Déjame en silencio esta noche, mientras trato de escuchar la realidad que yace de mis propios delirios e intentos fallidos, déjame en silencio porque tan grande es mi locura que me pierdo en ella, déjame en silencio aunque tu vos es intermitente en mis sentidos, silencio, silencio... tan solitario, tan turbulento o tan tranquilo.

No sé si lo que hace ruido son mis propios demonios gritándome lo que mundanamente quisiera hacer, no sé si lo que hace ruido son mis propias frustraciones abandonadas, pero no olvidadas… ¿y si yo fuese resultado de mis demonios?, ¿y si yo fuese triunfo de mis frustraciones vencidas?

En el tiempo en el que he sido, he tratado de domar el silencio como a una fiera que se resigna y se acostumbra, pero siempre apareces, eres amigo del tiempo y enemigo de mis palabras, me confundes y me llevas a paraísos e infiernos, en los que solo mi imaginario puede dar certeza de mi experiencia interna, silencio al silencio, tan ruidoso que eres en mi espíritu, tan tormentoso.

Me susurras al oído con ironía cuando me dejas ver mis naufragios en mares ilusorios, que solo han sido sueños, pasiones y batallas pérdidas, mi enemigo confidente, ocultas todo lo que pienso y siento, allá en la soledad de mi cuarto esperas el momento para aturdirme y develar mi conciencia, me dejas al desnudo ante mis propias vergüenzas, ante lo incansable que pueden ser muchas cosas para mí, te ríes, te mofas y brindas con gusto ante mis propios fracasos.

Silencio es lo que pido para ti, no quiero imaginar nada, ni escuchar nada, solo quiero ver la calma con la que me arrullaste en los tiempos de mi infancia, desapareciste en mi adolescencia y dejaste llegar la incertidumbre, y ahora regresas reclamando por un espíritu tranquilo y sereno, pero tú, querido enemigo, con todas las satisfacciones que me has ayudado y más con los desastres que has causado, no quiero que me abandones, porque a ti silencio también te toca soportar mis propios demonios y superar mis frustraciones, podría decirte que esto es una tregua