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El calor es agobiante, casi no puedo respirar. Mis ojos están abiertos pero no puedo ver nada, todo es oscuridad en este lugar del infierno. Deseo morir pero la muerte no me encuentra, es esquiva, no me considera digna de estar ante su presencia. ¿Qué dioses malvados se han tornado en mi contra? ¿En qué forma los he ofendido para merecer esto? No logro encontrar la respuesta.
No puedo moverme, mi espalda reposa sobre algo muy duro, creo que es de madera. Mi cuerpo suda, mi estómago se retuerce en sí mismo, mi corazón late con rapidez, mis lágrimas se han secada una y otra vez, sin cesar. La angustia no me abandona, es mi fiel compañía. Solo mis recuerdos, de lo que alguna vez fue mi vida, me hacen sentir que todavía soy un ser humano, que todavía soy una mujer.
- Lewa, despierta -me dijo mi madre esa mañana, cuando el sol del verano había muerto y el invierno reclamaba su sitial.
- ¡Qué sucede! -le dije instantáneamente.
- Es tu boda.
Claro que sí, era mi boda. No había podido dormir en toda la noche. Por fin había logrado encontrar el amor con Jasir. Algo inusual en mí pueblo. Las mujeres no podían escoger a sus maridos, le eran impuestos. Ellos decidían. ¡Oh!, cuando el amor coincidía con esa decisión, el cielo era el límite. Yo tenía diecisiete años y él veintidós. ¡Qué feliz era! Qué enamorada estaba. No es posible describir lo que sentía. ¡Qué afortunada!
Los hombres de mi pueblo no acostumbraban besar a sus mujeres tiernamente ni a preguntarles que deseaban o querían. Jasir no era así. Él siempre estaba pendiente de mí. Desde niños fue así: una vez, cuando los demás jóvenes me molestaban por mi cicatriz en el rostro, Jasir tomó un puñal y me defendió. Éramos uno. ¡Cómo lo amaba y lo amo!
Me duelen las articulaciones, por estar tanto tiempo inmóvil. Ese olor, me provoca nauseas con regularidad; no lo puedo controlar. Llamo a gritos la muerte y ella no me escucha. Esta oscuridad me agobia, desespera, tortura sin piedad. Mi boca sabe a vómito. Me he orinado y defecado en esta posición horizontal, sin poder hacer nada para limpiarme. Es una aberración indescriptible. Estoy inmóvil. ¡Oh! clamo y nadie me escucha. ¿Por qué me sucede esto? Jamás hice mal a nadie y sin embargo sufro en este lugar de dolor.
Nuevamente mis recuerdos perforan mi mente como agujas y vuelvo a revivir mis momentos felices, allá en mi lejano pasado:
- ¡Es un niño! -exaltado vociferó Jasir ante los súbditos
-Es mi heredero -recalcó con orgullo.
Mi esposo tenía un linaje real y yo, por añadidura, también. Pertenecíamos a la casa imperial dominante. Los demás pueblos nos rendían tributo. Eso no importaba, si bien la educación del niño, de mi hijo, Bakhit, era dirigida por los tutores reales, siempre pude inculcarle el amor hacia los demás seres humanos, la piedad y el honor. No fue suficiente, la muerte lo visitó antes que a mí. No pudo ver la quinta primavera de su vida. Eso me desgarró las entrañas. Solo Jasir fue mi consuelo, mi apoyo en esos momentos. Siempre estuvo allí. No podría tener otro hombre que no fuera él.
Por fin una luz cenital perfora el lugar en donde me encuentro y entre las sombras aparecen algunos hombres con extrañas vestimentas, que me toman de los brazos y me sacan al exterior. Tienen ojos brillantes, nunca los había visto antes. Son crueles, no tienen piedad ni la conocen. Puedo ver que hay otros iguales a mí en este lugar: están cautivos como yo. La fría brisa me envuelve el rostro y apenas puedo alzar mis brazos para apartar mi pelo, grasoso y sin vida. Hay llantos y gritos desgarradores. Estoy débil, logro dar apenas unos pequeños pasos y puedo ver el mar. Lo reconozco. Es el mar, pero no hay nada alrededor. Me desplomo y mi cabeza queda hacia arriba. Mis ojos húmedos observan el firmamento y me hago una promesa: “te encontraré Jasir”. Luego nos conducen a ese lugar de oscuridad.
Ha pasado mucho tiempo. Mi angustia no ha cesado. Vuelvo a revivir la escena anterior pero ahora es distinta porque el sol lastima mis ojos al salir al exterior. Siento un latigazo en mi espalda que me obliga a arrodillarme. Dos hombres me llevan de los brazos hasta una jaula. Algo había mejorado en mi situación, ya no tenía que estar en ese lugar de oscuridad.
Hombres extraños, con una piel muy desteñida y ojos que casi no se perciben con la luz del sol, se me acercan. Me observan y hablan entre ellos. No entiendo lo que dicen, pero de seguro no es nada bueno. Me extraen de ese lugar a golpes, me untan con una grasa que hace brillar mi piel y ocultan las cicatrices de los golpes. Me exhiben en una plataforma. Algunos de ellos observan mis dientes, otros manosean mis senos con descaro. Trato de defenderme pero uno de ellos, me sofoca con la cuerda que constriñe mi cuello. Casi no puedo respirar. Mis manos están atadas.
Finalmente, uno de ellos me jala de la cuerda y me arrastra por el suelo a un destino desconocido para mí. Me resisto, pero es en vano. Ya no me quedan lágrimas para llorar ni recuerdos que puedan mitigar este dolor. Soy una cautiva.

