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Inicio / Cuenteros Locales / Ricky1811 / La Venganza de Ana

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Ana, maestra de grado de una Escuela Primaria Nocturna para Adultos, se quedaba muchas noches después de hora, reforzando las enseñanzas del día con los alumnos más rezagados. Así poco a poco se fue formando un grupo, que siempre se quedaban con ella después de hora.

Una noche, cuando todos se retiraban juntos hacia la salida del colegio, como lo hacían siempre, Roly fingió haber olvidado algo en el aula y se volvió. Tardó bastante en regresar, calculando que ya todos se habían retirado y Ana estaría sola, esperándolo para cerrar con llave.

Así fue. Ana estaba sola y al verlo llegar, abrió la puerta para que saliera, pero el la cerró y la agarró del brazo. Ella entendió inmediatamente y trato de soltarse, pero recibió un fuerte puñetazo en el estómago. Ana siguió luchando, pero a medida que se resistía, Roly se volvía más violento y al final dejó de luchar. Quiso evitar marcas en la cara que no podría justificar en el Colegio

La violó junto al cantero que estaba bajo el hueco de la escalera, frente a la oficina de la Directora. Luego se burló de sus lágrimas y por diversión le aplicó varios puñetazos y patadas y se retiró, amenazándola al salir

­ Y cortala con que la droga es mala y que no deben comprarla porque la próxima será peor

Ana quedó llorando en el piso por un largo rato.

La droga había ingresado a la Escuela y se desparramaba como un cáncer entre el alumnado. Había consumidores y vendedores. Y por supuesto había tensiones originadas entre las varias pandillas que se disputaban el monopolio de la venta.

La más fuerte y numerosa, era liderada por Rolando Vera, alias Roly. La otra era conocida como Los Peruanos, pero era menos numerosa lo que le permitía a Roly ejercer el control mayoritario del Colegio.

Ana es una maestra de alma. Desde el primer día que asistió a clases siendo alumna Ana se prometió que alguna vez ella sería maestra. Fue una estudiante sobresaliente y con esfuerzo logró su sueño y se graduó de Maestra de Enseñanza Primaria.

Su primer trabajo fue en la Unidad Penal 15 de Batán. Un trabajo difícil para cualquiera y cuanto más para una principiante, pero desde el primer día y durante toda su carrera fue una maestra ejemplar.

Hizo amistades duraderas entre los alumnos del Penal, alguno de los cuales eran convictos por delitos peligrosos y aún aberrantes. Ella no tomaba en cuenta lo que habían hecho. Lo importante -les decía- era lo que iban a hacer en adelante. Los internos respetaban su dedicación al trabajo. Y si aparecía alguno nuevo, se encargaban rápidamente de enseñarle respetarla-

Cuando fue trasladada a la Escuela Primaria Nocturna para Adultos, continuó en contacto por correspondencia con varios de ellos, especialmente con uno de los más peligrosos, conocido como Toto.

Encaró su nuevo trabajo en la Escuela Primaria Nocturna con el mismo entusiasmo y pasión que ponía en cada cosa que hacía. Allí realizó toda su carrera docente, hasta alcanzar finalizar su carrera docente.

Roly, un pésimo estudiante, se había incorporado al grupo de estudio que casi todos los días se quedaban repasando la clase con Ana. Pero a él no le interesaba estudiar. Se quedaba porque eso le permitía estar hasta última hora en el Colegio y supervisar toda la actividad de la escuela hasta el cierre.

Después de la violación, aunque nadie notó el cambio, porque lo disimulaba, Ana ya no fue la misma.

Una respuesta casi universal a la violación es sentir miedo ante situaciones que parecían seguras antes de la agresión, como salir sola de noche por ejemplo. Se sentía vulnerable y ya no confiaba en los demás, incluso aunque no existan motivos para ello. Comenzó a evitar las situaciones, lugares y personas que le recordaba lo sucedido.

Enseguida apareció la vergüenza y un sentimiento de culpabilidad, por haber sido tan imprudente y confiada como para quedarse sola con él, o por no haberse defendido lo suficiente, pero no quiso recibir golpes en la cara que al día siguiente no podría explicar en el colegio.

Estuvo varios meses deprimida y angustiada. Comenzó a pensar seriamente en el suicidio. El sentimiento de culpa era abrumador. Sentía que ella era la responsable de lo ocurrido.

Pero el temple de Ana era indestuctible. Pronto comenzó a razonar a la inversa. La culpa, pensó, siempre es del agresor y en ningún caso de la víctima. Porque nadie hace o dice cosas con la finalidad de ser agredido. La violación es un crimen y no está justificada en ninguna circunstancia.

Entonces pasó de la culpa y la vergüenza al odio hacia el agresor. Pero un odio y un rencor que la quemaba por dentro, un odio feroz y entonces sintió la necesidad de la venganza. Por primera vez en su vida comenzó a tener pensamientos violentos. Tendrá que ser una venganza cruel, humillante y definitiva.

