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HISTORIAS RECODINAS.

“El Caso Matute Johns de visita en El Recodo”.

Capítulo I: Vicios Públicos, Virtudes Privadas.

Vamos a partir de inmediato con el Filete. Porque como toda buena empresa, es necesario enfrentarse a determinados riesgos al comenzar el periplo hacia la concreción de las metas propuestas.
Así tal cual.
El enigma policial más célebre de las últimas décadas en Chile, y uno de los más escabrosos después de los crímenes en Dictadura, llegó a la apacible Villa El Recodo: un suburbio de clase media - aspiracional (sí, bastante), nacido en 1973 y ubicado entre los cerros de pinos y eucaliptus del comienzo del casi extinto Wall-Mapu, el santuario de la élite religiosa penquista “Schoenstatt” y el majestuoso Río Bío-Bío, que bordea la Ruta de la Madera, kilómetro 2,5 camino a Santa Juana, y que pertenece a la pujante comuna de San Pedro de la Paz (En Boca Sur, Michaihue y Candelaria también son pujantes, sí señor, a su manera).
Y bueno, sí: el ya cinematográfico (más bien, quizás, similar a una serie de televisión, de las buenas) Caso Matute Johns arribó a El Recodo de manera precipitada, por allá por el verano del año 2003.
Y bueno, no sólo eso: aparte de su aterrizaje forzoso en el corazón del barrio, involucrando testimonios de varios vecinos y vecinas y “pericias criminalísticas”, se estrelló con ira en mi persona, Ignacio Gallardo Frías, en aquel entonces de inocentes 22-23 años, residente de la casa esquina de la Avenida Río Loa número 138, frente al tradicional negocio “Pachá” (el de las cervezas al hielo). La presente historia, o al menos su fragmento más superficial y mediáticamente bullicioso, se instaura ya como parte del extenso archivo de la investigación del caso y, hasta hoy, una de las consecuencias poco agraciadas por quienes fuimos en mayor o menor medida asociados a las pesquisas: como recuerdo latente en la memoria de muchos penquistas que, incrédulos ante tantos giros dramáticos, tienen todo el derecho a imaginarse incluso lo imposible.
¿Pero cómo carajo he podido yo, incapaz de matar ni una mosca, hallarme de pronto inmerso en una trama que nunca busqué ni esperé, y que a pesar de lo delirante e intrigante que resulta, causó sin dudas un enorme perjuicio para mi prestigio, y la fama de este noble y mítico vecindario?
Teniendo absolutamente claro lo delicado del tema, de la historia en sí, y de su evolución judicial, me sostengo sobre dos principios esenciales para atestiguar sin incomodidad este relato, que no viene a ser más que el proceso de armado de una milésima parte de un rompecabezas que, guste a quien guste, produce un espontáneo derroche de especulación y teorías varias durante las variadas tertulias y en los más diversos contextos de la vida social penquista.
El primer principio es el de la libertad de expresión, donde sin temor a expresar lo que vivencié en carne propia, me siento absolutamente ajeno a cualquier asociación hacia el Caso sin contar el montaje del que fui “pieza clave”.
El segundo principio, la matriz del impulso por narrar estos hechos, es que demás está decir que la supuesta circunstancia que pronto habré de elucubrar, fue completamente desacreditada por la justicia, o la justicia antigua, llámese mejor, y por los distintos peritos que durante varios meses tuvieron dedicación exclusiva a escarbar en la intimidad de los apacibles recodinos y a conversar sobre cine, literatura y fútbol con quien escribe. Demás está decir que conservo la mejor impresión sobre los profesionales del orden y seguridad pública que interactuaron directamente con mi persona y con mi verdad. Saben mucho de cine, y eso ya basta para que el vínculo caiga en gracia. Había uno sólo más reticente a mantener un diálogo fluido, respetuoso, ameno y cinéfilo. Ya nos referiremos al personaje en cuestión, si es que antes no me hace desaparecer.
Eso último fue un sarcasmo propio de mi afición por las películas policiales y de las mafias. Pido las excusas respectivas si es que en algún momento mis palabras insinuaron algún tipo de acusación infundada acerca del correcto obrar de los funcionarios civiles y uniformados de Chile. En fin.
