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Una sociedad donde los violadores se sientan en la misma mesa que los justos y todos levantan las copas para brindar por un futuro trasparente.

“Yo nunca me hubiera imaginado que una violación fuera lo que me devolviera las fuerzas para vivir, antes de darme cuenta en que realidad era la que estaba inmersa me daba por dejar que los demás abusaran siempre; pero si podemos sentarnos justos y violadores en una misma mesa y brindar en año nuevo por un futuro trasparente, creo que finalmente me puedo perdonar no ser lo que ellos quieren. ¿Al final cual delito es peor? ¿No cumplir con expectativas ajenas o violar sistemáticamente a una nena durante toda su adolescencia?”

Alguna vez durante una sesión del TEDx Rio de la Plata la doctora Inés Hercovich dejo helado a todo el auditorio entre los que me encontraba explicándonos como muchas mujeres negocian sexo por vida (*) y la razón principal de nuestra estupefacción fue nuestra resistencia a creer las estadísticas alarmantes y lo cercano que estaba este fenómeno a nuestras vidas. A mí en particular me choco nuestra incredibilidad al testimonio de la víctima; como cuando alguien nos cuenta un suceso tan chocante como este nuestro cerebro busca argumentos justificantes para el delito.


Las familias latinoamericanas se han constituido en cimientos morales muy cerrados y en ocasiones tartufos cuyos planteamientos caen por si solos, ahora recuerdo que en el colegio tenía una compañera que tenía una relación bastante compleja con su padre quien insistía en coartar su libertad argumentando que iba a hacer muchas locuras porque el de joven había sido muy “perro”; este cuestionamiento cae por su propio peso porque no podemos culpar al otro antes de la consecución del delito y mucho menos creer que el otro tiene que repetir nuestros patrones de conducta solo por tener nuestra sangre o peor aún que las vivencias futuras de una persona tienen que repetir las propias.

¿Porque nos cuesta tanto creerle a la víctima? ¿Porque nos esforzamos más en proteger al victimario? ¿Porque necesitamos perpetuar “valores morales” que realmente no cumplimos?

La última vez que escuche de un caso de violación (**) no pude dejar de abrir los ojos como cuando como dicen los abuelos a uno le echan gotas, quien me lo contaba (una mujer) argumentaba que dicha persona había pasado por esa situación porque era “una brincona”; ahora pregunto ¿qué diablos significa ser una brincona? ¿Genes de grillitos? ¿Campeones olímpicos de salto con garrocha? ¡Tonterías! Es inconcebible que una menor de edad pueda “brinconear” con una persona mayor y que nos parezca culpable. Podríamos detenernos en la concepción de la idea de la “Lolita” de Nabokov para adornar una realidad en donde alguien con poder somete a una persona (en este caso una nena) a su dominio simplemente porque puede.

Las leyes plantean que cualquier acto sexual con un menor de 14 años cometido por persona mayor de 3 años a la víctima se considera violación y no importa si esa persona es o no quien incita el hecho, el detalle es que al tener mayoría de edad adquirimos unos deberes entre los que se encuentra implícito el hacernos cargo de nuestros instintos sexuales. Otro de los “justificantes” que escuche fue que el victimario era “hombre” como si la condición de genero de una persona tuviera la implicancia de la posibilidad de convertirse en violador; la mayoría de mis seres más cercanos son hombres, crecí en un ambiente muy masculino y me siento muy orgullosa de mis amigos y no creo ni en lo más mínimo que alguno de ellos pudiera cometer un acto tan cuestionable solo por su condición de “hombre” ya que valoro sus capacidades de discernimiento, además no somos simplemente un caldo de cultivo de hormonas en espera, si fuera así andaríamos como perros en la acera.

