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En cuerpo ajeno I

Voy a aprovechar mi presencia –espero que temporal- en este cuerpo ajeno para relatarles mi historia.
Todo empezó de improviso, como suele ocurrir en estos casos.
Y digo de improviso porque tengo la seguridad de que quien se ve envuelto en un accidente automovilístico, no tiene la mente preparada para enfrentar las vicisitudes de este inesperado acontecimiento. Si a lo anterior le añadimos lo que estoy viviendo, que nadie dude que mi caso tiene visos inauditos. Puedo afirmarlo pues aunque había leído sobre personas que tuvieron una experiencia similar –algunas veces tras intervenciones quirúrgicas delicadas- mi experiencia es sui-géneris.
Si están pensando en la circunstancia donde la persona es declarada clínicamente fallecida, su alma se desprende del cuerpo físico para visitar un lugar desconocido y vuelve a la vida terrenal para continuar su existencia y relatar a todos su peculiar y excitante experiencia, si están pensando lo anterior, repito, tienen razón: fue exactamente lo que me ocurrió aunque mi situación tiene una característica que no recuerdo haber oído o leído en circunstancias similares.
Voy al grano. Una noche lluviosa del mes de septiembre recién transcurrido, de las que uno sale a la calle para cumplir con un compromiso ineludible, me vi envuelto en un suceso lamentable. Recuerdo que transitaba con toda precaución por una anegada avenida capitalina y que la visibilidad era casi nula. Las ráfagas del aguacero golpeaban fuertemente el cristal delantero y las luces de los vehículos que venían en sentido contrario eran apenas perceptibles. La vía era un verdadero lago. Quienes han recorrido ciudad en estas situaciones saben lo que estoy diciendo.
Un automóvil grande, europeo para más señas, de esos cuya carrocería parece haber sido fabricada de hierro fundido, me embistió a una velocidad muy superior a la que aconseja la prudencia cuando el agua cae a raudales.
Quiero hacer una aclaración, porque soy un hombre honesto: es probable que la culpa fuera mía, en caso de que transitara por el carril equivocado. Eso carece de importancia ahora, pues se trata de un hecho consumado y no se puede dar marcha atrás a lo sucedido.
El impacto fue enorme. Rompí el cristal delantero con la cabeza y segundos después sentí mucho dolor en varias partes del cuerpo (aún en estos momentos no sé exactamente los traumas y huesos quebrados que tiene mi otra envoltura carnal). Tuve tiempo para ver, eso sí, como se detenían algunos conductores que pasaban por el lugar para curiosear o para auxiliarme, como finalmente lo hicieron. Sufrí un ligero desmayo y desperté cuando dos hombres me sacaban del carro. Al intentar levantarme sentí una gran punzada en el brazo izquierdo.
Recuerdo que bromeaban conmigo queriendo minimizar mi sufrimiento: “No sea pendejo, compadre, que usted no tiene nada”, aseguró uno de los presentes.
En pocos minutos llegó una ambulancia. Me subieron a una camilla y me introdujeron en el vehículo. Ahí tuve un momento de lucidez y le di mi nombre y teléfono a uno de los que me asistían. Sentía un sabor salado, pues la sangre de las heridas de la cara llegaban hasta mi boca, a pesar que alguien trataba de contenerla con un pañuelo. Pregunté por mi auto. “No tiene gran cosa”, oí decir con alivio.
Al llegar al hospital fui depositado en una camilla con ruedas y conducido a través de un largo pasillo. Luego me introdujeron a un cuarto de proporciones medianas. Allí contesté unas preguntas con las que llenaron una ficha; me quitaron la ropa, me vistieron con una bata blanca y curaron todas mis heridas superficiales. Oí cuando el doctor sentenció: “Creo que tiene roturas. Vamos a hacerle unas placas”; y me llevaron a la sala de rayos X. Posteriormente, como me quejaba del dolor, me inyectaron un sedante, supongo, pues dormí inmediatamente.
A partir de ese momento no sé lo que sucedió. Tuve conciencia de mí cuando observé desde lo alto de la sala de operaciones que un grupo de médicos, con bisturí, pinzas y otros instrumentos que no conozco, concentraban sus esfuerzos en realizar con éxito la cirugía que me practicaban.
Puedo relatarlo pues lo vi desde mi privilegiada posición. Fue entonces cuando tuve conciencia de que estaba muerto, o por lo menos, en ese proceso. No sentí ningún apego a la vida terrenal. Me invadió una gran paz mientras viajaba por un túnel cálido y luminoso que me transportó a un lugar paradisíaco, ante una Presencia Divina que presentí, aunque no pude ver.
“No ha llegado tu hora. Tienes que regresar.”, me ordenó sutilmente, por telepatía. Pensé negarme, pero concluí que él no me pedía mi opinión: me comunicaba que debía volver a este “valle de lágrimas”. Lo bueno no dura mucho. No tenía alternativa, debía regresar.
Ahora viene lo asombroso de la historia. Llegué al hospital y ocupé un cuerpo. Así como suena: no tomé posesión de mi cuerpo, sino del cuerpo de otro, o de otra, para ser más exacto.
Imaginen mi sorpresa al abrir los ojos y ver mis brazos delgados, mis manos delicadas con las uñas pintadas... en fin, al descubrir que yo soy una mujer (todavía tengo la apariencia de una dama, con todos sus atributos y carencias).
—¡Despertó! -oí decir a una dulce señora que estaba a mi lado.
Abrí lentamente los ojos. “¿Quién soy?”, pregunté.
—¡Pobrecita! Tienes amnesia. Pero lo más importante es que estás viva. Verás cómo pronto recuperarás la memoria. -Fue la respuesta.
