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Disculpe usted, sé que tiene una relación de apenas unos cuatro meses, lo cual la hace más vulnerable a la inseguridad de su pareja, pues el amor que se pregonan está fundamentado en “me gustas” y “te quiero”, todos los días. Sus bases son las rosas que le lleva cada fin de semana, las cenas románticas, los paseos al Centro Histórico y los besos calientes de las despedidas nocturnas.

Discúlpeme, le repito. Tal vez usted me escuche a través de esta línea telefónica y le asuste, le inquiete mi llamada con lo que le estoy diciendo, espere, no cuelgue, que si marqué fue porque ya no soporto esta incertidumbre. Tiene usted razón, no nos conocemos, pero hace falta un gran valor para marcarle a una persona como usted, de quien no tengo más señas que ser una mujer valiente, y aunque le faltaba amor, lo ha encontrado.

Mi llamada es para preguntarle por su amiga. Si, aquella con quien usted paseaba por la ciudad en busca de unos ojos negros, fugaces tal vez, pero llenos de pasión; miradas que las encumbraran y las hicieran sentir mujeres; entre piropos impropios, palabras, chiflidos, ustedes le buscaban. Aquella con quien, por las circunstancias de la vida, compartía el dolor de sentir que el amor las había abandonado. El suyo, se fue a los Estados Unidos. El de ella, se convirtió en un ogro en su hogar, que la humillaba, golpeaba y mantenía encerrada.

Usted es su mejor amiga, lo sé muy bien desde la primera ocasión que fui a verla. Ella estaba sentada en una mesa del restorán, dentro de la Plaza Revueltas. Cuando me vio se puso nerviosa, tomó su teléfono y marcó a alguien. Al llegar a su mesa, la saludé. Noté que sus ojos volteaban a otra parte. Esquivaba mi mirada. Yo no dije nada, dejé que fluyera la comunicación, “tus ojos se ven más negros”, “te ves más alto” y cosas así. Tomó confianza y decidimos irnos al motel a entregarnos un rato. Antes de salir del cuarto ella miró su teléfono, tecleó en el aparato y lo guardó.

Por eso sé que usted estaba ahí, en algún lugar cuidándola, al pendiente de lo que pudiera pasar. Me la imagino sentada en alguna mesa del restaurante recibiendo sus mensajes. ¿Entonces ya sabe quién soy? Que bien, estará más tranquila, pues la cosa no es con usted.

Nos escribíamos todos los días y hablábamos por teléfono por lo menos dos veces a la semana y hace días que no tengo noticias de ella. De las últimas conversaciones que tuvimos fue que el ogro la había corrido de la casa, y que había hablado con usted para pedirle asilo. Su novio quien vive con usted, accedió, pero usted no. Usted cuida mucho las apariencias y las formalidades, y un tercero en la casa de una pareja no le parece bien a los ojos de los vecinos. Fue así que ella no salió de su casa, se quedó llorando toda la madrugada y ustedes, al día siguiente, solo la invitaron a cenar. Su novio se portó muy lindo con ella, así me lo platica, y usted se pone seria cuando eso sucede. Esté tranquila con eso, que ella solo tiene ojos para mí. Y usted, usted es su mejor amiga.

La segunda ocasión que la vi, fue por una visita de negocios. Le di señas del hotel en donde me hospedaría. El ogro en ese entonces se encontraba acá en Guadalajara. Casualidades de la vida. Tuvimos toda la mañana, hasta que recibió la llamada de usted avisándole que la niña había desaparecido. Le dí lo último que traía para el taxi y se fue apresurada. En el aeropuerto me comuniqué con ella y gracias a Dios, la niña sólo había ido al parque sin su permiso.

¿Me dice que va a marcar a su casa para ver que sucede allá, que usted tampoco ha tenido noticias de ella? Gracias, se lo encargo mucho. Usted es su mejor amiga, ¿lo sabía? Lo confirmé cuando me enteré que usted, o usted y su novio, se ofrecieron para pagar sus vacaciones a Puebla este fin de semana pasado, cuando el ogro le dijo a ella que estaba loca, que iban a ir a Monterrey a visitar a los papás de él. Hoy vi las fotos públicas de las vacaciones en el Facebook del ogro y, entre ellas, sólo reconocí a la niña, sentada a un lado de sus abuelos, bajo un árbol grande del patio de la casa. Se ve linda, pero triste.

Ya para despedirme, hay algo que no me cuadra y por eso mi llamada: la noche anterior del viaje, ella había estado conectada a la computadora de la sala y desde acá estaba yo que le decía "quiero escuchar tu voz". Se dirigió a la recámara para recibir mi llamada, apenas iba a decirle “hola” cuando escuché la voz del ogro una y otra vez, primero tranquilo, luego con gritos. Según entiendo, entró al cuarto. Después, se escuchó el llanto de la niña y más gritos. Al fin su voz en tono quedo, pero excitada, al teléfono: ¡Ya lo sabe! ¡Vio nuestros mensajes! Y se cortó la línea.

Ahora soy yo quien tiene que colgar, esperaré su llamada para que me diga que a pesar de ese descuido, todo está bien.

Texto agregado el 08-01-2016, y leído por 124 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-01-2016 Tamaño descuido. Una narrativa fluida y muy singular. Tu texto da para reflexionar. SOFIAMA
08-01-2016 Muy buena narración, se deja leer y fluye. El final queda tan abierto que es imposible juzgar a los personajes, o al autor. ¿Qué haría yo en el lugar de ellos? NeweN
 
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