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L BARRO Y EL HOMBRE

Me siento en un banco público, junto a la fuente que hay en cierto parquecillo cercano a mi casa, y al rato la plazoleta con suelo de arena se llena de chiquillos; las madres se instalan en los bancos que quedan libres y le dan a la lengua: “Que si este me dijo aquello, que si aquel otro sinvergüenza que yo conozco hizo o dejó de hacer aquello otro.”

De repente, observo cómo se levanta furiosa una madre, y, con dos pasos que da, alcanza a su niño y le propina dos azotes, seguidos de dos coscorrones. ¡Que si quieres llorar luego en tu rincón! Niño, eso no se hace.

¿Y qué había hecho de malo la criatura? Me pregunto yo, atónito. Cavilo un poco y doy con la respuesta: el niño se había revolcado en el suelo, el barro (pues hacía poco habíamos tenido ruidosa sesión de lluvia) se había convertido en sus manos en el juguete más divertido del mundo.

Con poco que uno reflexione, aprueba inmediatamente el comportamiento previsor de la madre. El barro ensucia la ropa, el barro es como un cajón que contiene todo tipo de microbios, incluidos los que aún no han sido catalogados por los laboratorios, el barro es una materia asquerosa, sucia y repelente, cuyo solo contacto acarrea infortunios sin fin, el regreso del ser civilizado al estado semisalvaje y pérfido.

Debemos, pues, agradecer a esta madre el celo con que prepara a su hijito para que no desmerezca el día de mañana, para que no sea un bruto en medio de tanta gente de bien, y de provecho, y de etiqueta.

¡Alto ahí!, me digo para mis adentros. Recuerdo que cuando tenía seis años me picó una avispa cerca del ojo derecho. El dolor se agolpó en la carita de un pequeñuelo que recién descubría los sinsabores e injusticias (dicho sea de paso) de este bajo mundo. Pero, hete aquí que la monja me agarra del brazo, me lleva a la fuente, recoge un puñado de tierra, lo pone en remojo, con el barro obtenido en sus blancas manos me aplica un emplasto en mitad de la cara, y heme aquí cómo en un instante ya no me acuerdo de que el mundo es malo y los dolores, efímeros.

¡Yo invoco ahora mismo a Pachamama! La tierra es nuestra madre. Si sufrimos un tropiezo, apliquemos un poco de barro en la herida; ella nos sanará.

Texto agregado el 03-03-2016, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-03-2016 buen cuento... pero no creo que esto sea un ensayo tuki
03-03-2016 Tengo mis dudas acerca de si merecemos que nos salve la Pachamama. Todas sus heridas son consecuencia nuestra. Un abrazo, sheisan
03-03-2016 El hombre debe la vida a la Pachamama. Hasta las piedras hay que respetar porque ellas son testigos del paso por esta vida. Concuerdo absolutamente con tus conclusiones. -ZEPOL
 
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