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Un día cualquiera de un otoño, particularmente luminoso y frío, donde el cielo límpido y azul sorprendió al caminante, el Tuco Flores, agradeciendo a madre natura por donarle un día tan pletórico de serena y esplendorosa belleza.
Eran las últimas mañanas otoñales, quizás como la vida misma donde se puede estar contentos con el simple y extraordinario hecho de caminar, antes de la vejez profunda, o del aguijón del invierno que se llevará el sol, meditaba nuestro caminante de calles, antes de sumergirse al bar de siempre, donde sus amigos jubilados disputaban una rumorosa partida de naipes, disfrutando del buen vino rojo.
El Tuco no era hombre de naipes y se concentró en su café y en la lectura del diario, mientras el humo de su millonésimo cigarro recorría el tibio camino de sus alveolos y conductos alveolares, dejando tras de sí catarro, tos rebelde, nicotina siempre más espesa y, últimamente en su espíritu, un vago pero creciente temor al cáncer, muy publicitado en la cajetilla de sus cigarros preferidos, donde aparecen fotos de enfermos terminales o de pulmones destruidos por el mal.
La lectura del diario lo llevó de inmediato a la sección policial. Le apasionaba la crónica policial, principalmente las noticias de los crímenes no resueltos, sobre todo los del pasado lejano. Crímenes de noches solitarias y de espesa niebla.
Su favorito: el destripador de Londres, pero también lo atraía la curiosidad por las vidas misteriosas de feroces y valientes criminales definitivos. Valientes a la hora de enfrentar el dolor físico de los interrogatorios policiales.
Consideraba como uno de estos particulares valientes al elegante y refinado múltiple asesino francés Landrú, que jamás confesaría sus centenares de asesinatos de mujeres solas, y cuya cabeza rodaría bajo el sórdido y oxidado golpe de la guillotina llevándose sus macabros secretos al silencio eterno de su tumba.
El Tuco Flores describía a sus amigos, con lujo de detalles, las crónicas rojas de infinidad de crímenes y vidas de criminales legendarios, como también las novedades más recientes adornadas por su imaginación de lector de literatura policial.
Le gustaba entrar en los particulares mínimos, de efecto, señalar e indicar el detalle. En el caso caso de Landrú se detenía en los interrogatorios y sus interrogadores, los cuales, decía, agotaron las más refinadas variantes de las torturas de la época, hasta convencerse que el elegante criminal pertenecía a ese uno, de cinco mil casos de personas que no hablarían jamás, ante cualquier tipo de interrogatorio-tortura. Eran casos documentados, como el del héroe de la Resistencia griega y poeta, Alekos Panagulis; pero ésta es otra historia.
El Tuco Flores contaba que cuando los interrogadores de Landrú se convencieron que éste no hablaría jamás, decidieron jugarse la última carta y llamaron a un famoso investigador, capaz de hacer hablar hasta las piedras, ayudado tan solo por una aguja. Los interrogatorios duraron días enteros, pero Landrú no confesó, y el famoso investigador debió abandonar su macabra empresa, derrotado, junto con su aguja.

El diario de ese día traía una extraña noticia que Flores leyó a sus bochincheros camaradas de ocio, post partida de naipes, y que todos analizaron y discutieron ampliamente.
La noticia era aséptica, seca, artículo cincelado al hueso. Se comentaba por sí misma: una joven mujer africana masacró a golpes a su marido europeo, rompiéndole el tabique nasal, pateándole los testículos, arañándole el rostro..., el marido, 25 años mayor que ella logró llamara la policía, a la cual la mujer explicó que lo había agredido porque la actividad sexual del marido era completamente escasa, dejándola absolutamente insatisfecha. Además se sentía traicionada, porque su marido había hecho uso abundante de viagra, engañándola, para así convencerla a esposarlo.
La sensual y ardiente morenaza creyó haber esposado un sátiro o un tigre, y se encontró con un fraile o un gatillo mojado, y liberó, ella, la fiera furiosa que dormía en su sensual cuerpo.
Entonces, ¿dónde está el amor en esta historia o éste es, simbólicamente, una simple patada en los huevos? –preguntó el Tuco Flores a sus amigotes del bar.

P.S.
Historia cincelada gracias a los comentarios de los compañeros cuenteros guy y pato-guacalas.

Texto agregado el 14-11-2016, y leído por 599 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-01-2017 Siempre estáis JUGANDO. ¿O es que el cincel asesinó a los gerundios antes de mi lectura? Muy ameno el texto. justine
03-01-2017 Criminales que jamás hablaron más sus huellas dejaron y la policía actual los podría haber descubierto con esa tecnología sofisticada sin aplicar ni corriente ni agujas nada de terapeuticas. Feroz el remate. guidos
02-01-2017 Qué bien. Nunca te leí errores tan pronunciados como repetir palabras (gerundios) en una sola frase, pero nunca es incorrecto en sencillos humanoides. Abrazo. rhcastro
30-12-2016 Cada quien goza como puede.Un saludo afectuoso- Marthalicia
15-11-2016 Está muy bien. Veo ciertos descuidos por ahí, no me gustan esos gerundios y alguna puntuación. El grado de exagerada adjetivación del inicio me cayó bien al final. guy
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