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De vuelta a la peluquería

Después de una larga ausencia, Olmedo volvió a la peluquería donde se recortó por muchos años.

Sintió una secreta emoción al traspasar la puerta de cristal y escuchar de nuevo el sonido de las discretas campanitas colocadas en el dintel que avisaban su entraba al local, aunque ninguno de los presentes se tomó la molestia de mirarlo pues cada quien estaba ocupado con lo suyo.

Con un vistazo comprobó que todo estaba igual a la última vez: la iluminación, el frio intenso; los 10 sillones donde los barberos recortaban o afeitaban los clientes; la salita de espera del centro, donde los clientes hacían turno leyendo revistas o hablando de política o deportes; y en el fondo las chicas que hacían manicure o lavaban cabezas.

Se sentó en el extremo de un sofá y buscó a Genaro, su antiguo peluquero, al que no tardó en ubicar fuera de su antiguo lugar, aunque, eso sí, vestido siempre con camisa blanca y sobre su pecho una añeja corbata. Seguían igual su pronunciada calva, su hirsuto bigote y sus manos ágiles manejando con destreza el peine y las tijeras.

Cuando éste terminó con el cliente de turno, le quitó la capa y con un cepillo sacudió de su cuerpo los pelos recortados. Entonces, anunció con voz estentórea: ¡el que sigue! Como nadie se movió, Olmedo dedujo que había llegado su turno. Se acercó al sillón del peluquero mientras Genaro, de espaldas, acomodaba sus cosas en el estrecho taburete.

Ocupó el asiento y esperó, pero el peluquero caminó hacia la parte trasera, seguramente al baño y pareció no verlo, aunque esto no le sorprendió: sabía que él era un hombre retraído, además de poco expresivo.

Aunque no le sorprendió su actitud, pero no podía negar que le molestó por su descortesía: recordó que la última vez que estuvo allí le dio un fuerte dolor en el pecho y lo sacaron en camilla al hospital y mientras otros trataban de ayudar, su amigo Genaro ni se inmutó.
En un momento miró el espejo y al verse tembló de espanto pues su rostro y su cuerpo lucían bastante desmejorados. También concluyó que no necesitaba recortarse. Así que, como Genaro no regresaba y la luminosidad y el frío del local eran insoportables, decidió marcharse sin ni siquiera saludarlo, aunque no lo veía desde aquél lejano día que sufrió el problema cardíaco.

Por eso se paró y furtivamente atravesó el salón y salió. Quería alejarse de todos lo antes posible. Raudo regresaría a su habitat donde la paz era absoluta y no sufria la indiferencia de la gente.

Ya en la calle, el inclemente sol del mediodía le calentó los huesos.

Alberto Vasquez.

Texto agregado el 05-07-2016, y leído por 137 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
05-07-2016 Muy bueno ¿Crees que eso nos pasará a todos? Da un poco de miedo ¿Verdad? ***** Saludos. ome
05-07-2016 Excelente y sorpresivo.. me encantó! sheisan
05-07-2016 Tejiste fino esta prosa, amigo querido, tanto, que el final te agarra desprevenido. Excelencia en tu escrito, te felicito. Me sorprendió verdaderamente. Un abrazo con los huesos bien calientes. Jajaja. Besitos. SOFIAMA
05-07-2016 Un trabajo atrapante y muy agíl, buena redacción, bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
05-07-2016 Coincido con carlos. Es final me pareció terrorífico, como me gustan. Felicitaciones. 5* dfabro
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