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El año en el que entramos a estudiar en la facultad, fue aquel en el que el castillo de naipes económico se derrumbó, el gobierno fue saboteado por fanáticos violentos, y el régimen del terror comenzó a masacrar a todo ser que pensara diferente.

Los rumores acerca de los insurgentes en la capital eran plasmados en los titulares de cada periódico todos los días, ninguno de ellos confiable.

“Encuestas ubican a los separatistas en la cima.”

— ¿Quién se cree estas mentiras? —Comentó Anthony en determinado momento.
— Los tontos desesperados por validar su insignificante opinión… —Añadí con mofa.
—Talvez… o puede ser que no sean tan tontos. —Agregó Daniel.
— ¿Qué quieres decir? — Su enigmático tono me incomodó bastante.
— (…) Nada, olvídalo. —Concluyó.

Iniciaba el mes de Septiembre, aun se podía sentir el cálido aire veraniego revoloteando por las calles, tres hombres con ideas optimistas acerca de su futuro desperdiciaban el tiempo contemplando sus vidas pasar.

—Daniel cree que los revoltosos que amenazan al estado lograrán llegar al poder… — Explicó Anthony, aun prestando atención al diario.
Mi reservado compañero quien se hallaba recostado sobre la pared esbozó una mueca de disgusto, se levantó de manera flemática y con actitud cautelosa expuso cierta información que nosotros dos ignorábamos.
—Escuchen… quizás no se dieron cuenta por pertenecer a la élite acomodada, pero hace un par de meses la bolsa de valores se desplomó como no lo había hecho nunca…
—Daniel, es una época difícil, pero de seguro el país la superará… —Manifesté, intentando calmarlo.
Como indiqué anteriormente, éramos sólo unos niños ignorantes.
—No Oliver, no lo sabes con certeza…. Ha habido despidos masivos, el pueblo busca un cambio, y…
— ¿Y qué? — Preguntó Anthony intrigado.
Daniel se notaba en extremo perturbado, sigiloso caminó hacia la ventana y observó el paisaje repleto de edificios, jardines y alumnos entusiastas.
—Y… seremos quienes paguen.
—Nos estás escondiendo algo ¿no? —Soltó Anthony de improviso.
— ¿Qué podría estar ocultando? —Contestó Daniel sin dirigir la mirada.
—No lo sé… Prefiero no pensarlo.


No interferí una segunda vez, más que todo porque reflexionaba en el hecho de no era la primera ocasión en la que atendía a la frase: la élite acomodada lo pagará; era la clase de propaganda que el PRS (Partido Revolucionario Socialista) ubicaba en la infraestructura de las empresas de mi padre. Aunque no pueda afirmarlo con veracidad, sé que Anthony estaba insinuando que Daniel simpatizaba con sus ideas.

Las semanas transcurrieron a medida que el clima político se tornaba tenso. En aquellos momentos en los que la existencia adquiría un tono más oscuro, y nuestra libertad era gradualmente arrebatada, cada uno empezó a percatarse de que la juventud se iba esfumando, que debíamos tomar cualquier oportunidad que se nos presentara, y que a pesar de las circunstancias siempre podíamos encontrar un escape hacia la esperanza.

Ocurrió un día de Noviembre:

“Heydrich conquista las elecciones.”

Richard Heydrich, el líder del PRS se posicionó como presidente de la nación. Su discurso exaltó a varios de los espectadores que se hallaban en las cercanías; el cambio era inminente, los capitalistas serían empujados de sus lujosos tronos para enfrentarse a las desgracias propias de la clase obrera.

— ¿Qué estás leyendo? —Demandé a Daniel.
— Mi familia fue afiliada al PRS —Contestó sin mucho entusiasmo.
— ¿Por qué?
— Podría hacerte la misma pregunta. —Indicó enseñándome una carta proveniente del movimiento radical con mi nombre en ella.

El incipiente gobierno promulgaba una ley por la cual todo aquel que perteneciese al partido, tendría que donar las tres cuartas partes de su salario si este representaba más del mil por ciento de los ingresos de un trabajador promedio. Por el contrario, si alguien no deseaba integrarse a la nueva doctrina, estos serían objeto de auditorías, que por sentido común, finalizarían en sospechosas desapariciones.

— ¿También hay una para Anthony?
—No.

Me acosté cubriendo mi cara con la almohada. Intentaba no ahondar en los recientes eventos, aunque era algo sumamente difícil, mi mundo entero se estaba contrayendo, cada mala noticia disminuía su tamaño, y lo confinaba a un espacio de infinita densidad para el cual no existía ninguna salida… o eso creía.


