BITÁCORA
Lunes 4 julio 2016
Hola viejo. ¿Sabes? Son las siete de la mañana. El lecho aún conserva la tibieza de las ultimas plegarias que elevé por tu descanso eterno; te prometí, como siempre, que hoy no lloraría, que el primer pie que asentaría sería el derecho y con tu ayuda até con fuertes cadenas las garras que aún trabajan horas extras en mi adentro.
Acabo de descorrer las cortinas, de acuerdo a nuestras viejas costumbres, y me sorprende ver que la mañana ha colgado a secar de nuestros árboles sus amplios tules, y se me ocurre pensar que son las almas inconsolables de quienes se han ido y no tienen quien los recuerde, por eso aprovechan la mañana para salir a buscar a los suyos, antes de que el día los absorba. Tú no estarás entre ellos, estoy segura. ¿Recuerdas? Siempre te dije que la neblina no era otra cosa más que la condensación de las pelusas que desprenden las alas al batirse al viento cuando la gente las estrena en el momento de partir. También te decía que no es un fenómeno natural mañanero si no que son ánimas tristes y friolentas que salen a tomar el primer sol de la mañana. Se me ocurrió llamarte y decirte: viejo, la neblina ha colgado sus ropones entre los árboles del jardín y no se puede ver el día amaneciendo entre los montes. Entonces recordé que ya no estás aquí, que ya no puedo compartir contigo mis desvaríos y las garras rompieron sus cadenas e hicieron presa de mi …