Tengo un amigo músico que fabrica guitarras. Él se llama Rolando y vive solo. Toda su familia se encuentra en Canadá. Lo conocí en una feria de cachureos donde nos topamos comprando libros usados. El, por cierto, buscaba libros de música y yo, algún Nobel extraviado.
Rolando posee un autógrafo del afamado guitarrista español Andrés Segovia. Envidia me dio al ver ese recorte de diario autografiado y la historia que detrás de él se esconde. Habrá oportunidad en que se las cuente.
Lo que no les he dicho es que mi amigo es una persona confiada y buena, y que por eso lo estafaron un día con billetes falsos cuando vendió un órgano. -"Me di cuenta cuando fui a comprar al supermercados", se queja apenado. Pero porfía en que ese hecho no le hará cambiar su forma de ser.
En su tiempo era muy conocido en la ciudad donde vive y eso le molestaba. - "No me gusta la fama"-, me dijo. -"Por eso llevo una vida tranquila y salgo muy poco. Antes, no podía salir a la calle. En todas partes me encontraba con gente que quería saludarme o hablar conmigo. No me sentía tranquilo. La verdad es que mi tiempo ahora lo dedico en dar clases de guitarra y en fabricar estos instrumentos".
Rolando no fabrica cualquier guitarra. Sus creaciones son artesanales, sin preocuparse mucho de la madera, el tipo de cuerdas, el nivel de humedad y otras cosas. Su dedicación y preocupación está en la forma del instrumento, en facilitar su ejecución y en ver si puede aclarar algunos sonidos: -"En eso estoy innovando siempre" - cuenta -, y me explica que para el ejecutante es dificultoso llegar a las notas agudas con las guitarras comunes y lo que complica la curvatura de éstas para tocarla eficientemente en cierta posición. -"Por eso las hago así", señala, y me muestra una extraña y descaderada guitarra, con muchas mutaciones. Luego, habla de las rodillas y de lo fácil que es para el ejecutante su creación, "ya que con ella ahora sí se logra alcanzar la postura de la mano para obtener esas esquivas notas altas", me dice, mientras coge una guitarra y lo demuestra tocando... y la guitarra suena bien.
En su casa se ven fácilmente unas 30 guitarras de diferentes formas y tamaños debidamente ordenadas en las murallas. Rolando las descuelga una a una y comienza a tocarlas. En todas llega sin problema a las notas más agudas. Un amigo común, me confidenció que cuando Rolando estudió en el conservatorio, su profesora, una destacada concertista ya desaparecida, le había dicho que él era el mejor oído que nunca ella había tenido como alumno. Debe ser verdad eso, porque Rolando toca para mi casi sus treinta guitarras, paseándose por diferentes estilos y sin mirar un sólo pentagrama.

En una de esas ejecuciones le hago notar que cuando el toca un tema, las cuerdas de otras guitarras que allí hay, comienzan solas a vibrar emitiendo un ruido extraño. -"Nada de ruidos extraños, me reta, enojado, es que algunas notas se reconocen, son como hermanas, y se van respondiendo". No sé si fueron esas sus palabras, creo que habló más técnicamente, pero en ese momento él deja de tocar el tema que ejecutaba y comienza a lanzar al aire notas sueltas de su guitarra, entonces, se produce un mágico encuentro de notas provenientes al mismo tiempo de casi todos los instrumentos que allí hay. "¡Mira, escucha; mira, escucha; cómo responden!", me dice, como hipnotizado, como en trance. Insistente, casi drogado por la música, que parecía emerger de la nada, en sonidos y ecos.