Pasó noches enteras sin dormir, tramando como desquitarse. Una cosa es pensarlo pero hacerlo es algo muy distinto. Y hacerlo sin que nadie sospeche nunca de ella. Pensó en desatar una guerra de pandillas. Pero aún si lograba provocarla, no era seguro que Roly sufriera daños, y si podría causar sufrimiento a personas inocentes.

Y entonces, ¿cómo? Roly es violento y despiadado. No puedo fallar porque el me matará si se entera Tendré que ser más violenta y despiadada que él, pensó.

Ana, recordó el inicio su carrera docente en la Unidad Penal 15 de Batán. Trabajó años allí, y desarrolló amistades y lealtades duraderas con los internos. Con uno de ellos todavía se carteaba. Tenían casi la misma edad, así que se entendían perfectamente. Frecuentemente Ana le enviaba libros que él leía para después por carta, intercambiar opiniones sobre el texto.

¿Quién mejor que él para asesorarme? Y decidió ir a visitarlo el próximo domingo. Estaba alojado en el Complejo Penitenciario Federal Nº 2 de Marcos Paz, un instituto de máxima seguridad, en una celda que no compartía con nadie, por su temperamento siempre proclive a la violencia.

­ Interno 1650, tiene visitas, le anunció un guardia cárcel.

­ ¿está seguro? yo no tengo a nadie afuera

­ si, estoy seguro, vamos

José “Toto” Bartrina había pasado la mayor parte de su vida en distintas cárceles de todo el país. Había sido un peligroso ladrón a mano armada y un homicida despiadado. Era considerado un sociópata, una persona incapaz de sentir empatía por otros ni remordimientos por sus acciones. Recientemente había matado a golpes a otro interno por una discusión trivial. Estaba en una celda que no compartía nadie por su temperamento violento.

Se alegró muchísimo de ver a Ana. Charlaron de muchas cosas y el tiempo pasó volando. Ana no le mencionó el motivo real de la visita y quedaron que volvería a visitarlo próximamente.

Y luego de varios domingos, cuando Ana calculó que se había establecido un vínculo, consideró llegado el momento de poner en marcha su plan. Dejó de visitarlo durante dos domingos y al tercero se presentó con un pañuelo en la cabeza y anteojos negros, con un pañuelo en las manos.

­ ¿Pero qué te pasó Ana?, preguntó el Toto

­ Ay Totito, contestó entre lágrimas fingidas, me pasó lo peor que puede pasarle a una mujer

Toto, no precisaba más para entender en el acto. No en vano había pasado casi toda su vida en compañía de asesinos y violadores. La cárcel es una maestra feroz, pero logra resultados. Allí es importante entender rápido, es cuestión de supervivencia

­ ¿quién fue?, preguntó con tono siniestro -y continuó- ni se te ocurra hacer la denuncia a la policía, esto lo arreglamos nosotros.

­ ¿pero cómo Totito, si vos estás aquí encerrado? dijo Ana todavía sollozando

­ Conozco gente afuera. Me deben favores. Cuando caí en cana yo no abrí la boca. Me banqué todas las palizas que me dieron, pero no abrí la boca, jamás delaté a nadie. Ahora ellos están afuera gracias a mi y lo saben. Me deben favores. Dame el nombre y dónde lo podemos encontrar y yo me arreglo

­ Ay, no se Totito, tengo que pensarlo dijo Ana. Estoy tan confundida que no se que hacer.

Y se retiró cabizbaja y sollozando, pero satisfecha, hasta ahora todo bien. El resto del domingo lo pasó en casa, repasando cuidadosamente los pasos a seguir, cuando de repente tuvo un idea genial, algo de una ironía suprema. Algo que significaba mucho más que una simple paliza. Era la venganza perfecta y la humillación definitiva, pero tenía que pedírselo a Toto, y -pensó- será muy difícil que él esté de acuerdo. Había que manejarse muy bien porque Toto era tan violento como imprevisible.

El siguiente domingo no fue a visitarlo. Quería crear un suspenso, fingir una duda, y lo logró, porque cuando volvieron a verse, Toto preguntó ansiosamente

­ ¿Me trajiste los datos que te pedí?

­ no se que hacer Totito. No quisiera que te metas en problemas por mi culpa.

̶ Vos por eso no te preocupes, yo estoy de por vida, ¿qué más me puede pasar?, le contestó, y continúo, vos me enseñaste a leer y escribir. Me mostraste un mundo nuevo y eso no te lo podré pagar con nada. Esto es lo menos que puedo hacer, finalizó Toto

­ ¿y qué le van a hacer, si te digo el nombre?

