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LA INOCENCIA DE EFRAÍN




Regresaba de prisa Efraín a su hogar, la lluvia torrencial no amainó en todo el camino de la escuela a su casa. Corría desesperado cubriendo sus libros con un plástico que alguien bondadosamente le proporcionó durante el trayecto. Estrujaba contra su regazo el envoltorio que había formado con sus útiles escolares, mortificado porque algo se le echara a perder. La pertinaz lluvia apenas le permitía ver el camino, esquivaba como podía a los transeúntes que alcanzaba con su prisa y aquellos que encontraba de frente. Al eludir el cuerpo obeso de una señora que caminaba con lentitud frente de él, se dio de bruces con el cuerpo de otra mujer con quien rodó por la acera a causa de la colisión.

En la caída, la cara de Efraín quedó sobre el bajo vientre de aquella mujer, en medio del temor por el estado de sus libros, esparcidos alrededor, para el muchacho no pasó desapercibido aquel aroma que emanaba la entrepierna femenina que amortiguo su caída, ni de la calidez que a pesar de la lluvia, tenía esa parte del cuerpo de la desconocida. Los segundos que permaneció en aquella posición le parecieron a Efraín eternos.

Hubiera deseado que el tiempo se detuviera para siempre y seguir aspirando ese olor que se habría paso sin dificultad desde sus más remotos recuerdos ancestrales, anidados entre los vericuetos de su memoria genética ahora apremiada por la naturaleza, quien despertaba en el muchacho impulsos propios de su especie. Entonces su cuerpo se estremeció, ya no por la lluvia ni por el calosfrío que provoca la ropa mojada pegada al cuerpo.

Efraín, por su edad y entorno social, no estaba muy enterado de feromonas, hormonas ni de vasodilataciones o flujo sanguíneo hacia la pelvis de los seres humanos, por ello, se sorprendió mucho cuando sintió que “algo” cobraba vida propia bajo su pantalón. En su cerebro se canceló la congoja por sus libros, todo el universo convergió en aquel triángulo carnoso femenino que percibía por el contacto de su mejilla.

La mujer que yacía bajo de él, lo empujó despacio para liberarse de la carga que representaba el cuerpo del muchacho. Con dificultad por lo mojado del suelo ella se incorporó e intentó ayudarlo atrayéndolo hacia su cuerpo para que Efraín se levantara. Al hacerlo, la cara del muchacho quedó otra vez justo donde todo aquello había comenzado. Entonces él se apretujó con desesperación a la calidez que emanaba de aquella parte del cuerpo de la desconocida. Lo hizo con tal fuerza, que causó una leve molestia corporal a la mujer. Esta lo sujetó entonces por las axilas y puso en pie al muchacho y en esta posición lo abrazó con ternura, pensando que aquél tenía miedo o estaba lastimado por el encontronazo.

Fue cuando la mujer sintió aquella parte “dura” del muchacho restregarse vehemente en ella. Instintivamente lo alejó de un empellón al tiempo que le recriminaba:

– ¡Lo hiciste a propósito, chamaco cochino!
– ¡Me hiciste caer para restregarte en mí!

Ella hizo el intento de darle una bofetada. Efraín salió corriendo sin rumbo y sin libros, su loca huida lo llevó hasta guarecerse en la entrada de una vieja casona. Se acomodó en un peldaño ahora con plena conciencia de la pérdida de sus libros y de la situación que vivió con aquella desconocida. Se encontraba completamente desolado y a punto de llorar, cuando sintió junto de él la presencia de alguien, fue levantando lentamente la vista para identificar de quien se trataba, lo primero que vio fue una especie de falda de color sombrío y lleno de miedo se incorporó hasta encontrarse frente de un sacerdote que lo miraba con mucho interés.

– ¿Qué es lo que te pasa muchacho?
– ¿Estás perdido, deseas que te ayude en algo?

Gruesas lágrimas de temor y arrepentimiento brotaron de los ojos de Efraín, se abrazó con fuerza al cuerpo de aquel hombre, quien por la educación religiosa del muchacho, le inspiraba confianza y le daba la posibilidad de externar el sentimiento de culpa que ya empezaba a molestarle por lo que había pasado con la mujer aquella. En su desesperación cada vez apretaba con más fuerza el cuerpo del sacerdote. ¡De pronto, sintió aquello! también al cura algo muy duro le crecía entre las piernas.

Efraín dudó en retirarse de aquella situación, pero al recordar la humillación que le hizo sentir la mujer desconocida al rechazarlo con desprecio, permaneció como paralizado. Entonces el clérigo le acarició el pelo y la mejilla, lo tomó de la mano y despacio lo encaminó hacia el interior de la lúgubre casona. Fuera, la lluvia amainó y se dejó sentir un gélido viento que auguraba tragedia.


Texto agregado el 18-07-2017, y leído por 296 visitantes. (16 votos)


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