Anthony era el hijo de un influyente ministro de la congregación del Séptimo cielo, una ideología que promulgaba la meditación, el amor al prójimo, el sinsentido existencial, y de manera muy conveniente la sublevación contra el PRS.

A pesar de ser un niño retraído e ignorante de su propio entorno, todos los viernes en la noche mis padres, quienes pertenecían a la hermandad del Séptimo cielo, me obligaban a desperdiciar dos horas de mi tiempo escuchando al presbítero Schneider expresar sus opiniones acerca de un mundo invisible más allá de nuestro universo. Por suerte para mí, siempre podía contar con la compañía de Anthony, quien deploraba esas ridículas reuniones tanto como yo.

Recuerdo que en una ocasión debimos presentarnos ante toda la comunidad religiosa, para exponer los primeros capítulos del libro sagrado. Fue un cruel castigo asignado por el padre de mi compañero por habernos burlado de los espíritus alados que vendrían el día del apocalipsis.

Al transcurrir los años, cada uno observó como el otro iba adquiriendo madurez, como las adversidades forjaban nuestra personalidad, y como las vicisitudes nos permitían analizar desde la distancia el retrato de lo que el futuro deparaba para nosotros.

Un poco antes de partir a la universidad, Anthony se comprometió con una adorable chica llamada Emily. Sin importar la distancia impuesta por sus aficiones y el sombrío panorama que tomaba vuelo en el horizonte, su relación había mantenido la ternura característica de dos adolescentes enamorados.

Y finalmente convergemos en la idea central que me inspiró a escribir esta historia mientras aguardo al día de mi ejecución. La esperanza que expuse algunos párrafos atrás, y a la cual me aferro con desesperación:

El amor…

Doce horas antes de tomar el tren para regresar a casa por las vacaciones de navidad, tres agentes al servicio del partido irrumpieron en nuestra habitación del campus. Pude escuchar como otros oficiales destrozaban las puertas de los cuartos colindantes, atacaban a los estudiantes, y los obligaban a salir de manera violenta.

— ¡Afuera! —Ordenó uno de los funcionarios apuntándonos con un arma.

Nos dirigirnos al exterior de nuestra residencia, contemplamos el escenario repleto de alumnos aterrados por aquel allanamiento imprevisto que aspiraba detectar a los enemigos del gobierno. No sentía ninguna clase de miedo para ser honesto, más bien ansiedad en torno a los arrestos que estaba seguro se llevarían a cabo.

— ¿Quién de ustedes es Anthony Schneider? — Demandó uno de los servidores del movimiento, emergiendo de nuestra pieza.
—Soy yo… —Se introdujo mi amigo con cierto atrevimiento.

El hombre vestido de negro llamó a sus acompañantes.
—Llévenselo.

Un frío espeluznante recorrió mi cuerpo cuando escuché aquella palabra, tuve la intención de detenerlos, de luchar, y darle algo de tiempo a Anthony para que escapara, sin embargo una especie de cobardía egoísta me detenía.

Anthony no opuso resistencia, simplemente nos observó en silencio. Ahora que lo pienso, creo que fue la única despedida a la cual pudo resignarse. Empezaba a nevar, el gélido clima invernal me golpeaba en la cara, y la despiadada ventisca que descendía con vehemencia desvaneció a mi amigo mientras se alejaba en la distancia.
Cuando todos los delegados del PRS desaparecieron, llevándose consigo más de doscientos universitarios a alguna sala de interrogatorios desconocida, Daniel y yo regresamos a la habitación respirando el incómodo ambiente que la ausencia de nuestro amigo había provocado.

— ¿Y ahora qué? —Pregunté.
—Seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado. —Respondió Daniel empacando su ropa.

Su contestación me produjo unas terribles ganas de llorar, pero decidí contenerme. No obstante, al leer las últimas palabras de mi compañero raptado, expresadas en una misiva para Emily, mi espíritu no pudo soportar la magnitud del evento que acababa de ocurrir.

Querida Emily:
Agradezco al destino por haberme concedido la alegría de conocer a una mujer tan maravillosa. No siento ningún arrepentimiento al exponer mis ideas en contra de la situación en la que vivimos, porque son los ideales de esperanza e igualdad los que te permiten existir para siempre.
Desearía poder verte una vez más, besarte, abrazarte, sentir el calor de tu piel desnuda contra la mía, decirte cuanto te amo… Pero sé que no podré, sé que mi tiempo en este mundo se ha agotado, y no puedo llevarte conmigo a donde voy.
¡Maldita sea! Quiero quedarme contigo… Lo añoro más que nada.
Guarda nuestros bellos momentos en tu corazón…
Siempre tuyo:
Tony.

