Caminaba cabizbajo entre la lluvia al mismo tiempo que observaba las líneas de la acera, mientras pisaba los charcos de agua y sentía cómo la humedad traspasaba la suela de sus gastados zapatos y mojaban sus ya helados dedos. Limpiaba las gotas de sus mejillas y ojos para no perder su ya perdido rumbo, y frotaba su pecho para mantener cálida su ya congelada esperanza. Hacía a un lado los ondulados cabellos de su frente y seguía su camino mirando el cielo entre lágrimas. El frío le hacía recordar su soledad.

Un paso tras otro contaba una y otra vez. No obstante, la cuenta ya había perdido, pues una distancia tan larga como el mismo cielo, pero tan complejo como el amor había recorrido. Su mente en blanco se encontraba al igual que sus bolsillos: sus pertenencias en algún lugar había olvidado, junto al fuego de su mirar. En su mente, ningún pensamiento danzaba; sin embargo, su corazón aun percibía el dulce aroma de su perfume; sus ojos, la belleza de su silueta; y su alma, el cálido sentimiento que le provocaba su sonrisa. Un paso tras otro siguió dando, mientras la luz del sol poco a poco se iba ocultando entre las tímidas nubes, que aun se atrevían a exhibirse dando amenazas de una tormenta.

Un día transcurrió, pero la lluvia no había cesado; una tarde pasó, mas su destino aun no había encontrado. Una pesadilla vivió; sin embargo, aun no había despertado.