Por su trato, no tenía dudas de que estaba frente a “mi” mamá. Me dormí de inmediato. Supongo que en mis adentros concluí que estaba en buenas manos. Además, el sopor causado por los medicamentos me vencía.
Cuando desperté le pedí que me llevara al baño. Ella sonrió: “Se ve que estás mejor. No te levantabas desde el día de la operación”.
Cada paso era doloroso, pero tenía que hacerlo pues tenía una gran curiosidad: necesitaba ver mi rostro en el espejo. Aunque nunca fui narcisista, al mirarme en el espejo –no obstante las secuelas del padecimiento-una idea eufórica cruzó por mi cabeza: “¡Qué buena estoy!”
Más tarde obtuve algunos datos sobre “mi” persona: me llamo Patricia Read, tengo 25 años y soy soltera; abogada de profesión y tengo mi propio bufete. Bonito nombre. Apellido de alcurnia. Joven, profesional, adinerada. De más está contarles que tengo una madre cariñosa y consecuente. En fin, aparentemente tenía muchas razones para sentirme feliz.
Es evidente el cambio con mi antigua apariencia. A propósito, ahora me percato que en ningún momento les he contado quién soy (o quien era, ¡realmente no sé!). Estas son mis generales: Gastón Brito, de 59 años, viudo, de pelo cano y escaso, de rostro arrugado con profundos surcos y flacideces en el cuerpo; de clase media y en espera de una modesta pensión. Luego de trabajar por más de 30 años como empleado público en los diferentes gobiernos que se han sucedido hasta la fecha.
Me enteré que mi anterior cuerpo está en una habitación contigua, fuera “de peligro y en condiciones estables”. Solo tengo una inquietud: ¿Quién lo habita?
El desafortunado accidente me ha cambiado la vida. Desde el principio pensé que para bien de un envejeciente casi retirado, cansado, aburrido y con pocos alicientes para el futuro, he pasado a ser una mujer hermosa y rica, con toda una vida por delante para forjarme un porvenir resplandeciente. Todo parecía indicar que había salido ganancioso con el cambio.
Yo estaba amparado en mi “amnesia”. Supuestamente había reconocido a familiares y amigos que acudían frecuentemente a visitarme, interesados en la evolución de mi salud. Me sentía tranquilo y feliz.
Todo cambió súbitamente con la presencia de un visitante, de una persona que acababa de regresar al país. Se llama Paúl y en una conversación me habló de “nuestro amor”, mientras me tomaba de las manos. Soy sincero si les digo que no había pensado en esa posibilidad. ¿Me imaginan de manitos agarradas o besándome con un hombre? Está fuerte, ¿verdad?
Esta situación me puso a pensar que existen otros cabos sueltos que tampoco había considerado. Por ejemplo, a nivel profesional, ¿qué pasará cuando la doctora Read ocupe su oficina sin conocer un ápice de los casos pendientes ni los por venir, ni tener la mínima idea de cómo proceder?
Me había enterado, además, que existen otros pequeños detalles en los que no tenemos ninguna afinidad. Ella era una excelente tenista, yo nunca he agarrado una raqueta; ella disfrutaba cuidando sus sobrinos los fines de semana: yo, en cambio, no tengo “sangre” para los muchachos (y mucho menos para desconocidos); ella vive en un “pent-house” en un décimo piso y yo sufro de claustrofobia: nunca me he subido en un ascensor ni lo pienso hacer jamás... en fin, las cosas no son tan sencillas como parecían al principio.
Y si a lo anterior le agregamos que la hermosa enfermera que me atendía se negaba a hacerlo, alegando que “esa paciente me está mirando medio raro”, y también le oí comentar que “el viejo de la 403 (¡yo!) está muy cariñoso con el doctor Ruiz...¿qué epidemia es que hay en este piso?”; he llegado a la conclusión de que es mil veces preferible regresar a mi antiguo hábitat que seguir en este cuerpo ajeno de una mujer -que no obstante ser joven, bella y profesional- me está causando múltiples inconvenientes, y francamente debo confesar que me siento como un pájaro fuera de su nido.
Estoy decidido a hablar con la persona que está en mi otro cuerpo (me imagino y espero que sea Patricia) para ver si entre los dos podemos lograr el cambio que ambos anhelamos porque lo que es el viejo Gastón prefiere terminar la modesta historia de su existencia sin manchas y descréditos morales que pueda ocasionar otra persona a mi historia personal. Así, cuando me llegue nuevamente la hora, morir con el prestigio que, gracias a Dios, me forjé durante toda mi existencia.
Porque una cosa puedo asegurar: no temo fallecer pues estoy convencido que morir no es tan malo como piensa la gente.

Alberto Vasquez.

Texto agregado el 17-06-2016, y leído por 181 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
24-06-2016 Jajaja. Ingenioso a más no poder. Y sí, escribe la segunda parte cuando se dé el intercambio, jajaja. Deberá ser super divertida. Genial, Alberto querido. Un fullote abrazo. SOFIAMA
17-06-2016 original, muy entretenido. Te felicito. Me parece un tema que daría base a una película humorística . Piensa en la posibilñidad de escribir un guión. Yvette27
17-06-2016 Muy buen cuento. Va a ser complicado, poder intercambiaros los cuerpos. En otra ocasión, nos cuentas si lo lograstes. ***** grilo
17-06-2016 Una narrativa muy amena, creativa, donde la ilusión se manifiesta a grandes rasgos, conduciendo la imaginación del lector por esas cosas extrañas que le suceden al protagonista de la historia. !Muy entretenido! Saludos. NINI
17-06-2016 Coincido con el comentario anterior. Además, es entretenido, agradable. Da deseos de seguir leyendo. Felicitaciones. 5* dfabro
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