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El péndulo

Nadie sabía que ocurría en esa vieja casa ni siquiera las personas más cercanas a ella, desde hacía ya bastante tiempo que nadie la habitaba, su historia se había convertido en murmullos secos que se desvanecen con el tiempo. Cierto día unos niños curiosos decidieron aventurarse y conocer que había más allá de esas cerca de madera llena de ramas viejas y algunas trepadoras que cubrían casi en su totalidad la gran puerta de acero.

Lleno de entusiasmo el pequeño Antonio juntó con otro amigo, se abrieron paso entre los escombros, a cada paso que daban, las hojas secas emitían un ligero lamento como recordando que un día tuvieron vida. Al llegar a la gran coloso de acero el amigo de Antonio sintió un escalofrío tan grande, que los pequeños dientes de leche que aún le quedaban, le empezaron a temblar siguiéndole así todo su cuerpo, pero motivado por Antonio y armándose de todo el valor que poseían empujaron la puerta; la cerradura no presentó ninguna resistencia, toda su fuerza había mermado por el óxido que la cubría.

Un fino hilo de luz atravesaba la entrada al mismo tiempo que el movimiento de la puerta emitía un ligero llanto. Apenas se alcanzaba a vislumbrar algo; un manto eterno de polvo se había adueñado de todo.

El eco de sus primeros pasos resonó con fuerza en sus corazones, la habitación comenzó a tener sentido mientras su silencio perdido entre tantos años era quebrantado por dos pequeños niños.

Fermín se aferró con tanta fuerza al brazo de Antonio que este no le podía mover.

Suéltame— decía Antonio mientras hurgaba entre los objetos olvidados de aquella casa.

Vámonos ya— decía Fermín mientras miraba con recelo los cuadros viejos de un tiempo que no fue suyo.

—no te preocupes nadie vive aquí desde hace mucho tiempo, nadie nos dirá nada.

—pero no podemos llevarnos nada, no son nuestras cosas.

—nadie las va a reclamar no te preocupes.

La luz perdida su intensidad a medida de que los dos niños se adentraban cada vez más en las habitaciones. Antonio saco una pequeña lámpara de baterías que le había regalado su padre la víspera de navidad; de inmediato todo volvió a cobrar vida, las paredes aunque llenas de grietas y moho seguían conservando la elegancia con que fueron hechas; y justo en medio de la habitación, un viejo reloj de péndulo llamo la atención de los dos. Jamás habían podido ver uno de cerca; Fermín ni siquiera los conocía, pero por la forma que tenía, se imagino que era una especie de ropero con un reloj grande. De inmediato se acercaron a contemplarlo, Antonio fue el primero que lo toco mientras Fermín se limitaba solo a contemplarlo, entonces algo llamo su atención, los dos se dieron cuenta que no tenía nada de polvo, parecía como si el tiempo no hubiera trascurrido en él y cautivado por el encanto misterioso que emanaba, Antonio decidió mover su gran péndulo dorado. El tiempo comenzó a moverse, las agujas continuaron como si nada su funcionamiento, sin darse cuenta, la noche había tocado el cielo. Los dos niños absortos por su movimiento decidieron salir de la casa sin decir nada de lo que habían visto, en especial del reloj. Prometieron que volverían al día siguiente, pero antes de salir se dieron cuenta que la puerta estaba cerrada, un miedo agudo y frio empezó a recorrer sus almas, Antonio empezó a apretar sus puños, como preparándose para una pelea. Fermín sin poder contenerse más empezó a llorar. Antonio intento calmarlo pero sus esfuerzos eran inútiles, lo único que quería Fermín era salir lo más pronto posible de esa casa. Antonio uso todas las fuerzas que poseía para abrir la puerta pero todo fue inútil, entonces pensó en salir por alguna ventana pero al acercarse a la primera, se dio cuenta que estaba sellada por completo. Todas estaban selladas con maderas y algunos ladrillos. Movidos por un sentimiento que no podían describir, los dos niños regresaron a la habitación donde estaba el reloj, pensaron que si esperaban pacientes, sus padres los irían a buscar, pero nadie sabía que habían ido a ese lugar. Fermín seguía llorando por todo lo acontecido pero de una manera más moderada como si guardase algunas lagrimas para cuando pudiera salir.

El sonido del péndulo era el único que podía escucharse, cada vez más intenso, más fuerte, más vibrante. La desesperación comenzó a apodarse de Antonio, los sonidos secos del péndulo calaban intensamente en el, sentía como si le taladraran la cabeza con cada segundo que marcaba el reloj, comenzó a sentir un odio irreal por aquel péndulo; quería arrancarlo, quitarlo por completo, romperlo y hacerlo trizas. Su ira iba aumentando con cada segundo que iba muriendo y en medio de toda su cólera, miro al pequeño Fermín, pasando el tiempo tan tranquilo, como podía estar en paz con un sonido tan irritante y fastidioso se decía para sí. Tenía que hacer algo de inmediato antes de que el sonido lo volviera loco; y entonces, la lámpara empezó a fallar, su escaso refugio de la obscuridad había sucumbido ante el tiempo; y cuando ya no podían ver nada, el reloj se detuvo. El silencio tocaba cada rincón, Antonio intentaba calmarse, pero antes de lograrlo, empezó a escuchar otro péndulo solo que este provenía del interior de Fermín. Los latidos apresurados del pequeño empezaron a afectar a Antonio el cual quería callarlos a como diera lugar y sin poderse contener mas, soltó un alarido tan frio que hizo temblar al pequeño Fermín. Cállate- decía Antonio mientras soltaba el primer golpe a Fermín el cual no pudo contender contra la fuerza de Antonio. Fermín se levanto rápidamente y empezó a correr a obscuras por todo el lugar mientras a sus espaldas su verdugo lo perseguía. Quería gritar pero sabía que si lo hacía, Antonio lo escucharía. Lleno de temor se sentó en el piso húmedo y al hacerlo sintió un pedazo de vidrio, lo tomo pero al tomarlo sintió su filo en la palma de sus manos y sin poder contenerse, soltó un grito de dolor. Antonio lo escucho y de inmediato salió corriendo hacia el lugar de donde había provenido el sonido. Fermín tomo una decisión rápida y soportando el dolor tomo el pedazo de vidrio, dispuesto a hundirlo por completo en la carne de Antonio y entonces… el péndulo volvió a sonar al mismo tiempo que la escasa luz de la luna se colaba por una pequeña abertura en la puerta principal, dejando a los dos niños paralizados por lo repentino de la acción. Los dos corriendo se acercaron lo más rápido que pudieron a la puerta y una vez más intentaron abrirla.

La luna brillaba con una sonrisa siniestra tras dos nubes grises. Dos niños corrían desesperados por llegar a su hogar y en la casa vacía, el sonido del péndulo reclamaba las almas de los que habían huido.

Texto agregado el 09-06-2016, y leído por 180 visitantes. (0 votos)


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