Es imposible no recordar aquel verano, en mi caso bastante especial porque hace no mucho había superado la pérdida de mi madre, María Cecilia, y dicha época estival representaba todo un abanico de posibilidades de distracción, ajetreo y aventuras varias, adscritas a lo que era ser aún un estudiante (de instituto profesional, ojo, no universitario… qué le vamos a hacer) y a sentir cómo el calor propiciaba el deseo por descubrir nuevos lugares, nuevos rincones, nuevas selvas ansiosas por ser recorridas en lo más profundo de sus parajes.
Al socio, el cumpa hasta hoy, el clásico compañero de tertulias y conjeturas varias, le había dado por invitar a varias chicocas quinceañeras (digo quinceañeras refiriéndome a muchachas de 16, 17, 18 años, en absoluto interdictas) a compartir las burbujeantes tardes y las humeantes noches recodinas. En la Villa El Recodo estaba rebueno el carrete. Y varias de las niñas eran bastante bien parecidas, dijes, guapas, según mis propios términos.
Nunca se me pasó por mi jamás precaria imaginación lo que vendría después de las chicas guapas. Tan radiantes y angelicales se veían. Tiernas. Siempre y cuando la ternura no se asocie a algo carnal o lactante, sino que más bien, a esa chispa propia de las niñas convirtiéndose en mujeres. En mayor o menor medida, claramente.
Lo que sí, reconozco que uno de los inconvenientes de haber sido involucrado –en mayor o menor medida, siempre- al Caso, es el hecho que los medios difundan tu nombre y tu imagen. Claro que, por fortuna y por ciertas amistades en la prensa, nunca apareció una fotografía de vuestro servidor en los diarios locales y nacionales. Sólo una vez apareció mi rostro en televisión abierta, y fue porque yo lo quise así.
Resulta que, estando ya relativamente consciente de que estaba metido en uno de esos cachos en apariencia complejos, mi célebre aparición en los noticiarios entrando a prestar exhaustivas declaraciones a la policía y al juez de aquel entonces y a un “allanamiento” con “testigos protegidas” en mi apreciado hogar, coincidió con una circunstancia por decir menos, especial: fue el día siguiente al ascenso de Deportes Concepción, el León de Collao, ante O’Higgins en Rancagua. Era domingo de extremo calor y, por supuesto, de vuelta en Concepción la Barra Los Lilas siguió CONCElebrando el triunfo y el retorno a la Primera División hasta altas horas de la noche y, en forma excepcional, a dar rienda suelta a sus aleonados instintos por saciar la sed a como dé lugar. Y bueno, demás está decir que, en efecto, fui parte de esa multitud ferviente y orgullosa por el logro de su Querido Conce. Así las cosas, se entiende y da por pleno y justificado hecho la correspondiente algarabía popular.
Volviendo al Caso, y como se podrá deducir del anterior párrafo, no asistí en condiciones óptimas a la citación de las 9 de la mañana en el cuartel de Angol con Los Carrera. Tenía sueño, algo de resaca por tanto cantar, la voz apenas me salía (eso produjo algo de incomodidad en el Señor Juez y en algunos detectives) y me encontraba circunstancialmente en una delicada situación higiénica. Sin embargo estaba feliz. Luego de la celebración por las calles de Concepción, mi gran amigo y compañero de Tablón que llamaremos “M” se ofreció como opción para pernoctar, por lo que las dos horas que dormí, las descansé en un cómodo colchón que el susodicho puso a mi disposición en su morada. Me levanté raudo, algo justo en la hora, y los padres de mi buen amigo, me consultaron en el camino hacia dónde iba.
“Tengo una citación a la Policía de Investigaciones por el Caso Matute”. Pero qué va. Su sorpresa no superó un “en serio”, pues por una de esas coincidencias del caprichoso destino, que a medida que vaya avanzando el relato se manifestarán con aún mayor fuerza, mi querido amigo también fue requerido alguna vez por las diligencias investigativas del Caso, eso sí, como asistente al recinto nocturno La Cucaracha de esa noche. De hecho, es curioso pero nunca conocí ese lugar. Era muy joven para frecuentar tal clase de antros. Para todo hay un momento y un lugar.
