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¿VAMOS AL RÍO?
Era la pregunta que todos los muchachos del pueblo hacían después de almuerzo, una vez llegaba a la plazuela la libertad o de los huevos el bus de “Expreso Paz de Río”, a mediodía, lugar donde se reunía mucha gente a ver quién llegaba en el bus, unos recargados contra la pared de la casa de don Marco Abel Fernández, otros en la puerta de las casas que rodeaban la plazuela, otros en las sillas debajo de la mata de uvo, los muchachos corriendo detrás del bus para que el ayudante les dejará el periódico “El Tiempo”, para vender sus ejemplares y así ganarse una plática.
Cuando los viajeros descendían del vehículo, los chismosos daban largas a su lengua, criticándoles la maleta de viaje, como llegaban vestidos, éste hacía mucho tiempo que no venía, llegaron los estudiantes de la universidad etc.
Terminada esta distracción, que se asimilaba a la de la televisión, porque en Socotá, hacía la mitad de la década de los 70 no llegaba la señal de televisión. Si se quería ver algún evento especial, había que contratar un carro, para ir al pueblo vecino de Socha, esto los que tenían con que pagar el pasaje y los que no, debían irse por el camino de la calle de los sochas a pie, subir el alto de Sangra y finalizar por una planada hasta el pueblo de los jutes como se le conoce a esta población de Socha. La caminada era de dos a tres horas dependiendo de la agilidad y la edad de los caminantes.
“Una vez me fui a pie a ver una pelea de Pambelé que estaba programada a las siete de la noche. Cursaba quinto de primaria y como a las tres de la tarde le pedimos permiso a la profesora Julia Gómez, que nos permitiera salir de clase para ir a Socha, a ver la pelea.
Cogimos camino con otros compañeros del salón, íbamos como unos quince, todos agrupados y cuando empezamos a trepar el alto se dispersó el grupo, adelante se fueron los más grandes, los pequeños nos quedamos atrás. Llegamos a la cima del alto y
atravesamos una planada, llevábamos como hora y media de recorrido, ahí, unos de los que iban conmigo empezaron a agilizar el paso, porque se hacía de noche y se partió el grupo otra vez, por supuesto yo era el último, ya que era el que menos acostumbrado estaba a caminar.
Todos se fueron perdiendo a la distancia y mis piernas ya no aguantaban y el camino era largo y se estaba oscureciendo. Camine y camine y ya estaba más de noche que de día y al fin, a la distancia, vi las primeras luces del pueblo, me dio satisfacción porque el miedo ya no era tanto. Llegue supercansado y vi en las primeras casas a mis compañeros de camino, pegados a las ventanas, viendo la repetición del combate porque la pelea ya había terminado, llegamos tarde y solo pudimos ver la repetición, gano Pambelé.
El combate no alcanzó a durar el primer round. Aburridos, nos fuimos para el parque y con ese frío que hace allá, nos tocó esperar hasta la una de la mañana que pasaba un bus de regreso a Socotá”.
Volviendo a la plazuela y cuando el vehículo se desocupaba, la frase que se repetía era ¿vamos al río? y todos contestaban, vamos, y se armaban grupos que una vez en el río se podía contar hasta cincuenta personas.
El río queda a cinco minutos del pueblo en la parte baja, era un río cristalino, digo era, porque con la explotación del carbón se ensucio, donde además de bañarse, es decir, donde se nadaba en un pozo natural, rodeado de piedras incrustadas, parecía hecho a propósito, pero era natural, era una piscina natural, con agua corriente y pura.


Todo el mundo sabía nadar, desde el más chiquito hasta el más grande, desde el más joven hasta el más viejo, fuera hombre o mujer, los únicos que no sabían nadar era el profesor Naranjo y Pichirilo.
Unos se lanzaban de las piedras que estaban alrededor del pozo, este se llama “El Enfalcado” y otros los más agiles se botaban desde un piedron como a unos cinco metros de altura.
Cuando los bañistas se cansaban de nadar, se acostaban en las piedras del río para broncearse, otros se ponían a pescar con anzuelo o a secar pozos para coger las truchas con la mano, otros se iban a coger guayabas o naranjas en las fincas cercanas y todos regresaban a nadar.
Allí también, en navidad o año nuevo se hacían paseos de olla, prendían fogatas y hacían asados, acompañados de refajo para desemguayabar y terminar en la noche bailando en alguna de las casas de los paseanderos, allí llegaba todo el mundo.
Terminada la tarde, cuando el agua se ponía fría, porque el sol se había ocultado, se tenía que tomar camino de regreso y que pereza, porque la subida era cansona y los bañistas sin fuerzas. Salían a la carretera, unos emprendían camino, otros esperaban que pasara algún camión y los que podían, se colgaban en la parte de atrás y era un alivio porque la subida por el camino era desgastadora.
A las cinco llegaba el bus y a la altura de la vega, por donde doña Maruja que había una batea (una especie de puente inverso o deprimido, pavimentado en forma de v por donde corría el agua del zanjón), el bus disminuía la velocidad y los muchachos se escondían y solo uno o dos le hacían la parada, cuando este paraba, salían del escondite alrededor de ocho o diez y los conductores se reían, ya sabían que debían llevarlos.
Sí el conductor era superamigo de los muchachos, este paraba y cuando iban acercándose al bus arrancaba, así se repetía una y otra vez. Cuando esto sucedía, lo que hacían era colgarse de la escalera en la parte de atrás del bus, en esa época, los buses no tenían bodegas como ahora, sino encima del bus llevaban una canasta que parecía una corona y allí era donde cargaban las maletas.


Una vez se llegaba al pueblo, los esperaba un partido de microfútbol en la plaza principal, no había canchas de micro, tocaba en la de baloncesto y los arcos no habían, los goles se hacían cuando el balón le pegaba a la base del tablero de baloncesto, eso no era problema.
Se armaban hasta cinco equipos y el que metiera el primer gol, ese seguía jugando y entraba el otro equipo y el que metiera el gol continuaba y así sucesivamente, les daba las ocho de la noche.
Ya cansados, después de patrullar el pueblo, por todas sus calles se iban a dormir, claro si no había fiesta en alguna casa, porque si no, allá llegaban todos.

Texto agregado el 30-03-2016, y leído por 67 visitantes. (0 votos)


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