No comprendí muy bien a qué se refería Anthony con ideales de esperanza e igualdad, pero sin duda era mucha mejor persona de lo que había intentado demostrar.
Oculté la carta dentro de mi equipaje, traté de no analizar los sucesos recientes, y aguardé por el momento en el que el tren me llevase de vuelta a casa.


—Papá… ¿Por qué nos afiliaste al PRS? —Comenté en medio de la cena.

Mi padre adoptó un semblante cargado de severidad, dio un rápido vistazo a mi madre quien lucía preocupada, y luego se dirigió a mí:

—Oliver ¿sabes la situación por la cual está pasando el país?
—Sí, lo sé, pero estás en contra ¿no?

Pude notar que mi pregunta lo incomodó bastante.

—Se trata de mantenerse con vida… Muchos han desaparecido, incluido el ministro Schneider.
—Pero… no debe ser, este nuevo régimen no está bien.
—Lo sé, sin embargo no hay nada que podamos hacer. —Concluyó abatidamente.

Aunque mi progenitor tenía razón, muy en el fondo deseaba poseer la valentía que inspiraba a Anthony, quería dejar de ser un cobarde que se escondía, añoraba luchar por lo que era correcto.

A la mañana siguiente me encaminé a la casa de Emily para entregarle la carta y anunciarle la mala noticia. La festividad navideña no era la ocasión apropiada para revelar algo tan devastador, y no estaba muy seguro de cómo podría expresarlo de la mejor manera, no obstante ella merecía enterarse.

Mi rumbo por las calles fue algo desesperanzador, todo rastro de la ciudad en la cual fui criado había sido borrado, y en su lugar me hallaba con un campo de guerra atestado de establecimientos incendiados, personas agonizantes arrojadas sobre el pavimento, y ráfagas de disparos que se escuchaban en las lejanías.

Al llegar, golpeé la puerta y esperé unos segundos a que atendieran.

—Hola. —Saludó una joven rubia de ojos esmeraldinos.
—Hola, ¿está Emily en casa?
—Claro, pasa.
—Gracias.

Mientras me guiaba a la estancia principal, la hermosa chica se introdujo:

—Tú eres el amigo de Anthony ¿no?
—Sí… ¿te conozco?
—No creo, si lo hicieras estarías aterrado. — Comentó formando una mueca algo extraña. —Me llamo Cassie, soy hermana de Emily.
—Soy Oliver. —Añadí con seriedad.
—Emily, Oliver te busca… —Informó en la entrada de la sala.

Emily me contempló con alegría, si bien noté su consternación.

—Oliver… — Unas dolorosas lágrimas brotaron de sus ojos.

Ella ya lo sabía.

—Yo… estaré… por ahí. —Prestando atención al aire deprimente de la conversación, su hermana desapareció del salón.

—Anthony… fue... detenido por el PRS.

Emily desbordó su llanto cubriéndose el rostro con sus manos. Notar el anillo de compromiso alrededor de su dedo me provocó una insoportable nostalgia.

—Escribió esto para ti… —Coloqué el romántico recado sobre la mesita de café. —Adiós Emily.

Me sentía destrozado por su tristeza, lo más probable es que su prometido estuviese encerrado en alguna prisión, aguardando por una absolución que nunca aparecería.

Tenía intenciones de consolarla, pero no me encontraba en el mejor estado para hacerlo, así que solo me alejé.

— ¿Qué haces?... — Susurró Cassie, surgiendo de entre las sombras.
—Ya me tengo que ir…
— ¿La vas a abandonar ahí?
—No soy bueno para estas cosas…

La dulce chica permaneció en silencio unos minutos.

— ¿Tienes planes para esta tarde?
—Es nochebuena…

Era sumamente extraño que una desconocida me invitara a salir. Siempre me consideré la clase de sujeto que viviría atormentado por la soledad y las ideas suicidas.

— ¿Y?...
—Tengo que volver con mi familia.
—Te regresaré para medianoche, lo prometo… — Su mirada era difícil de resistir.
—De acuerdo.

Se podría considerar que el hecho de confiar en extraños, teniendo en cuenta el violento panorama que azotaba a nuestra sociedad, era lo último que uno debería hacer. Sin embargo, a pesar de las circunstancias siempre debes estar dispuesto a creer en la humanidad, a dejar tus prejuicios a un lado, y a dar un salto de fe hacia la nada.


