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Inicio / Cuenteros Locales / huallaga / EL HOMBRE Y LA VENTANA (basado en una historia de Juan José Rodríguez)

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Había una vez un señor entrado en años que vivía solo en el pueblo de Quinilla. Estaba delicado de salud por lo que pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en una silla. Todos los días contemplaba la partida de los campesinos que iban a las chacras. Los veía pasar cantando, abrazándose, silbando canciones; y él, desde su ventana, les invitaba frutas o les hacía señas que denotaban su felicidad. Tenía su casa cerca de una quebrada que desembocaba en el río Huallaga. A veces, cuando sus piernas se lo permitían se acercaba a ellos y les llevaba refrescos, les contaba chistes y les animaba a seguir trabajando. Luego regresaba y se ponía nuevamente cerca de su ventana para verlos regresar.
Amaba esa parte de su casa. Lo tenía abierto todo el día y toda la noche, así lloviera o hiciera calor. No le importaba que los pájaros se metieran a su casa y se comieran parte de sus alimentos. Decía que su ventana era parte de su alma y que se refrescaba contemplando la naturaleza, oyendo cantar a los pajaritos y sobre todo viendo pasar a los campesinos.
Cierta vez tuvo que ausentarse por motivos de salud. Antes de partir se acercó a su ventana y le habló largo rato como si le entendiera. Y hasta se puso sentimental cuando tocó el armazón de que se componía la ventana. Un campesino que pasaba por allí fue encomendado para que la vigilara todos los días de su ausencia, la limpiara e impidiera que la mala hierba se adueñara de ella. “Sólo estaré ausente unos días”.
En la ciudad no estuvo tranquilo. Contemplaba las casas y las ventanas le parecían que no tenían alegría, que siempre estaba cerradas y no dejaban ver el interior de las casas. Se sintió triste y mortificado. Así que regresó antes de lo previsto. Y cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue abrir su ventana, reír, abrazarla y quedarse él resto del día a su lado. Por la noche leyó un libro sintiendo el fresco que le llegaba junto con la brisa del Huallaga. Se quedó dormido y se despertó cuando el viento balanceaba la ventana.
Así pasaban sus días y noches.
Un día cayó gravemente enfermo y los campesinos que pasaban por ahí se acercaron a tratar de ayudarle, pero él solo les dijo, no se preocupen por mí, ya estoy viejo, cuiden de mi ventana que es mi alma y mi alegría.
Nadie tocó la ventana. Esa noche hicieron turno para vigilarlo. Pero su edad y su enfermedad estaban avanzados que al día siguiente, antes que rayara el sol falleció. Los campesinos cargaron el féretro y lo enterraron cerca de su terreno. Llegó un fuerte viento que asustó a los presentes quienes buscaron refugio en el primer árbol que había. El viento siguió por largo rato. Luego se fue y empezó a rayar el sol. En ese momento la ventana se cerró bruscamente.

Texto agregado el 31-03-2017, y leído por 97 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-03-2017 Un buen trabajo con una historia interesante y amorosa. Me llamó mucho la atención que la comenzaras con "Un señor" tienes un alma noble. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
31-03-2017 hermosa y tiermo cuento yosoyasi
 
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