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Sobre las seis de la tarde, el subte de la línea B no suele ir muy atestado hacia Leandro N. Alem, una veintena de pasajeros disfrutábamos del aire acondicionado que los nuevos vagones chinos regalan.
Ni bien partió el tren de la estación Juan Manuel de Rosas, cabecera o terminal, según se mire, una veinteañera se paró de pronto y comenzó a gritarle a un muchacho alto y barbado, que le rogaba que no gritara.
Ella lloraba y le recriminaba un supuesto guiño indiscreto hacia otra pasajera, también joven, que trataba de ocultar el rostro tras su mano.
Entre llantos, gritos y amenazas, la joven comenzó a hacer referencia a una historia ocurrida en su departamento cuando lo encontró junto a una amiga en ropa interior.
El se excusaba diciendo que en esa oportunidad, a la mujer en cuestión se le había derramado café sobre su ropa y por gentileza, se ofreció a quitarle la mancha para lo cual tuvo que quitarse la ropa, que todo era un mal entendido producto de sus celos.
Cuando el subte llegaba a Ángel Gallardo, la joven, aferrada al pasamano, entre lágrimas, seguía vociferando sobre supuestas infidelidades a las que agregó amenazas y el haber sido golpeada en más de una ocasión.
Un cincuentón, que había subido en la estación Malabia y que no miraba con buena cara lo que estaba aconteciendo, en ese momento se levanto y comenzó a increpar al joven por su violencia.
El barbado ahora no solo recibía los reproches de su compañera, sino que además estaba siendo, y malamente, zamarreado por el cincuentón.
Las palabras fueron subiendo de tono al llegar a la estación Pasteur y a partir de allí los empujones pasaron a ser amagos de golpes y finalmente algún que otro mandoble del cincuentón sobre el apabullado supuesto infiel.
A esta altura, los restantes pasajeros estaban divididos en dos bandos, los que amonestaban la actitud del joven y se la censuraban, y los que le pedían al cincuentón que se metiera en sus cosas y dejara que la pareja resolviera las suyas de la manera que quisieran.
La llorosa despechada, trataba de interceder entre los dos contendientes sin éxito, es mas, casi podría decirse que su intervención envalentonaba mas al hombre maduro que comenzó a recriminarle en no saber elegir bien a su pareja y dejarse someter por lo que calificó como un desalmado golpeador hijo de su buena madre.
Estas palabras parecieron sacudir al muchacho quien atinó a propinarle un golpe a su contendiente, este rápidamente sacó de entre sus ropas un arma, apuntándolo, con lo cual un sepulcral silencio gano el ámbito del acondicionado vagón del subterráneo.
Alguien pulsó la alarma del transporte y este se detuvo bruscamente y de inmediato, con lo cual ambos personajes terminaron en el suelo y el arma deslizándose hasta mis pies.
Algunos pasajeros, de entre aquellos que le reprochaban al señor mayor su intervención, se le fueron encima y comenzaron a golpearlo, en eso estaban, cuando la pareja que había iniciado el bochornoso espectáculo a los gritos y al borde de la histeria comenzó a vociferar:
- Paren … paren… somos gente de Teatro en el subte.

Texto agregado el 08-03-2016, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-03-2016 Un juego peligroso. Buena narración. Saludos kharey
 
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