Cassie y yo transitamos por la ciudad presenciando la destrucción a nuestro alrededor. La muerte y la desolación no son buenos temas para mantener una plática agradable, no obstante ella tenía la habilidad de hacerte ignorar aquellos problemas para que te concentraras en su voz, y en lo que tenía que decir.

Nos detuvimos frente a un edificio abandonado.

— ¿Aquí es? —Pregunté confundido.
—No es lo que parece, ven…

Las empresas que se negaban a adoptar las ideologías del partido eran investigadas, perseguidas, y lanzadas por el precipicio del fracaso comercial. Los directores que corrieran con suerte lograrían escapar del país para comenzar desde cero, por el contrario, los más desafortunados contemplarían sus compañías, y sus propias vidas ser azotadas por la miseria.

—Pensarás que es absurdo enseñarle esto a alguien que acabas de conocer… —Comentó adentrándose en la construcción. —Pero estoy harta de no poder contar con nadie… ni siquiera con mi propia familia.

Los muros que aún se erguían con imponencia dentro de aquel devastado lugar, ostentaban retratos vívidos de la realidad actual del país. Cada imagen representaba una sátira contra el movimiento subversivo, y las miles de atrocidades que habían cometido para mantenerse en el poder.

La técnica, los colores, y la ferocidad impregnados en la obra incendiaban la vista y el alma. Heydrich arrancando su rostro, revelando su diabólica naturaleza, agentes del PRS matando y encerrando niños, dirigentes del estado robando el dinero a organizaciones públicas, son la clase de mensajes que la talentosa chica había plasmado sobre las paredes.

— ¿Qué opinas? — Extendió sus brazos intentando abarcar todas las pinturas.
—Es… —Quería expresar mi fascinación, pero me contuve. —Peligroso.
—Esa es la idea… —Se acercó y colocó sus manos sobre mis hombros. —Quiero inspirar, quiero asombrar, quiero espantar, quiero causar un cambio…

El brillo de la esperanza en sus ojos era enternecedor.

— ¿Por qué me invitaste a este sitio?
—No lo sé… me agradas, y… creí que te gustaría ayudarme…
— ¿Ayudarte?... ¿Cómo? —No me gustaba la dirección que estaba tomando.

Antes de responder, una serie de detonaciones captaron nuestra atención. Junto a los disparos escuchamos fuertes pisadas pertenecientes a un grupo numeroso que se acercaba con rapidez.

—Ven. —Ordenó Cassie guiándome hacia uno de los cubículos.

Mi corazón latió con violencia al presenciar al hombre que entraba en el establecimiento. Por unos momentos, mientras buscaba un escondite favorable, el individuo pareció admirado ante el arte vanguardista de mi compañera…

Por desgracia fue lo último que pudo ver, previo a ser acribillado brutalmente desde el exterior.
La tropa de soldados ingresó para asegurarse de que su enemigo había muerto. Una nueva ráfaga de balas penetró el cráneo de aquel sujeto, el pequeño charco de sangre y los fugaces trozos de hueso que se esparcieron sobre el suelo me produjeron unas incontenibles ganas de vomitar.

—Miren eso… —Indicó uno de ellos.

En ese instante Cassie sostuvo mi mano con fuerza.

— ¡Malditos imbéciles…! — Gritó uno de los integrantes del regimiento. — ¡Quémenlo todo!

La palma de la dulce joven sudaba de manera excesiva.

—Debemos salir de aquí…—Murmuré. Sin embargo Cassie lucía fuera de sí.

El escuadrón salió tras el mandato de su capitán. Este se paseó por la construcción analizando cada pintura sobre las murallas…

— ¡Cassie! —Musité. —Podemos salir por aquella ventana…

La salida alterna a nuestras espaldas hizo que la chica rubia reaccionara.

—Vamos.

Cuando estuvimos a salvo, lejos de la zona del incendio, Cassie y yo dimos por terminada la huida.

—Perdóname. —Comentó cabizbaja. —No sé en qué estaba pensando.
Por alguna razón, al estar sentado a su lado, presenciando el titilante destello de las estrellas, los recientes eventos se me antojaban un tanto insignificantes.
—Esperaba que me ayudaras a difundir mi obra… —Pequeñas lágrimas brotaban de sus ojos. —Inicié porque quería expresarme, exponer lo que presenciaba todos los días… Luego se hizo más sustancial… Podía inspirar a la gente a combatir la injusticia…
Pero soy una egoísta. —Secó el exceso de llanto con la manga de su suéter. —No lo haré de nuevo.
— ¿Por qué me elegiste a mí?

