“Celieta: Vas a hacer que me gusten los toros”, le comenté el otro día en su Instagram a la cría, alumna de Bachiller. Desprendía en esas fotos bien tomadas, vestida de torera campera, un arte que …, ni Manolete. Ver a Celieta con esas poses, tan naturales, con tanta garra, me hacía descubrir un arte nuevo y me dejó con las ganas encendidas de ir a la primera novillada que se me presentase.

A los antitaurinos, los comprendo por el hecho del sufrimiento del animal. Pero, para mí, pesa más el plato de la balanza en que se coloca el espectador, que suelta adrenalina como por un tubo de escape, que grita “olés”, que canta y tararea pasodobles de la banda de música, que comenta con los amigos, que se pasa la bota de vino y la merienda con ellos, y hasta reza si ve peligrar al torero.

Yo suelo ver Filosofía en casi todo, pues cómo no en este asunto. En la vida nos toca ser toreros muchas veces, porque aparecen toriles con alguna fiera dentro, donde menos te lo esperas. Personalmente prefiero no entrar en batalla e ir al quite. Pero, cuando son toros tan bravos que van a por ti, ..., me pongo en la tarea del veterinario, que amputa, o digamos, del cirujano, y corto por lo sano.