***
El 1 de Enero de 1.863 Abraham Lincoln proclamó la emancipación de los esclavos
Tengo cincuenta y cinco años. Soy Lewa. Han pasado muchos años. No podría describir mi vida porque horrorizaría. Fui violada regularmente, tuve seis hijos de mi amo, fui azotada muchas veces, casi al borde de la muerte por negarme a eso. Casi no recuerdo mi idioma natal, solo se hablar inglés. Jamás acepté el nombre que me impusieron: Kisy. Ahora he logrado la libertad y nada me detendrá.
Solo recuerdo las estrellas, esa noche cuando fui liberada por unos instantes y me promesa hecha a esos astros. Ellos eran mi única conexión con mi amado, ellos alumbraban sus ojos mientras destellaban los míos. Cumpliré. Buscaré a Jasir, ya que él fue atrapado también por estos bárbaros.

***
Veinte años después
Tengo setenta y cinco años. Mis ojos son los mismos que miraron esa noche al firmamento, mi corazón también, solo mi cuerpo es distinto. He buscado por años, sin cesar, a Jasir. Lo he encontrado. Estoy frente a su tumba. Mis manos ajadas acarician la superficie de tierra y tratan de quitar la gramilla y suciedad que lo rodea. Mi alma está triste pero en paz: “ningún hombre me obligará a descender hasta el punto de tener que odiar a otro ser humano”, dijo una vez un esclavo liberto. ¡Cuánta verdad hay en esas palabras!
Las autoridades federales me han permitido trasladar sus cenizas de esta hacienda de esclavistas a mi modesta casita. Por fin estará conmigo y el destino será cumplido. En mi cultura africana, cuando los amantes son enterrados juntos, los dioses los transportan a las estrellas, una por cada pareja, desde donde alumbran a la humanidad con su amor y dan luz a la profunda oscuridad del universo, y al corazón del hombre.

Texto agregado el 19-01-2019, y leído por 63 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
20-01-2019 Disculpa mi balbuceo, lo aclaro porque hoy publique la mía y justo después de hacerlo, me encontré con la tuya. SALUDOS Yubia
20-01-2019 Me fascino 5*, no robé tu historia, pero hace ya varios días rondaba mi mente una historia trágica de amor y estrellas. Yubia
19-01-2019 Impresionante. Me encantó!!!***** MujerDiosa
19-01-2019 Hermoso texto ***** grilo
 
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