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CORBATA COLOMBIANA

“Pies planos-dijo el que lo seguía-. Y un dedo menos. Le falta el dedo gordo del pie izquierdo. No abundan fulanos con estas señas. Así que será fácil.”
Almazán no respondió nada. Continuó su marcha, cabizbajo y silencioso, de la misma manera que durante las últimas cinco horas. Conoce el paraje como la palma de su mano, el otro no sabe nada de eso.
Desde que nació toda su vida ha transcurrido entre los montes. Sabe con exactitud las veces que bajó al pueblo; tres: al morir su madre; cuando lo llevaron al hospital porque cayó a una quebrada y se rompió las piernas. La última, el día anterior, cuando fue interrogado por la muerte de Pereira.
La muerte de Pereira conmocionó a los habitantes de Camayagua, pues hasta donde existen registros nunca habían matado a nadie en esos lugares, aunque lo que más alteró fue la manera brutal en que se cometió el delito.
“Habrá que preguntar en todas las faenas para encontrar al fulano ese Almazán-continuó su casual e irritante compañero de pesquisa-tal vez será mejor separarnos y el que lo pille primero lo baja p’al pueblo”
Continuó en silencio su marcha, luego ladeó un poco la cabeza hacia él que iba detrás y masculló a modo de respuesta que siguen juntos porque así les dijo el Capitán.
El cuerpo lo encontró la compañera del difunto, una mujer de edad indefinida, menuda y muy nerviosa, mirada asustadiza y voz casi inaudible. Restregaba constantemente una mano contra la otra. De vez en cuando se mordía las uñas. Llegó casi desmayada a la delegación pues caminó más de tres horas por cerros y quebradas desde la choza que fue compartida hasta esa mañana.
Después de recuperar el aliento, indicó a los agentes como encontró a Pereira. Cuando despertó, él ya no estaba a su lado en la cama. La mujer no se extrañó porque muchas veces iba de alba a cortar leña o traer algo para comer, así que se levantó como de costumbre a calentar un poco de agua y cebar unos mates. Fue entonces que lo descubrió, blanco como la luna, sentado donde siempre, en una vieja silla entre el fogón y la viga, la cabeza un poco caída hacia la izquierda, pero lo que la hizo lanzar un alarido inhumano fue descubrir que la lengua cuelga por el profundo y limpio tajo que cruza el cuello de lado a lado.
Se hicieron preparativos, ensillaron caballos y partieron tres uniformados junto a la viuda, que iba a la grupa con uno de ellos. En una hora estuvieron en la choza frente al difunto. El más joven no pudo evitar vaciar el estómago junto al cuerpo, lo que hizo aún más terrible la escena. Unas horas después llegaron un Juez y un médico a cumplir sus propios afanes con el muerto. Era de noche y un improvisado cortejo volvió con Pereira hasta el pueblo.
Para las cuatrocientas almas el hecho fue lo más increíble de los últimos años, casi tanto como lo del “petiso”. Las viejas en la calle, los chiquillos en la escuela y los hombres en el jornal, todos se atropellaron para salir a mirar el bulto encima de uno de los caballos. Durante semanas solo se habló de esa muerte haciendo mil conjeturas: cada quién tuvo su hipótesis o aseguró ser poseedor de alguna pista valiosa.
En la Delegación se interrogó a todo el mundo. Repasaron varias veces la lista de entrevistados, hasta que el Capitán reparó que en ella faltaba Almazán, el de los montes que nunca bajaba al pueblo.
“Vayan a buscarlo-dijo- me lo traen hoy como sea, laceado si es preciso”
Esa misma noche Almazán fue conducido a la delegación, lo sentaron frente al Capitán, quien comenzó a interrogarlo casi con frenesí, Querían que fuera culpable y terminar rápido con el asunto. Era posible porque era raro, de poco hablar, fija la mirada en sus botas y el mentón hundido en el pecho.
“Este tiene la traza de criminal -pensó el Capitán- hay que apretarlo un poco y terminará soltándolo todo”
Diez horas después, los cansados agentes comprendieron que Almazán no era culpable. Esto coincidió con el hecho que la viuda recordó un detalle importante. Para contarlo tuvo que bajar otra vez al pueblo, desde los montes, tres horas de caminata.
“Pereira dició que un ajuerino anduvo buscándole conversa, le preguntó del petiso -señaló la mujer con el nerviosismo acostumbrado- jué poco antes de que lo degüellaran”
Los hombres se miraron entre sí y luego a la mujer “Y como supo que era afuerino-requirió un agente- el que le habló?”
“Porque no era d’estos rumbos, solo esa noche lo conoció. Lo invitó a tomar con él y Pereira, ya saben, nunca dijo que no a un trago, tomó y le soltó todo lo del petiso, güeno usté sabe, que era marica y que con otros peones lo colgaron una noche de las presas hasta medio matarlo, hasta que no le sirvieron de nada”
“¿Y te dijo algo más tu marido?”.
“Un dedo menos en la pata izquierda y que se iba pa’ los jornales del norte”
Almazán carraspeó en un rincón. “Yo puedo encontrarlo-dijo- he vivido toda mi vida en los montes, nadie los conoce mejor que yo”
El Capitán estuvo de acuerdo con que Almazán ayudara en la búsqueda. A esas alturas nadie duda que el asesino era el del dedo menos. Incluso muchos juran haber hablado con él: que era alto, bajo, flaco, gordo, morocho, blanco, con todos los lunares y las cicatrices posibles.
Lo mandaron rastrear los montes con el hermano de Pereira, a buscar noticias sobre el afuerino y en lo posible traerlo a la Delegación.
Almazán gruñe a su compañero que pasarán la noche en ese lugar. Amarró el caballo y tiró un pellejo bajo el guayabo más frondoso. Luego se tendió de espaldas y encendió tabaco. El otro se acostó a unos metros, demasiado pocos para su gusto y comenzó hablar
“¿Cree usted amigo que esto tenga que ver con lo del petiso? Eso era lo malo del finao de mi hermano, tan re bueno pa’abrir la boca después de unos tragallones”
“Yo estuve, de sapo nomás. Cómo gritó el pobre diablo colgado lo mismo que un cerdo”
Almazán apagó la pipa, se levantó despacio y caminó hasta el estero, a la izquierda del guayabo. Se sacó las botas y metió los pies en el agua, tan transparente que dejó ver un dedo menos y una lágrima deslizándose lenta por su mejilla, la que secó con violencia. Se agachó a limpiar el cuchillo y en la hoja se reflejó el rostro de Pereira, no el muerto, el otro. Cuando pudo ver los pies de Almazán, el cuchillo ya desgarraba su cuello. “El petiso… era mi hermano…”

Texto agregado el 23-12-2015, y leído por 75 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-12-2015 Que buen cuento. Me transportó al monte, me llevó de la mano con los personajes, que tienen bien definidas sus personalidades, me dejo de una pieza el final inesperado. Dá gusto leer cuentos así.!!! adelsur
 
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