­ ¡matarlo como a un perro! contestó Toto en el acto

­ Ay no, Toto, eso es demasiado... no quiero que lo maten

̶ Está bien Ana, le van a dar un paliza que no lo va a reconocer ni su madre

­ bueno Totito, eso estaría bien, pero tengo miedo que se les vaya la mano. Y además podría relacionarme a mí con lo que le hagan.

­ Nos ocuparemos de eso. No te preocupes. Jamás se le ocurrirá pensar que vos tuviste algo que ver. Dame el nombre, dijo Toto, ¿por qué dudás tanto?

­ sabés que pasa Toto, que aunque lo den una paliza, podrá volver a violar a otras mujeres

­ y entonces, dijo Toto, no te entiendo Ana

­ ¿sabés que me gustaría en realidad? -dijo Ana- pero me da vergüenza decirlo

­ bueno, pero decilo de una vez Ana, por favor

Y la expresión de Ana, siempre tierna y risueña se endureció con el reflejo del odio que la consumía. Su mirada dulce de siempre se hizo fría como el acero y mirando a Toto a los ojos dijo calmadamente

­ Una buena paliza, Toto, está bien para empezar, pero lo que más quiero, lo más importante para mí, es que le corten los testículos y quiero que me los traigan, para estar segura que ya no va a lastimar a otra mujer.

Este era el momento decisivo. El punto más riesgoso de su plan. Hizo el pedido como ya lo había ensayado tantas veces en su casa. Ahora tenía que esperar la respuesta de Toto. Tuvo miedo de su reacción, porque el se quedó mirándola con los ojos abiertos de asombro. Ana pensó que se negaría, que lo había arruinado todo. Pero para su sorpresa y alivio Toto sonrió complacido. Él apreciaba el carácter dulce y amable de Ana, pero ahora también sintió admiración por esta mujer que detrás de su apariencia angelical tenía el temperamento de un tigre.

­ No esperaba esto Ana, pero así será si son tus deseos. Tengo que hablar con los muchachos y ya veremos, dijo Toto

Y entonces, discretamente, Ana le pasó un papel con los datos de Roly. Después, cada domingo siguió visitando a Toto regularmente, pero jamás volvió a tocar el tema y él tampoco.

Pasaron varios domingos y ella los visitó sin faltar jamás. Parecía que ambos se habían olvidado de todo esto. Hablaban siempre de los años de colegio que habían compartido, de los últimos libros que ella le había entregado. Ana lo estimulaba para que continuase con la secundaria, pero no quería, aunque prometió que lo pensaría. Toto tenía una inteligencia brillante.

Un viernes a la mañana, antes de la ceremonia de izar la Bandera, Ana sintió un alboroto que armaban los estudiantes afuera cerca de la puerta de entrada del Colegio del lado de la calle.

­ ¡Vamos a matar a todos los peruanos!, decían

­ ¡Tenemos que ir a buscarlos ya!

Ana abrió la puerta y encontró a más de 20 alumnos enfurecidos hablando entre ellos. El que estaba más cerda de ella era el Chiquito García.

­ qué pasa Chiquito, le preguntó

­ ¡lo caparon al Roly! -le contestó furioso- ¡eso pasa! y parece que fueron los peruanos

­ ¡qué horror! pero ¿está vivo? preguntó Ana fingiendo preocupación

El Chiquito no le contestó, ya se había unido al resto del grupo que seguía jurando venganza contra los peruanos.

Ana entendió que la gente de Toto, al darle la paliza y mutilarlo, le habrían hablado algo del manejo de la droga en el Colegio. Una pequeña inteligencia previa les habría permitido conocer que había bandas rivales e inculparlos, con un simple comentario como ¡desde ahora la droga es nuestra! y listo. Una obra maestra: Roly supondría que eran los peruanos. Genial, pensó

Las autoridades del Colegio decidieron otorgar asueto ese día y evitar así las venganzas. También llamaron a la policía para explicar lo que había pasado, sugiriendo que era un ajuste de cuentas entre pandillas y pidieron una custodia para el edificio. Difícilmente la policía se molestaría en investigar peleas entre traficantes menores.

También dieron intervención al Consejo Escolar, para que ellos decidieran los pasos a seguir. Supuso que trasladarían a los implicados a distintos Establecimientos.

En cuanto a Roly, después lo pensó, era mejor que estuviera vivo. Mejor, para que sufra mientras viva la vergüenza de ser un eunuco. Además, la larga convalecencia le costaría su posición dominante en la pandilla, que no aceptaría a un castrado como jefe. Su amante lo abandonó poco después. Ana estaba satisfecha, Roly había sufrido una derrota y una humillación definitivas. Después supo que la paliza fue tan violenta que ya no volvería a caminar. Pasaría el resto de su vida en silla de ruedas.

