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NI LA UNA NI LA OTRA.




La confianza y la desconfianza son hijas de la misma madre, seguramente no del mismo padre, pero da igual. Son eternamente inseparables, pero al manifestarse una irremediablemente excluye a la otra. Todos los locos están siempre armados de una continua desconfianza, lo ha dicho Luigi Pirandello. A lo que yo agregaría: Solo los estultos esgrimen la confianza como una virtud. Porque la primera obligación de la inteligencia es desconfiar de ella misma, esto último lo afirma Stanislaw Jerzy Lec y yo desde luego lo suscribo.

La confianza como tal, tiene su asidero en la esperanza y la fe, por ello tiende a ser irracional. La desconfianza generalmente se amuralla tras supuestos: “y si no”, “tal vez”, “y si sí”, son elucubraciones con cierto grado de raciocinio pero endebles de origen. Porque confiar o desconfiar no es una técnica ni una ciencia, es una conducta volitiva, un impulso individual supeditado en su manifestación a factores externos del individuo. Cuántas veces sin conocer a una persona nos expresamos de la siguiente forma: “Su aspecto no me da confianza” “Nada más verla, le tuve confianza”. Y está bien, porque el sujeto primero confía en sí mismo como entidad orgánica, y luego trasciende a creer en sí mismo como sujeto psicológico, y esto le permite confiar en los otros. La confianza entonces nace en la capacidad que tienen los seres humanos de ser sujetos no sólo que sienten, sino también saben que sienten. Confiar en uno mismo, en los otros y en las cosas siempre sugiere un acto de seguridad del yo.

La confianza, al igual que la desconfianza está formada por actitudes, deseos, creencias, expectativas y emociones las cuales impregnan la vida del ser humano. ¿Por qué confiamos en nosotros mismos, en las personas, en las instituciones, en las cosas y en la naturaleza? ¿Cuál es la causa de la grotesca ambivalencia de confiar y desconfiar de lo mismo? ¿Estamos preparados mental y emocionalmente para soportar errar en nuestra confianza o desconfianza?

Aquel anochecer Atanasio iba rezagado del grupo de obreros que regresaban al poblado de Amuchitán después de haber trabajado toda la semana en una población distante de su lugar de origen. Caminaba con paso apresurado, casi corría, confiado en que alcanzaría a los compañeros antes de llegar a la cerrada espesura que se interponía como obstáculo natural entre él y su poblado. No fue así, al llegar a los límites del bosque descubrió con desencanto la ausencia de los otros obreros. Dudó unos minutos que le sirvieron de descanso en su caminata. Luego, confiado en su instinto de orientación y en la experiencia adquirida después de recorrer ciento de veces ese camino, se aventuró a atravesar el bosque. No le importó la negrura de aquella noche tan especial. Ni la amenaza de tormenta. Pleno de confianza, Atanasio se adentró en la espesura de la vegetación. Un rato después detuvo su andar, pues el ambiente se llenó de tinieblas al grado de no alcanzar a distinguir la palma de su mano, excepto cuando el resplandor de un relámpago iluminaba fugazmente el lugar. Enseguida la tormenta se dejó venir con gran intensidad. El hombre intentó apresurar el paso y perdió pie cayendo de bruces entre el lodazal que ya se había formado. Cuando se levantó adolorido por el golpe de la caída, con desconsuelo reconoció ya no tener confianza del todo en su instinto de orientación. Como la confianza y la desconfianza no aceptan grados ni matices, estaba claro: Atanasio había perdido el rumbo. Aterrorizado empezó a gritarles a sus compañeros con la esperanza le contestaran de la misma forma y eso le sirviera de orientación para llegar a su destino. Solo el ulular del viento entre el follaje, el ruido de la lluvia al precipitarse sobre los árboles y el estrepito de los rayos al desprenderse del cielo fue lo que escuchó. Aterido, en cuclillas, recurrió a lo que había aprendido desde niño y empezó a rezar. Después de muchos Padres Nuestros e incontables Aves María aceptó de mala gana no saber que rumbo tomar. Le quedaba bien claro: en una dirección estaba el pueblo, en otra la espesura del bosque se hacía inexpugnable, en otra más estaba la gran grieta abierta en el suelo donde en el fondo anidaban infinidad de serpientes venenosas, había un camino más, desandar sus pasos hasta llegar al punto de partida. Atanasio alzó su vista al cielo pidiendo protección divina, su instinto de supervivencia lo impulsaba a seguir caminando de frente, pero él desconfiaba ahora de su instinto. El resplandor de un relámpago lo hizo volver a la mirada hacia su derecha y con la claridad efímera distinguió la gran rama de un árbol, aquella, junto con otra rama formaban una cruz. No dudó más, ese era el camino, “razonando” de la mano de su fe, se dijo que Jesucristo al momento de la crucifixión había prometido el cielo a quien estaba a su derecha. ¡Ese era el camino!, apuró el paso en aquella dirección, luego corrió desaforado… Un alarido agónico y de incredulidad como el de alguien precipitándose al vacío se alcanzó a escuchar entre el bramido de la tormenta.
¿Cuál fue la causa de la muerte de Atanasio, la confianza o la desconfianza?





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En la siguiente entrega sobre el tema de la confianza y la desconfianza, se hará un breve análisis de estas en el contexto del amor. Mientras tanto, si ustedes lo tienen a bien, contesten para sí la interrogante que plantea el relato.

Texto agregado el 11-07-2016, y leído por 439 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
14-08-2016 El título lo dice todo, ninguna de las dos resulta ser la mejor opción en la cual confiar, por eso murió Atanasio, me gusta la forma que escribes Jesús, haces pensar y eso es muy interesante! Pero no confíes en todo aquello que te digo jajaja! Saludos! marcellasant
15-07-2016 Muy buen texto. Opino que hay que desconfiar el doble, de lo que se confíe. ***** grilo
12-07-2016 Estoy muy de acuerdo con tunorte. Creo son las palabras exactas. Un fuerte abrazo Victoria 6236013
11-07-2016 Creo en un destino que en gran parte es resultado del esfuerzo propio. Me gustó tu escrito. un abrazo, sheisan
11-07-2016 La muerte la causa el caos y la fatalidad, uno puede hacer elecciones a partir de la confianza y la desconfianza pero en definitiva lo que determina el éxito de aquella elección no será pues ni una ni otra. Saludos! TuNorte
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