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Es Mayo, en la calle hay montañitas de hojas que juntó la barrendera; por donde no paso todavía, se extienden como un tapiz y en las veredas hay filas contra la pared. Por la otra cuadra avanza un auto que trae a un hombre que va a morir antes que termine el día. El no lo sabe, va a morir antes de verla a ella de nuevo, de ver a su hijo, ya mucho más grande que cuando usaba las zapatillitas y el guardapolvo cuadriculado blanco y azul del jardín, como lo aloja en su recuerdo, ahora crecido, flaquito y largo, en esa edad que se desdibuja de todos y no se parece a nadie. Va a morir y no lo sabe, llega al trabajo y se encuentra con uno que tenían diferencias, estúpidas, pero diferencias al fin y no hace nada por arreglar el asunto, tampoco retrocede para fijarse donde está un compañero que siempre está en su escritorio pero hoy no. Lo veo más tarde, piensa, incluso hoy más temprano había tenido ganas de ponerse los zapatos y camisa nuevos que le había regalado ella pero como es viernes y la semana termina quiso usarlos desde el lunes, empezar de punta en blanco la semana porque no sabía que iba a morir.
No sabe que morirá, almuerza un sanguchito desabrido empujado por una mini coca sentado en un cantero frente al kiosco donde compro el magro menu. Tuvo un momento de lucidez y miro al sol de otoño, un rubor espléndido le corrió en la cara y los hombros pero enseguida apartó la vista. No fue a la parrilla, al gordo, el dueño, se le fue la mano con los precios, mejor dicho a su madre, una vieja con mirada de satisfecha maldad. Prefirió cuidar el mango y se mintió que al apuro que tenía le convenía lo que comió. Además – se dijo- llego con olor a comida y en la empresa, todo el mundo sabe que vengo de comer. Esa parrillita, vieja y descuidada echa humo de lo lindo. Se acordó de la entraña y también de las pastas, de sus platos de vidrio azulado y duros, sin ninguna estética gourmet más que la utilidad de apoyar la comida y nada más. De la salsa aguachenta con cartílagos y todo para que coman los muchachos de las fábricas, para llenarse nomas, no para comer bien. Esto, comer bien, ya era pasado. Con la cena de la noche anterior se había despedido para siempre de gustar un plato rico pero él no lo sabía porque no sabía que iba a morir.
Sigue trayendo el auto a ese hombre que va a morir y no lo sabe. Hoy, en Mayo, cuando el amarillo el ocre y el bordó se distinguen más que el verde y a muchas narices resfriadas se les niegan los olores y los aromas. Otoño, Mayo, va a morir y no lo sabe.
Todavía no subió al auto que lo lleva a su destino. El está luchando consigo mismo porque es viernes. Lo poco de vida que recupero el fin de semana lo gastó entre lunes y miércoles; hoy necesita vacaciones. Lucha por ordenarse así empieza bien la semana que viene, sin líos postergados que son el shock mas antipático del mundo un lunes a las ocho de la mañana. Pero pensar bien y actuar bien son cosas distintas, actitudes diferentes. Se queda pegado a la pantalla de la computadora, hipnotizado, tironeado se diría y lo disfruta parece mentira pero ese poco de vacío lo disfruta porque siente pero no siente mira pero no mira, es como si una fuerza invisible trabajara por él.
Queda media hora para que cierre la empresa, le queda media hora a él porque va a morir y no lo sabe.

Texto agregado el 06-08-2017, y leído por 130 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-12-2019 Un cuento exquisito. Felicitaciones! sheisan
11-12-2019 Un cuento exquisito. Felicitaciones! sheisan
28-09-2017 Tienes talento. Lo único que no me gusta es tu seudónimo. Gnomono
 
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