Al día siguiente a la tarde, tocaron el timbre en lo de Ana. No esperaba a nadie, salvo tal vez la policía, pero no

­ buenas tardes, ¿usted es la señora Ana? preguntó un hombre joven bien vestido.

­ si, soy yo, contestó

­ Vengo a entregarle algo que le manda Toto. Me dijo que usted lo estaba esperando.

­ ah si, muchas gracias y dígale que se lo agradezco mucho

Tomó el paquete fingiendo una indiferencia que no sentía. En realidad se puso a temblar cuando cerró la puerta. Por supuesto, sabía lo que contenía el envoltorio que estaba fuertemente envuelto en un plástico grueso. Se tranquilizó y sintió que se había vengado al fin.

­ Hola Roly, tanto tiempo, ¿te acordás de mi, no es cierto?. Te estaba esperando. Te voy a mostrar tu nueva casa. Ojalá te guste

Colocó el paquete al lado de una maceta que ya había preparado. En el fondo una capa de tierra, sobre la que colocó el paquete y encima otra capa con la planta y sus raíces. Finalmente apisonó la tierra suelta, y desde entonces la regó muy poco, para obligar a la planta a buscar humedad profundizando las raíces.

Ordenó la mesa de la cocina donde había efectuado el trasplante, guardó los elementos de jardinería y se dirigió a la salida, apagó la luz y al cerrar la puerta dijo cariñosamente

­ Hasta mañana Roly, que descanses, mañana te llevo al colegio.

Con los años, Ana llegó a ser Directora del Colegio y ocupó la Dirección, cerca de la puerta principal y enfrentada con el hueco de la escalera a cuyos pies había sido violada.

Cuando ocupo la Oficina, colocó la maceta en un espacio que hizo entre los libros de la biblioteca frente a su escritorio. Le hablaba como si fuera una persona cuando la regaba, nunca más de dos cucharadas de agua, para obligar a la plata a profundizar las raíces. Todo el Colegio bromeaba sobre su ocurrencia de hablarle a una planta

Había recobrado su entusiasmo por el trabajo y su habitual buen humor. Pasaron los años. Seguía visitando a Toto, pero jamás volvieron a hablar del tema, aunque el secreto que compartían los unía. Toto había comenzado a cursar estudios secundarios y ella lo ayudaba cada domingo con los estudios. La compañía y consejos de Ana parecían haber moderado por fin el carácter de aquél hombre tan intemperante.

Llegó el dia en que Ana cumplió la edad reglamentaria para retirarse y le acordaron su jubilación. Seguía con su costumbre de hablar con la planta como si fuera una persona, así que le dijo:

­ Me jubilé Roly. Mañana hacen el acto de despedida y me gustaría dejarte en el colegio

Al día siguiente, en el acto, luego de los discursos y saludos, habló Ana brevemente y les pidió que la acompañaran porque quería dejar una planta en el cantero del hall de entrada, bajo el hueco de la escalera, frente a su Oficina, como recuerdo de su paso por la Institución, No pudo seguir porque las lágrimas se lo impidieron.

Ana colocó la planta en el cantero en el hueco de la escalera, con su maceta de plástico, sólo perforó el fondo, para permitir el paso del agua. Y volviendo a tomar la palabra, agregó:

­ Esta planta que hoy dejo en el Colegio significa mucho para mí. Ha estado muchos años en la biblioteca de mi oficina y la dejo porque quiero que permanezca en el Colegio. Se que estará muy cómoda aquí. Es un lugar muy apropiado, ya que no necesita la luz del sol y será como si yo misma estuviera en el colegio todos los días, junto a ustedes.

No sólo dejaba en el Colegio el buen recuerdo de su imagen. Dejaba algo más, dejaba sepultada la culminación de de su venganza salvaje y brutal, que quedaba en el mismo lugar donde había sido humillada.

Sabía que había cometido terribles pecados llevada por la ira y la soberbia, dos de los siete pecados capitales. Algún día tendría que rendir cuentas. Pero, siendo muy creyente, sabía que trataría esto directamente con Dios, cara a cara, como según la Biblia lo hizo el propio Moisés.

El vicedirector, el señor Taboada, al darle el abrazo de despedida le dijo mirando el cantero

­ Qué lindo recuerdo nos deja Ana. Es un Lirio de Paz que da una flor muy hermosa. ¿Sabía Ana que esta planta se caracteriza por tener las raíces muy apretadas?

No señor Taboada, eso no lo sabía, mintió Ana

Texto agregado el 06-07-2017, y leído por 157 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
06-04-2018 el que siembra tormentas cosecha tempestades satini
09-07-2017 Cultivo una rosa blanca, en junio como en enero.... Jajajá! Muy bueno! Clorinda
08-07-2017 Estimado, su cuento, espero que lo sea, lo he leído varias as veces y cada vez me gusta más. Saludos.... FerdiCartago
 
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