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Mamá había muerto, ocurrió a finales de Agosto y por primera vez le tuve miedo a la parca, no por mí sino por ellos.
Ellos fueron los seres que me brindaron la soledad de noches plateadas y de días de oropel traslucido.
Le tuve miedo a la muerte porque mamá no se merecía tal final, se merecía uno peor, una tortura inagotable, una agonía interior que la incinerara por dentro.
Mamá no se enfermó, mamá tenía ciertas perturbaciones mentales pero no se suicidó, mamá fue promiscua hasta en los últimos días de su malgastada vida pero no contrajo ningún tipo de virus infeccioso.
Mamá parió cuervos que le arrancarían los ojos y yo fui la primera de ellos, el cuervo mayor que se golpearía de por vida contra el muro de los celajes luminosos.
Mami tuvo miedo cuando la observé a los ojos, admito que me asqueaba haber salido de tan burda y maliciosa mujer. Ella no tenía corazón, le sobraban sinsentidos y accionaba con una siniestra incoherencia.
No pensaba culpar a Dios por mi aprehensión interna, pequé desde que tengo memoria, pequé como manifestación innata.
Mamá murió de matricidio, disfruté verla apagarse lentamente, una parte de mí se sentía en redención y gritaba de pura felicidad. Ella fue la representación del abandono, la cristalización de la maldad y la satanización del niño Diablo. Ella se iría, antes que su narradora, ¡al mismísimo infierno!
He matado a mi madre y me iré a flagelar mi alma a los subsuelos de la perdición , pero necesitaba equilibrar la fría balanza del daño.
Cuando le arranqué la vida no me imploró, no parecía dolerle la opresión que ejercían sobre las extremidades de su cuerpo los alambres de púas, no se quejó ni le sorprendió que fuera yo quién tomara su vida por el cuello. Mamá sonrió.
Mamá tampoco se disculpó por la ausencia que ejerció sobre los cuervos, ella los parió y se alivió, pero tarde o temprano daría cuentas de sus actos frente a los incestos que cometió sin remordimiento alguno.
Mamá yace muerta y su alma no tendrá descanso piadoso en los aposentos del niño Diablo, se retorcerá pero no desfallecerá.
Es enfermo pero ya no temo, cesó el dolor en mi alma y si he de ir al infierno no me opongo, me entrego a ese infortunio designio celestino, he peregrinado en un infierno interno y bajo la contemplación austera e indiferente de los dioses mitológicos que habitan las profundidades del universo. He vivido a la sombra de mis reflexiones y a la tenue luz de mi conciencia.
Debo irme, alguien llama sin cesar a la puerta y son ellos, los cuervos de la parca que vienen a arrancarme las órbitas existenciales como consecuencia de tal aberrante hecho; éstas con las que he contemplado la inmensidad alegórica de la vida, éstas con las que he congelado las instancias de esperanza ante la falsa proeza del reencuentro.

Triste desazón del viajero
en la poniente oscuridad
de la infinitud de los desvelos.

Texto agregado el 27-08-2016, y leído por 224 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
28-08-2016 Excelente...aún existe la sed de justicia en el personaje...Sabe que no es lo correcto pues sabe que vendrán tras el "ellos" y siente miedo ***** Nazareo_Mellado
27-08-2016 Bates todos los records de Edipos, Electras y cualquier enclave de altivos escenarios mitológicos. Y lo forjas con tal fuerza que uno se pregunta si no lo haces adrede para dejarnos noqueados todo el fin de semana. Brutalmente insuperable. Visceralmente soberbio. Espléndidamente atormentado. -ZEPOL
27-08-2016 Por el título uno esperaría encontrar un rosario de agradecimientos y se sorprende en el tercer párrafo y continúa así hasta el final seroma2
27-08-2016 Por alguna extraña razón, me gusta como escribes, e incluso como "matas"....***** grilo
 
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