarme.
Los pájaros dejan caer sus excrementos sobre mi. Yo, gris, quieto y silencioso, me dejo.

Texto agregado el 23-01-2019, y leído por 163 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-01-2019 Me encató la historia, la forma y el fondo, la fluidez de la narración... y a mi me gusta el verano estoy contagiada con eso lo siento! carmen-valdes
24-01-2019 he pasado mi vida juntando dinero para irme a vivir a Tonguska escapando del maldito calor; me enferma el verano y la playa. Prefiero la oscuridad y el invierno. Tu texto interesante, fácil de leer y con una historia que cautiva; muy bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
24-01-2019 Yo no sobrevivo sin invierno, es la mejor estación. Un día alguien me dijo que usaba demasiados puntos suspensivos. No es necesario ponerlos siempre, tienen su función específica. Espero no lo tomes a mal :) Saludos bellaan
24-01-2019 Sin invierno esto no sirve. Aquí hay gente que te va a decir por qué les gusta, así es que yo te digo lo que no: Las acotaciones y las comillas. eRRe
24-01-2019 Me encantó. Es interesante el tema de tu historia. Hoy algunas cosas pasaron de moda, tal por eso el mendigo tomó esa decisión, incluso él. Me gustó tu texto porque además es una crítica. Vaya_vaya_las_palabras
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