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Inicio / Cuenteros Locales / Javiercorreacorrea / La paloma fue testigo ®

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El primer disparo sonó hueco. Como si hubiera sido hecho lejos y no a apenas quince metros de donde se encontraba la más joven paloma blanca en la Plaza de Bolívar. Aunque no tenía la menor idea de lo que ese sonido significaba, se asustó, alzó vuelo y regresó al lugar que le había sido asignado por sus padres en la fachada de la catedral primada de Colombia. Desde allí podría observar todo con mayor seguridad.
El sonido hueco se repitió tantas veces que fue imposible contarlas. Pero después de cada sonido veía con terror que las personas corrían a esconderse, como ella lo había hecho. La diferencia es que las personas no volaban. Apenas se arrastraban por las losas de piedra de la plaza. Años después pensaría que no debió reírse, que fue un acto infantil hacerlo, pero se justificó precisamente por el hecho de ser pequeña. Pero es que, viéndolo desde arriba, era graciosa la forma como los humanos se desplazaban, reptando o girando, aunque había otros que se parapetaban para detonar más sonidos huecos.
El mayor susto fue en la noche, cuando un aparato inmenso, que tampoco volaba, emitió el más fuerte de todos los sonidos, escupió una columna de fuego que se estrelló contra un muro y le abrió un boquete del que empezó a salir humo. Entendió menos todavía. Trató de preguntarles a sus padres, pero ellos tampoco entendían. La mamá la cobijó con un ala. El papá zureó lo más alto que pudo, pues los sonidos huecos no eran intermitentes sino continuos. Temía no ser escuchado.
Un día después, poco a poco cesaron los sonidos huecos. De debajo del muro que había sido blanco del fogonazo que abrió el boquete, empezaron a salir personas, filaditas y asustadas, hacia un lugar que la paloma no alcanzaba a ver. Ella tenía hambre, pero no podía dejar, todavía, el escondite. El padre trató de embolatarla al contarle una historia que le había contado su padre y a su padre se la había contado su padre. Varias generaciones antes, también se escucharon sonidos huecos y gritos y advertencias y pedidos de auxilio. Y también habían quemado el Palacio de Justicia, un 9 de abril de no se sabía qué año.
–Las historias se repiten –sentenció, triste, el padre.
Cuando pudieron volar de nuevo, las palomas abandonaron la plaza en busca de comida. Tres días después, todo se había normalizado. Aunque del edificio del Palacio del Justicia no quedaban más que paredes ahumadas. Así permanecieron varios años, hasta cuando cuadrillas de humanos empezaron a demoler lo que había permanecido en pie. Del hueco emergieron otras paredes, que por fin fueron concluidas diecinueve años después. Diecinueve, recordó la paloma blanca, que ya estaba muy vieja y apenas podía volar. Extendió las alas, se dejó llevar por una corriente suave de aire caliente y llegó cerca a la nueva puerta del Palacio, permitió que la corriente girara, la elevara un poco y después la hiciera descender despacio.
–Espero que haya sido la última vez en la historia –pensó en su cabecita blanca, antes de caer en el pedestal de la estatua de Bolívar. Cerró los ojos.

Texto agregado el 19-01-2017, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-01-2017 muy elocuente, una historia contada a vuelo de pájaro -Vincho-
 
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