Cassie sonrió tiernamente.

— ¿Sabes cómo te reconocí cuando te vi?
—No.
—Fue por Anthony… En varias ocasiones me escribió acerca de ti, de lo listo, talentoso, y agradable que eras… Creo que trataba de emparejarnos.
—Jamás me habló de eso…
—Supongo que reflexionó en que te rehusarías.

La detallé durante unos segundos, en verdad era hermosa.

—Quiero ayudarte.
— ¿Por qué? ¿Te gusto?

Mis mejillas ardieron ante su interrogante.

— Quiero hacer algo por mi amigo… —Traté de lucir sereno, si bien el rubor permanecía en mi rostro.
—Podrías morir…
—Lo sé… pero quiero lo mismo que tu… causar un cambio.
—Gracias. —Expresó, entrelazando sus dedos con los míos.

El pueblo da poder a los símbolos. Solo, un símbolo no significa nada, pero con bastante gente alterar lo que este representa puede cambiar el mundo.
Ese era el plan.


Los días siguientes dejamos nuestro complot a un lado. Cassie estaba empeñada en conocerme mejor, y yo… no tenía objeciones en permitirlo.

— ¿Por qué decidiste estudiar literatura?
—Al leer a Tolstoi, a Goethe, y a Flaubert comprendí lo que puedes hacer con la inspiración… Logras ver otros mundos, e inspirar a los demás para que ellos observen más allá.
— Al leer a Tolstoi, a Goethe y a Flaubert… —Irrumpió Cassie entre burlas con una voz petulante.
—Son mis favoritos—Añadí lacónico.
—Lo entiendo… Quieres ser escritor. —Agregó a manera de disculpa.
—Sí.
— ¿Escribirías sobre mí?
— ¿Qué podría escribir sobre ti?
—Que te gusto… —Su mirada atravesó mi alma… —Y… quieres besarme. Sería una novela romántica.
—Lo pensaré… —Nuevamente mis mejillas se habían ruborizado.
Siendo honesto, sí deseaba besarla.

Al regresar a la universidad cuando las vacaciones concluyeron, me sentí vacío y nostálgico, tanto por la ausencia de Anthony como por la de Cassie.

— ¿Qué tal el receso de navidad?
—Muy aburrido… —Respondió Daniel quien leía un libro.
—El mío estuvo bien… —Indiqué. —No es que hayas preguntado. —Repuse murmurando.
— ¿Has sabido algo de Anthony?
—No. Su padre desapareció, y el resto de su familia tuvo que huir.
—Que mal.

Me distraje con mi proyecto revolucionario que se proponía cambiar el mundo. Desgraciadamente era algo que no se podía esconder, así que Daniel poco a poco se fue percatando de mi trabajo, y de lo que tramaba con este.

— ¿Desde cuándo te interesan estas cosas?
—No puedo decírtelo, pero… no quiero que digas nada.
—Como sea…

No estaba seguro si podía confiar en Daniel, sobre todo después de su indiferente actitud frente a la desaparición de Anthony, y su extraña simpatía en relación a las ideas del partido.

Y en serio no debí confiar en él.


Anhelo contar lo que sucedió luego, juro que es cierto. Mi arresto, mi sentencia, y mis últimos meses, pero ya no me queda tiempo, en breve seré llevado al paredón de fusilamiento a recibir mi castigo por tratar de luchar por la justicia. Cassie fue ejecutada hace poco, delatada por medio de una carta que me envió cuando supo de mi aprisionamiento.

Sin embargo esta corta historia es lo que heredo al mundo, para que sepa lo que sucede ahora mismo. No sé si logrará ser transmitida a alguna persona teniendo en cuenta lo difícil de mi situación, pero tengo esperanzas, en verdad que sí.

Atentamente:

Oliver Wilde.

Texto agregado el 15-12-2015, y leído por 71 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-12-2015 Este texto me parece que consigue universalizar la situación actual de américa latina y a la vez adelantarse en algunas consecuencias. La convicción de luchar por los ideales y el sino de un mundo que se resiste a transformarse a instancias del hombre debe de ser uno de los asuntos transversales de la novelística de ayer y hoy; lo que merecería un comentario mucho más largo, pero por ahora saludo la prolijidad del enfoque de tu texto. quilapan-
16-12-2015 genial, me hiciste vivir todo...*****...y gracias por el grato momento .. blasebo
 
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