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Los tamales no pueden faltar, es el Día de la Candelaria, y la reunión familiar no se pudo quedar atrás. No faltaron los tamales de salsa verde, roja o de dulce, ni el atole ni los panes. Ya era noche, la comida se había convertido en cena a petición del momento, del silencio de lo que había sucedido.

La bronca es que el Mario siempre había sido bien gracioso, siempre buscó la forma de hacerse el chistoso, de hacer burla de todo y hablar pendejada y media que a todos arrancaban una sonrisa, peor no sólo eso, también era bien tragón, y hoy no estaba para darle baje a la olla de los tamales, sin embargo cenamos en su honor.

Hoy si llegaron las tías Claudia y Clementina, los suegros del Mario y la Chata, mujer que el Mario dejó con tres chamaquitos, y que de sólo recordar no paraba de chillar.

Pero esa noche, el chiste era comer tamales, porqué después de la rosca, aunque se parta dos semanas después se deben considerar los tamales, así lo dice la abuela y así tiene que ser.


Los tamales de frijol están buenos, tienen pipián y cilantro. Los verdes de plano parecen bolas de masa, estos no los hizo la tía Jesusa, porqué ella sí que sabe hacerlos, para mí que los hizo la Juana, su hija, mi prima a la que mi abuela la otra vez le dijo “mijita tienes que aprender a cocinar porqué si además de feita, que estás, no sabes cocinar, no tendrás un buen hombre para ti”.


El atole de masa está bueno, pero para la engordadera, la Marisol ya se echó tres vasos y no deja de tragar. Estas reuniones que a veces son planeadas hoy parece que fue de improviso, como si nunca se hicieran tamales en el Día de la Candelaria. Ya el niño Jesús de yeso que tiene la abuela, está en su nicho, hoy tocó vestirlo de Rey porqué según la abuela, es una grosería vestirlo de futbolista o tantas cosas que ya venden.


Y otra vez sale el tema del Mario, de cómo una vez le cambió el royal por bicarbonato y los tamales quedaron bien feos. Su mujer no para de llorar, sus hijos a momentos la acompañan, los chamaquitos no saben pero lloran.

Si tan sólo unos días antes no se hubiera hecho el gracioso y hubiera enseñado el muñequito que sacó en la rosca seguramente hoy estaría tragando, pero no, tenía que hacer su gracia, tenía que quedarse con el muñeco en el pescuezo, poniéndose rojo y luego morado, mientras tanto nadie dejaba de reír. Al menos se fue entre risas y con la panza llena…

Texto agregado el 19-07-2018, y leído por 30 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-07-2018 Muy bueno y muy real, yo conozco varios que hacen todo lo posible por esconder el muñeco. Bosquimano
 
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