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Inicio / Cuenteros Locales / Gemercy / Lección #1: hacerse cargo.

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Hacerse cargo.

La incoherencia de los otros no molesta mientras no te toca; pero cuando lo hace sientes cómo el estómago y tu órgano reproductor entero ¡hierven! hierven y se hinchan como si fuesen a reventar en cualquier momento.
Te calientas, te calientas pero de esa forma negativa que te oscurece la cordura y te afila la lengua. Te oscurece de ese modo en que le encuentras el sentido perfecto a todas las lisuras que quisieras escupir en la cara de quien la transporta y te achaca con ella, porque respirar profundo o contar hasta diez, se convierte en un dilema, en una especie de hechicería casi imposible de conjurar. Y esas vocecitas en tu cavidad auditiva gritando a todo pulmón ¡Sácale la mierda! ¡Sácale la mierda! - que nunca ayudan mucho - acelaran el viaje de la sangre a tu cabeza y liberan dentro de ti un duelo descarnado entre actuar con madurez y la acción justificada y humana mandar todo ¡a la chucha! (porque te juro por mi madrecita que en ese estado las ganas no te faltan).

Y es así, así de simple, la incoherencia del otro mientras no te toca, no pica, no incomoda, no asusta y a veces hasta te divierte. Pero cuando sucede lo contrario, cuando te toca, cuando se choca contra ti, tu vulnerabilidad, tu confianza, tu ingenuidad, tu tino, tu madurez; es entonces que un simple acto de acción y reacción se convierte en un juego de palabras, en un torbellino que gira de puntitas sobre tu amor propio, tu dignidad, tu empatía mientras en la copa del remolino, con aires de sarcasmo y subestimando todititita tu inteligencia, la incoherencia del concha de su madre gira muerta de la risa, sí, así mismito como giran las veletas. Y te sonríe, te sonríe con ponzoña porque sabe a ciencia cierta que no es la primera vez que te ha visto la cara de cojud@.

¡Y da cólera pues!
¡Claro que da cólera!

Porque tú podrás haber nacido para cualquier cosa pero no para dártelas de Gandhi y esas causas de "resistencia pacífica" o del "dele mijita y vaya a poner la otra mejilla" a ti no se te dan. Ni nunca se te han dado, ni se te darán y mucho menos desde un punto de partida tan narcisista, egoísta, ¡rompe órganos genitales!.

Y entonces piensas que es hora de pegarle puñetes a la mesa hasta desparramar un par de terremotos, porque tú no eres ni cojuda, ni tan "light"; porque tú no soportas los términos medios, ni le perdonas al resto no ser "ni chicha, ni limonada" y también te cansas, te cansas de guardar silencio y de seguir alimentando esa gastritis que te mata mientras se lo dejas todo a Dios... Cuando ¡quién carajos sabrá qué está Dios haciendo! mientras tú te desnucas contra la pared porque te callas y en ese mismo momento, como quien no quiere la cosa, es que te das cuenta de que el silencio mata... Y te mata mamita, ¡TE MA-TA!.

Y sí, allí, allí mismito, ese momento en que ya estás vieja para descubrir la pólvora y en que el sol ilumina como faro tu cara de pava, te vuelves consciente de que el aire que respiras no sólo te sirve para llenar los pulmones y darse paseitos por tus venas, sino también para impulsar la voz, para empujar el grito que siempre atoras entre la lengua y los dientes; por miedo, por aburrimiento, por cobardía, por querer cuidar a los otros e incluso a quien no vale, ni valdrá la pena porque como dice el tío Hugo: "el que nació para huevón muere huevón". ¡Y tú no pues! Tú te puedes morir de cualquier cosa, menos de eso - es lo que te repites una y otra vez. Mientras esa cancioncita con la voz eufórica de la India que canta en tu cabeza, grita a voz en cuello:
¡Qué ganas de no verte nunca más!
¡Qué ganas de no verte nunca más!

Y te resuena, te resuena toditita porque tú resuenas como el viento y te inspira a sacar las garras; porque las tienes, siempre las has tenido, sólo que apenas estás aprendiendo a usarlas.

Te das valor y entonces humedeces los labios, estiras la lengua, la descontracturas y desde el fondo, desde lo más profundo de tus abismos, después del primer cambio, le das sexta de golpe nomás a toda la amargura que gracias al incoherente, gratuitamente, has acumulado, llenando las bodegas de tu pertinencia y de tu paciencia de caos ajeno; aprietas el acelerador y empiezas, por fin, ¡POR FIN! a vomitar la furia contenida y todas las úlceras que él te ha heredado.
Y lo haces rapidito porque a los treintas la vida ya no está hecha para acumular mierdas, ni coleccionarl@s. Y como tú ya no estás dispuesta a hacerte cargo de las taras de otr@s, cuando sientes que estás a punto de llegar al punto más alto de toda esa energía saliendo de ti. Lo miras a los ojos, le sacas la pelusita de la chaqueta, lo tomas de los hombros firmemente como con la intención de abrazarlo, le recuerdas lo dulce que te parece y le recitas con devoción:

Desde el fondo, desde el fondo de mi humilde corazón: ¡ÁNDATE A LA CONCHA DE TU MADRE!




Texto agregado el 29-04-2018, y leído por 90 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-04-2018 jajajaja.. así no más! Un abrazo, sheisan
 
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