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SECRETOS

Tengo tanto que decirte, sabes,
que me desbordo sin que me sea posible
saber por dónde comenzar.
He pensado tantas cosas esta mañana,
y anoche, y a lo largo de esta tarde,
que he perdido todo patrón de coherencia en el discurso.
Pero tal vez sea mejor así,
porque así es más fácil que te diga de una vez y sin adornos
que ya no tengo vida, y haz de saber:
eres Tu la razón.
De ti depende que ella regrese a mi,
o se vaya detrás tuyo para siempre.
Es que no hay día, Mi Amor, ni noche,
en que mi alma no busque la tuya,
y regrese a llorar largamente las horas por tu desprecio.
Me he perdido, lo confieso,
y a tus pies he caído en eterna esclavitud.
He perdido el sosiego, la voluntad, la altivez,
la decisión, el control, y hasta el hambre,
y me temo de este terrible padecimiento
que se va apoderando de mi sin compasión.
Después de tanto vagar por entre un sin fin de argumentos
que lograran resolver este díscolo estado
en el que ahora me encuentro,
he llegado al callejón sin salida de que esto que me posee
no puede ser otra cosa
que aquella total Locura cuyo nombre es Amor.
De otro modo no podría justificarte ninguno de mis actos.
Hoy, por ejemplo, le he contado al bosque de ti,
y en un arrebato de dolor he dicho en voz alta algunas palabras
como si pudieras escucharlas desde donde estás.
Y así con el espejo, con el cuaderno, con el aire, porque estás en todas partes.
Ya no puedo dormir pues temo soñarte,
ya no hay fluidez en mi pensamiento pues las ideas se han rebelado contra mí poniéndose de tu parte,
no hay sitio al que yo vaya que no te reclame,
en fin, estoy mal.
Tiemblo de pensar que te acercas,
porque con tu tacto me reescribes;
adoro cada palabra que pronuncias,
y se acogerla como sabia voz;
y es tu mirada la revelación de mi destino.
Sin embargo, trastorna más tu vida un viento débil
que uno cualquiera de mis ruegos.
Y yo te quiero tanto,
que si dios existiese se condenaría a sí mismo al infierno
por haber olvidado hacer que me amaras,
tanto te quiero que lo que ocurre últimamente no son huracanes
como aseveran los hombres de ciencia
sino el estremecimiento del universo
por la desolación de mi alma,
y las guerras modernas no son más que el presentimiento
inacabado e indescifrable de los hombres de tu desamor.
Yo trato de ser razonable,
me digo que esto en realidad no es sino un juego tramposo de la soledad y sus secuaces,
que no tardará en aparecer la claridad objetiva y cuando me levante podré reírme de mi misma tan fuerte que temblaría en Alaska;
pero hay algo extraño que me desorienta,
un ser intangible que no ven mis ojos,
y a cuyo imperio sobre mí debo
que al escuchar la más sencilla canción crea yo que el mundo entero se transforma para complacerte.
Camino distraída por las calles,
ya no escucho ni atiendo a ciencia cierta,
todo me parece abyecto o maravilloso, y absurdo,
y lloro para respirar;
y mi ánimo se ha transformado en sustancia obediente
al fuego de tu extravagancia.
En tanto Tu, orgulloso y soberbio,
cuando quieres me miras, o me abrazas,
jamás tomas mi mano,
y con qué frialdad desprecias el sentimiento que por ti aguarda, atento a encenderse como faro a tu señal;
soy el experimento de tu ocio y me desechas a tu gusto
¡Dime si esto no es Locura! ¡Si es que yo por ti renuncio a la muerte!
¡Dime si esto no es locura!
¡Entregarse así a los avernos del Amor!





Texto agregado el 22-09-2004, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


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