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La vida continúa

Elida Paredes llegó a la playa cercana a la vieja aldea donde nació después de una ausencia de 46 años y comprobó que todo había cambiado sustancialmente. Los cocoteros habían conformado un bosque formidable que cubría de sombras toda el área utilizada por los bañistas y el color de sus aguas turquesas era menos intenso. Nada era igual a lo que recordaba del día en que siendo una niña de seis años fue regalada por su madre a una pareja de vacacionistas.
Desde allí partieron hacia la capital y en su hogar pasó una infancia y adolescencia infeliz y tortuosa: ella la golpeaba y él, que primero la protegía, terminó acosándola y violándola. Afortunadamente, a los 18 años conoció a un hombre con quien escapó, tuvo 2 hijos y le proporcionó una vida decente, sin sobresaltos, hasta que murió casi 25 años después. Desde entonces albergó la ilusión de localizar a su madre para recuperar, de alguna manera, los años de ausencia.
No se había olvidado de su pobre situación y sospechaba que si aún vivía debían de continuar sus tristezas y carencias.
La mujer, de nombre Noemí, vendía pescados fritos en una humilde caseta en el área de la playa donde Elida se trasladó buscando una pista para encontrarla. Cuando se enteró que existía una persona mayor con su nombre y oficio, tuvo la certeza de que se trataba de ella y que se acercaba la hora del anhelado encuentro. Por eso, al dia siguiente acudió temprano para esperar su llegada.
Y llegó el momento. Desde lejos, observó que llegaba con una sarta de pescados en la mano, y encendía el fuego para empezar su labor. Entonces se le acercó y vio de cerca a aquella anciana de ojos vivaces de ropas grises, sin duda por el uso, el sucio y los años, que cubría su cabeza con una pañoleta de color negro.
La abordó cuando calentaba el aceite para colocar los primeros pescados.
-¿Es usted doña Noemí?
-Sí. ¿En qué puedo ayudarle? -respondió la anciana.
Una profunda emoción se apoderó de Elida al tenerla tan cerca.
-Yo soy Elida, la hija que nunca volvió a ver –dijo y la miró con atención para observar su reacción.
-¿Elida? –musitó ella- ¿Y cómo llegaste hasta mí?
Elida buscó con la mirada un lugar para sentarse a conversar con calma, como el tema lo ameritaba, pero la única silla que había en un rincón estaba ocupada por una caja de cartón que contenía unos usados cucharones y algunos vasos plásticos.
-Cuéntame de ti mientras atiendo los clientes –sugirió finalmente la anciana, afanada con la llegada de los parroquianos.
-Viví con esa gente hasta pasado los 18. Me casé y tengo 2 hijos adolescentes. Mi marido falleció y desde entonces sentí una gran necesidad de localizarte, de saber si estabas viva y saber por qué me regalaste y nunca más me buscaste…
Noemí pensó mucho su respuesta:
-A ti y a tus dos hermanos los parí y luego los dí. Nunca tuve recursos para buscarlos y con el tiempo los olvidé. Lo que dejan los pescados apenas me alcanza para comer.
Elida encontró muy crudas las palabras de su recién encontrada madre aunque no dejaba de pensar que era buena su sinceridad.
-¿Y mi padre? –preguntó ansiosa por saber el final de la historia.
-El siempre lloraba cuando hablaba de ustedes. Murió hace unos años.
Elida le hizo una propuesta.
-¿No le gustaría venir a vivir conmigo? Allá estará mejor. No tiene que trabajar más y conocerás tus nietos…
-Prefiero seguir entre mis pescados y mi mar. –dijo la mujer mientras colocaba otros peces en en aceite caliente, para luego entregar y cobrar su producto. Y la hija entendió que no la había cambiar de idea, que todo estaba dicho y que su presencia sobraba en ese lugar y en su vida. Por eso se despidió alejandose con los ojos inundados por las lágrimas.
Sólo restaba esperar la hora de la salida del autobús del día siguiente.
Cuando llegó a la estacion, Noemi la esperaba con una pequeña funda entre las manos.
-Por si te da hambre. Es un viaje muy largo –dijo la anciana. Esperó que todos los pasajeros se acomodaran y el vehículo saliera.
Élida la vio por última vez desde la ventanilla y le dijo adiós con la mano.
Mientras el autobús partía, meditó sobre el encuentro con una
madre cuyas carencias le habían endurecido el corazón.
A su espalda dejaba su pueblo natal y aquel mar de su niñez que posiblemente no volvería a ver.
Intentó hacer un pacto con su pasado pero había fracasado. Le esperaban sus hijos y su mañana.
La vida continúa.

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 04-03-2016, y leído por 155 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-03-2016 Muy apropiado el titulo y su contenido. Excelente. 5* dfabro
04-03-2016 Muy triste y conmovedor y quizá también la realidad de muchos Un abrazo y mis cinco***** ome
04-03-2016 como pretender sacarla de su lugar? yosoyasi
04-03-2016 Así es, la vida continúa, las situaciones adversas nos proporcionaran de la fuerza necesaria para que todo continué. La verdadera vida se proyecta por dentro de cada uno de nosotros. Reflexivo relato. ***** JuliaFlorencia
04-03-2016 “Prefiero seguir entre mis pescados y el mar”. ¡Dura respuesta, dura premisa que encierra tanto dolor! Sin embargo, no se puede juzgar el corazón de esa mujer, sólo hacer silencio y suspirar hondo. Un cuento muy conmovedor y contado con las pinceladas sencillas que ennoblecen tu arte. Un abrazo del tamaño de ese mar de doña Noemí, Alberto querido. Me has conmovido. SOFIAMA
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