Para mí el concepto de “hombre” implica más que la cantidad de testosterona, lo largo del pene, la cantidad de pelo en el pecho y la facilidad de ubicación en un puesto laboral; pasa más bien por la construcción de un arquetipo moral con bases sólidas consiente de que sus actos tienen que ser respaldados por sus argumentos, si a mí una persona me dice que cometió un acto ilícito (más si fue sistemático) llevado por sus instintos básicos, más que una excusa yo encontraría en su argumento una contradicción que me llevaría a pensar en el peligro de dicho individuo dentro de una sociedad y la urgencia de apartarlo. Ser “hombre” no puede ser una disculpa para cometer actos imputables sino al contrario tener la capacidad para poner el pie en la raya y entender la consecuencia (y responsabilidad) de nuestros actos sin importar a que tipo de “seducción” o motivación nos sometan. Si consideramos un acto tan vil y cobarde como la violación de un menor “disculpable” para poder mantener el Statu quo de nuestra sociedad deberíamos reformar las bases tartufas sobre las que está construida y empezar de cero (demoler el templo de Salomón para empezar desde la primera piedra).

Una sociedad donde los violadores se sientan en la misma mesa que los justos, es una sociedad en la que no quiero vivir, una sociedad que perpetúa modelos de conducta enfermos haciéndose la de la vista gorda para no hacerse cargo de ello por miedo a desequilibrar la balanza ya desequilibrada de su moralidad. Escribimos y nos quejamos en el Facebook (la nueva forma de decir pero no hacer) de la corrupción, la guerra, la reforma tributaria, la venta de empresas estatales, el precio de la gasolina, las conductas impúdicas de algunos presidentes etc. Pero tenemos la desfachatez de disculpar actos completamente cuestionables en grises cómodos pero peligrosos para no ser tachados de intolerantes y no tener que asumir una posición real frente al delito. ¿Qué podríamos hacer? Podríamos empezar por creerle a la víctima y no disculpar enfermos (morales más que mentales) con argumentaciones sin sentido que eliminan las responsabilidades individuales con generalidades.

Inés Hercovich nos confrontaba con unas estadísticas alarmantes que hicieron sentir incomodo a todo un auditorio (10000 personas mirándonos a las caras en Tecnoplis) tanto así que al final de la conferencia se generó un momento donde no sabíamos si aplaudir, nos había caído agua bastante fría sobre nuestra comodidad y nos hacía cuestionarnos nuestros comportamientos más íntimos (muchos salieron preguntándose qué tan culpables eran de algunos hechos) ella logro que me planteara preguntas y seguramente muchos de mis compañeros también lo hicieron, preguntas incomodas que antes pasábamos por alto; para muchos de nosotros ya no sería tan fácil pasar por alto esas historias que en muchas familias se cuentan como anécdotas, historias que los vecinos perpetúan como chismes o que leemos en el periódico de la mañana mientras desayunamos huevitos revueltos con café (mate y facturitas) para después doblar el papel y olvidar como si nada.

Nuestras sociedades hipócritas merecen ser sacudidas desde nuestras bases más íntimas.
Tartufos.

@danesda (tiwtter)

17 enero de 2016, Bucaramanga

(*)https://www.youtube.com/watch?v=iPk9VTATmGM&t=30s video de la conferencia de Inés Hercovich

(**)Caso real, para los que se preguntan la nena desapareció y la familia decidió perpetuar el dolor sentándose a la mesa con el victimario, chin chin toquemos las copas. Hagamos invisible la maldad que nos tapa los ojos.

Texto agregado el 13-02-2017, y leído por 77 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-02-2017 Cuando una sociedad hace oídos sordos a quienes son víctimas de este flagelo,su moral es cuestionable e hipócrita.Tu texto toca un tema de palpitante actualidad en Colombia y en el mundo.UN ABRAZO. gafer
13-02-2017 Un tema complejo y un bien desarrollado, hay que remecer absolutamente esta sociedad plagada de valores plásticos al servicio de una vida carente de amor y guía. Creo que esto ya se fue a la mierda y debemos dar gracias al calentamiento global, pues nuestra inminente extinción es lo mejor que podremos regalar al universo. Excelente texto. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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