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Otto


El 21 de septiembre de 1978, mi gato Otto se fue de la casa. Su madre, la gata Mimí, lo había parido tres años atrás. Era totalmente blanco y de pelo largo. Ese fue el motivo de su nombre germano. Cuando comprobé su ausencia quedé destrozada. Una tremenda sensación de vacío me recorría el cuerpo. Sentía como si una energía movilizadora me hubiera abandonado y arrastraba pesadamente mis pies por la casa.
Más tarde comprendí que –periódicamente- Otto se iba y después de unos cuantos días ausente, regresaba. Nunca se fue del todo de la casa porque era su casa. Él no era mi gato sino el gato que vivía en la misma casa en la que yo vivía.
En 1980 me fui a Perú y regresé casi al finalizar el año. Quince días después de haberme reinstalado en la casa, Otto reapareció. ¿Dónde estuvo durante todo ese tiempo?... ¿Quién lo alimentó?... ¿Dónde se cobijó?... Misterio.

Volviendo a ese día de primavera del 78, recuerdo que a la tarde decidí ir a la reunión semanal de los “Amigos de la Literatura”. Cuando leí el anuncio en el diario, me reí un poco. Pero la curiosidad y la soledad me impulsaron a ir. Lo hice y además, seguí yendo dos o tres semanas más y luego, no sé si fue porque me cansé o porque no logré integrarme, dejé de ir. Cuando reaparecí, alguien me dijo:
-Aquí siempre se vuelve, es como una isla a la que se puede abandonar por un tiempo, internándose en el mar. Pero luego es necesario volver, es como la vida.
Yo asentí sin entender la comparación. Me preguntaba: ¿acaso de la vida nos vamos y luego volvemos?

En el momento que salía para la reunión, Otto me siguió hasta la mitad de la escalera. Le toqué la cabeza suavemente y, por decir algo así como un adiós, le pregunté:
-¿Así que hoy te vas a nochear? Otto ni se dignó mirarme y siguió con la mirada fija quién sabe en qué. Recordé a Baudelaire y su poema Los gatos:

Al meditar adoptan las nobles actitudes
de las esfinges, que en solitarias latitudes,
en ensueños sin fin se adormecen tranquilas;

Lo dejé sentado tranquilamente como si fuera el dueño absoluto del tiempo y el espacio y yo, una amante ferviente que marchaba hacia la sabia austeridad sin serlo aún porque todavía me encontraba en la edad del gato...

Cuando regresé, pasada la medianoche, lo hice acompañada para ahuyentar un poco la soledad. Lo cierto es que me estaba pesando y quería oír otra voz y sentir otro cuerpo a mi lado. Noté la ausencia de Otto porque no estaba esperándome -como era habitual- para que le abriera la puerta pero no le dí importancia. Estaba preocupada en guiar a mi acompañante en la oscuridad; no quería que, por desconocer las irregularidades del camino, terminara largo a largo y de narices. Porque eso también hubiera terminado con el romanticismo del que venía impregnado “ mi amigo de la literatura”.
Sólo al día siguiente, cuando recobré la conciencia y la soledad, comencé a angustiarme. Salí a tirar la yerba del mate y lo llamé. Lo llamé primero suavemente como si, al estar durmiendo cerca de la casa, no fuera necesario levantar mucho la voz. El siempre escuchaba y venía por su comida. Pero al comprobar que no aparecía, lo llamé cada vez más fuerte hasta que oí un lejano y lastimero maullido. Maullé y me contestó, lo hice otra vez para sacarme las dudas, y, otra vez oí su lejano maullido. Entablamos un maullólogo (diálogo de maullidos) y eso me permitió orientarme hacía el lugar en que estaba. Después de haber dado unas cuantas vueltas alrededor de dos casas vacías sin poder ubicarlo, lo encontré. Estaba en el fondo de una piscina sin agua y, no sé por qué no podía salir por sus propios medios. Bajé como pude y lo alcé entre mis brazos. Lo acariciaba y lo peleaba al mismo tiempo mientras -con el corazón feliz- me lo traía para la casa.
¡Que extraña relación mantenemos con los gatos! Creemos que son nuestros y ellos deben pensar lo mismo de nosotros. Jean Grenier decía que los hombres de acción no quieren a los gatos, pues no tienen tiempo.. Más bien son los misántropos y los egoístas quienes los aman. Borges amó a Beppo, Grenier a Mouloud, Marcos amó a Faustina, yo amé a Mimí y luego, a su hijo Otto.
Ahora, después de haberme prometido a mí misma no volver a tener un gato en mi casa, apareció Chunchuna y parió sus gatitos. Ella murió y me quedé con Pelusa. Debo decir que es el gato más conocido que he tenido. Su majestuosa presencia, apresada en múltiples fotos, pasea por Internet en sitios y Foros. Adorna la pantalla de mi PC y llena la casa y las alfombras con los pelos que se saca. En la primavera se sienta a mi lado en la mitad de la escalera. Unos escalones más abajo, se instala Lobo -mi perro-, y los tres, en pacífica compañía, nos deleitamos escuchando el silencio del parque al atardecer.

Texto agregado el 01-11-2017, y leído por 86 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
06-11-2017 Martha, tu cuento me envolvió en tibieza, sobre todo. En fe, al inventarte el idioma para llamarlo. "Él no era mi gato, sino el gato que vivía en la misma casa en la que yo vivía". A Cortázar le hubiera bien recordado a su querido Teodoro W. Adorno. Y el final, con Lobo, me obsequió la sorpresa en el trío de seres que logran convivir. Un gusto encontrar buena literatura por acá. alipuso
02-11-2017 Como siempre impecable con una historia gatuna que cautiva. Quien en su vida ni ha pertenecido a un gato? Yo cuando pendejo tenia uno y cuando nos cambiamos de casa lo lleve conmigo y el gato se devolvió al hogar antiguo, gato mal agradecido!! Jajaja Saludos desde Iquique Chile vejete_rockero-48
02-11-2017 Me encanto la personalidad de tu gato y el lugar que ha ocupado en tu vida. sensaciones
02-11-2017 Muy buena esta historia de gatos, narrada con tanta naturalidad que es un placer leerla. remos
02-11-2017 Wooow! Qué pluma la tuya! Impecable. Gracias. Julia_Flora
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