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(viene de El Ocaso de la Lectura 1era parte)

No se pretende en este texto excluir a quienes tienen el deseo de leer y que lo hacen con la mejor voluntad. Sólo se quiere dejar en claro que la lectura no es una práctica mecánica; antes bien, su aprendizaje debe seguir el siguiente orden: primero, aprender a pensar y hablar, luego, a leer y escribir. Importante principio que debe tenerse en cuenta antes iniciar una tarea que, si es ejercida con respeto, nos permitirá conocer lo más excelso del conocimiento humano, excluyendo, por supuesto, la literatura perjudicial e improductiva.


El devenir de la lectura:

Aunque pueda parecer algo absurdo es posible preguntarse si, de hecho, la actividad de la lectura tiene futuro. Considerando las actuales condiciones sociales puede asegurarse que esta práctica se realizará aún por mucho tiempo bajo las mismas características; por ejemplo, se preferirá la inmediatez a la profundidad en la comprensión de los textos, así como la brevedad y la banalización de los contenidos. Insistir en la idea de que la lectura tiene el futuro asegurado puede hacer que su práctica sea cada vez menos visible en las actividades del hombre. El caso extremo se presenta en el llamado hombre des-culturizado –condición ya socialmente reconocida– que, sin entender la real dimensión de esta actividad, se conforma con repetir que la lectura es imprescindible para el desarrollo individual y social del ser humano, transformando un real y válido mensaje en pura retórica con la única intención de ocultar su pobreza intelectual y una realidad que se muestra involutiva.

No puede esperarse que con sólo difundir y luego abandonar esta práctica en manos de la mayoría de seres humanos se ha asegurado su permanencia dentro de las necesidades humanas, porque, como anteriormente anotaba, lo único que con ello puede asegurarse es que esta actividad se repliegue a los estratos culturales en los que se realiza. Así como se maneja un discurso sobre recursos naturales, medio ambiente o especies en extinción, si no es debidamente cuidada la práctica de la lectura podría extinguirse y desaparecer irremediablemente de las actividades del hombre, para, finalmente, perderse como un episodio más en la larga e infame historia de la civilización humana.

¿Qué me lleva a dar crédito a tan rufianesca predicción? Solamente el observar que de la etapa de la letra impresa, iniciada en el siglo XV, pasamos a otra que se basa en medios visuales y orales, que exalta lo tecnológico en desmedro de lo tradicional. Me refiero a que si aún estamos muy lejos de dominar la práctica de la lectura y de la escritura, ¿por qué intentamos sustituirlas con elementos que no contribuyen a alcanzar dicho dominio? Los seres humanos ya no se conmueven al leer un poema o una novela, ninguna idea les evoca la lectura de un buen ensayo, ya que prefieren las imágenes de los documentales cinematográficos o bien saciar su vana curiosidad con la realidad virtual, pues se dicen: “¿para qué abstraerme si puedo materializar lo que quiero?”, con lo cual la expresión de sus emociones queda limitada a lo existente. Asentando su conocimiento sólo en lo percibido por los sentidos, el hombre regresa a la primaria necesidad de sentir estímulos para poder vivir.

Con espeluznante indiferencia, el hombre está dejando a la lectura en un estado calamitoso, en ruinas una práctica destinada a imponerse como el bastión más fuerte de la cultura humana. Cuando se comprendió la real intensidad de su poder persuasivo se abusó despiadadamente de ella. La historia nos muestra etapas en las que se prohibió la lectura de libros considerados peligrosos o tendenciosos; y otras etapas, como la nuestra, en las que la abundancia de libros ociosos están llevando al hombre a su inevitable perdición intelectual. En efecto, el hombre se ha dado a sí mismo tan bajo golpe, que será muy difícil que se recupere.

Lo complicado del asunto me ha llevado a resaltar un punto de vista que generalmente omiten los escritos que tratan sobre el fenómeno de la lectura, que es el referido a la dimensión estrictamente personal de su ejercicio, importante consideración que es soslayada siempre que se parte de la premisa de que estamos entrando a una fase posterior a la del ejercicio de la lectura.


Consideraciones Finales:

Estando al lado de tantos libros me pregunto si la vida me alcanzará para leerlos. La verdad es que no lo creo. Pero el saber que existieron y existen hombres que expresan sus ideas con mucha pasión, tristeza, indignación, alegría y fe, me lleva a la conclusión de que debemos dar lo mismo al leerlas; este es nuestro deber como hombres civilizados, mientras tales ideas sirvan para guiar nuestros pensamientos.

No perdamos el tiempo leyendo cosas que no motiven nuestros corazones y que no nos impulsen a alcanzar nuestra verdad. No permitamos que nos engañen y nos hagan creer que el tiempo en que vivimos es producto de un elevado desarrollo espiritual del hombre. Antes bien, las presentes son páginas que debemos pasar de largo para poder llenar las siguientes con algo que sea verdaderamente digno de posteridad.



(Cita complementaria)
“Si leemos, piensa otro por nosotros; sólo repetimos su proceso mental. Es como si el discípulo trazara con la pluma los rasgos escritos con lápiz por el maestro. La lectura nos quita en gran parte el trabajo de pensar. Así nos sentimos aligerados al pasar de nuestros propios pensamientos a la lectura. Pero durante la lectura es nuestra naturaleza realmente el campo de batalla de pensamientos extraños. Así sucede que pierde poco a poco la capacidad de pensar por sí mismo, aquél que lee mucho y casi todo el día, distrayéndose con pensamientos irreflexivos en los intervalos, igual que pierde la manera de andar quién siempre está montado a caballo. Es el caso de muchos sabios: se han leído antes. Porque la lectura continua reanudada en todo momento libre, atrofia intelectualmente, más aún que el continuo trabajo manual, porque éste permite al menos algunos pensamientos propios. Como un resorte pierde elasticidad por la presión de un cuerpo extraño, así el espíritu pierde la suya por constante presión de ideas extrañas, y como el exceso de alimentación corrompe el estómago, perjudicando al cuerpo, también llena y ahoga el espíritu el exceso de alimento intelectual. Cuanto más lee, menos huellas de lo leído quedan en el espíritu; es como una pizarra sobre la cuál están escritas muchas cosas, las unas sobre las otras. Así no se llega a similar, y no se consigue el propio de lo leído. Si se lee siempre sin reflexionar sobre ello, no arraiga y se pierde. En general sucede con el alimento espiritual como con el corporal: apenas se asimila la cincuentava parte de lo que se come.
El resto desaparece por evaporación, respiración, etc. Los pensamientos puestos en el papel no son, en general, más que las huellas de un paseante de arena; se ve el camino que ha tomado; pero para ver lo que ha visto hay que emplear sus propios ojos”
Arthur Shopenhauer



(texto publicado en la revista "El Círculo de Tiza" Nº2, Lima-Perú, 2003)

Texto agregado el 10-09-2004, y leído por 268 visitantes. (1 voto)


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