Había una vez, en el castillo que embellecía la región de mi país, una linda princesa que con su luz propia alumbraba cada noche, cuando asomándose por la ventana de su torre, miraba a la luna en espera de su caballero. Ella y la luna, en el lago se reflejaban con tanta intensidad que un trasnochador, de esos que suelen andar cantando en los rincones de cada aldea, quedó ciego por su luz y perdió su camino. Cansado, cayó a la puerta del castillo.

La princesa bajó corriendo la escalera de su torre para dar alivio al ciego, y lo acogió en sus brazos dándole ternura y amor. El ciego, daba las gracias por aquella bendición de encontrar a alguien en su extravío. La princesa agradecía que por lo menos una persona le hiciera compañía. Se apropiaron uno del otro y pasaron los años.

Ella, todas las noches esperaba a su caballero mirando a la luna y sujetando con su mano al ciego. "No te puedo querer, amor" le decía, "porque estoy esperando a mi caballero". El ciego, en su íntimo y tímido sentimiento, callaba.