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NATIVITAS




En el pueblo de Nativitas un miércoles de plaza fue la novedad. Algo inusitado ocurrió espontáneamente, sin intención, por casualidad. De uno y de otros lados fueron llegando aquellos seres desvalidos, los reunió la necesidad. Así, sin que nadie lo anunciara Lauro el mudo empezó a gesticular, contaba —según él— a quienes quisieran verlo, una historia de piratas en ultramar.

Como nadie le entendía Lauro empezó a sollozar, entonces al oír su gemido, Susanita la ciega dejó su bote de limosnear y empezó a decir la historia que supuestamente Lauro quería contar. La gente se reunió en torno de ellos y casi todos dejaban caer algunas monedas en sus botes. Causaban gracia los dos, su sentido del humor y el auto escarnio a su ausencia de vista y de voz. Humor desconocido que provocaba sonrisas y aplacaba las prisas por ir a comprar.

Sus botes casi se llenaron a diferencia de los demás. Esto provocó la iniciativa de participar en los otros. Nicolás el viejo minero que había perdido las manos en una explosión de dinamita en una mina de la serranía, le hizo un coro de aplausos con la boca a los relatos de Susanita. Pla pla pla, pla pla. Acopló su “decir” al ritmo del relato de la ciega. Las sonrisas se volvieron risas, más gente se acercó a mirar. Gertrudis la invalida en su destartalada silla de ruedas inició unos giros al compás del pla pla pla y todo se hizo carcajeo, hilaridad, guasa de la buena, se llenaron todos los botes. ¡Éxito de comicidad!

Al siguiente miércoles de mercado el mismo grupo empezó a “actuar”, hubo risas, aplausos de verdad, pero las limosnas ya no fueron igual. Los interesados necesitaban de aquellas dádivas, se pusieron de acuerdo para mejorar su espectáculo. En la siguiente presentación Gertrudis adornó su silla de ruedas como árbol de navidad. Lauro consiguió un disfraz de arlequín con docenas de cascabeles que tintineaban a cada ademán o brinco que daba el mudo. Susanita se aprendió unos chistes que supuso podían gustar y Nicolás el hombre sin manos ahora bailaba acompasando su pla pla pla, pla pla.

La gente en menor número se acercó por curiosidad, las limosnas fueron menos, las risas igual. Tal parecía que el humor cuando es repetitivo, cuando pierde su espontaneidad no gusta igual. Sin embargo, aquel grupo de “actores” tenían su público cautivo y algunas risas se alcanzaron a escuchar.

La necesidad de las limosnas era tanta que el grupo de indigentes continuó su espectáculo, pero lo que un día llegó a ser hilarante ahora causaba más lástima que las discapacidades de los actores. Si usted quiere constatar la verdad, en un miércoles de plaza en el pueblo de Nativitas la encontrará. No está muy lejos, solo a unos kilómetros de aquí y de allá.


Texto agregado el 04-12-2016, y leído por 331 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
05-12-2016 Tu texto tiene una extinta forma de relato casi de juglares. Tiene buena rima y ritmo. Creo que excelente para cuentos para niños. 5+ Nazareo_Mellado
05-12-2016 Eres un creativo, muy pocas veces leí un relato con personas con discapacidad como "actores", bien. Posees una pluma fluída que hace de tus textos un placer al paladar. Un abrazo dulce. gsap
05-12-2016 Por eso hay que reinventarse. Muy bueno Jesús. Landriel
04-12-2016 Cuando era chica y estaba en el colegio, si se contaba un chiste más de una vez, se decía "chiste repetido sale podrido". Vino a mi mente, luego de leer este relato, que deja misma enseñanza. ***** jdp
 
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