Un dolor de cabeza, de muelas, de estómago… no es lo mismo que un dolor en el alma…

Todos, en algún momento hemos tenido algún dolor en alguna parte de nuestro cuerpo… y ¡¡puchas que es molesto!!

Y nos quejamos y lamentamos y vociferamos… y dependiendo… hasta chillamos…

Algunos les gusta estar acompañados, casi “encadenando” (de manera digamos… voluntaria…) a otra persona, inhabilitándola para hacer otras cosas, más que acompañarle, cuidarle o regalonearle…

Otros… de manera quejumbrosa llaman a cada momento pidiendo una y otra cosa… sin muchas veces, necesitarlas…

Y están los que les gusta el silencio, la soledad, estar tranquilos, que no les hablen y, en lo posible, no abrir las cortinas de la habitación… En éste grupo entro yo… dormir… dormir…

Pero… ¿qué pasa cuándo el dolor no es físico? ¿Cuando nada ni nadie logra aliviarlo, disiparlo?

Y lo llevas tan dentro de ti, que parece fundirse en tu sangre, en tu carne, en tu mente, en tu piel…

Por momentos parece hielo que recorre tu ser… otras… fuego que consume tu mente…

Y sientes que se encierra en ti… por momentos crece… otros se desvanece, para luego, volver a crecer…

Y te rodean personas queridas, otras desconocidas… y ese - dolor – angustia – parece escudarte, y aún así te sientes solo… Puedes estar en lugares hermosos pero inexplicablemente se vuelven tenebrosos…

Y los segundos, minutos y días pasan en el reloj, en el calendario; A veces avanzando de manera fugaz, reducido, cortante…sintiendo los tiempos de manera abreviada…; Otras se vuelve aletargado, soñoliento… como si cada aguijón que duele dentro de ti fuera un narcótico que todo lo detiene…

Y tratamos de sacar fuerza… pero… ¿dónde, quién, cómo?

Definitivamente… un dolor de cabeza, de muelas, de estómago… no es lo mismo que un dolor en el alma…

Esta sensación que habita en muchos de nosotros y que aflora de manera molesta, incómoda, fastidiosa… como llega, se va.

Y así, como muchas otras cosas… tiempo al tiempo, pues… ésto, como otras veces, como muchas veces… pasará.