Los padres de mi amigo me dejaron amablemente en el centro de Concepción y, entre intrigado por la nueva citación y aún extasiado por el retorno del León a la División de Honor, divisé la portada del extinto Diario Crónica con los jugadores Lilas abrazándose con la hinchada. Tenía unas pocas monedas, pero como tenía pase escolar en aquel entonces, me alcanzó para sacar los 150 pesos que costaba la Crónica. Bellas imágenes. Ahí las tengo guardadas junto a mis recortes de prensa, al lado de los mercurios, terceras, cuartas, naciones, sures y crónicas que difamaron mi nombre y el de toda una aldea. Ahora bien, para ser justos, dicha difamación no fue una acción voluntaria de los periodistas, pues los muchachos y muchachas sólo cubrían lo que las policías y los tribunales le informaban. Nada que hacerle. Salvo uno en particular que, en contra de mi voluntad y a escondidas, me grabó engaños mediante, luego de haber accedido afablemente a conversar con su persona. Más adelante me referiré a dicho personaje y a su rol durante mi travesía dentro del Caso.
Mientras caminaba hacia el cuartel, mi deleite era máximo revisando las notas e imágenes acerca del ascenso Lila en Rancagua, junto a las siguientes páginas sobre el Caso. Logré captar a una cuadra de distancia el enorme gentío de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que se agolpaba en el exterior del cuartel. Pero marché a paso firme y sacando pecho con mi campante camiseta Lila, me fui aproximando hasta enfrentarme de lleno con la prensa local, entre ellos varios conocidos, tanto por mi profesión, mi práctica laboral y, era que no, por mi querido Recodo. Era que no. En aquel entonces, eran tres los periodistas encargados de cubrir el Caso que vivían en El Recodo. ¿Me van a decir que aquello no resulta, por decir lo menos, peculiar, sobre todo considerando que uno, el de El Sur de aquel entonces y uno de los más insidiosos, vivía frente a mí, la de la corresponsalía de Canal 13 a la vuelta de mi casa, y la de TVN era amiga mía desde la infancia?
Esto sí que da para una historia, sí señor, una historia por decir lo menos, mítica.
Me paré frente a los periodistas, algo ebrio (me refiero a retazos, en ningún caso con consumo próximo en el tiempo), nervioso y ansioso y, en un acto reflejo, mientras ingresé velozmente a las dependencias de la policía les mostré la portada del diario Crónica con el titular “El Conce a Primera” y proferí epítetos propios del folclore del fútbol. Siempre con mi particular sonrisa de oreja a oreja. El hecho de que haya mostrado la portada del diario al revés, como testifican los registros audiovisuales de TVN, Canal 13, Megavisión, Canal Regional y TVU, pasa a convertirse en una mera anécdota, más aún considerando que a uno de los reporteros, debido a mi veloz ingreso, no se le ocurrió nada mejor exhibir mi entrada en cámara lenta, siempre mostrando el titular del diario… al revés. Ahora que lo percibo a lo lejos en cuanto al tiempo, siento que viví una escena propia de un filme de Martin Scorsese.
En fin. Me acuerdo de los diarios, los recortes, las noticias en la televisión, la Radio Bío-Bío dando cobertura a los gases intestinales que expelía mi organismo. Mi nombre envuelto en llamas, en la palestra de la opinión pública. Por lo mismo, me causa algo de resquemor entregar los nombres de las dos chicas que me tendieron una trampa en complicidad con quien sabe qué ente o entidad, porque conocí de cerca el infortunio de tener presencia mediática por una situación tan impropia como la que me tocó vivir en medio de el Caso.
Pero qué va, las “testigos” están harto grandecitas ya para ser “protegidas”: Mackarena Soto y Fernanda Rubilar, queridas: donde estén les ruego que disfruten al máximo de esta historia, tanto como la estoy disfrutando yo al trazar su recorrido y recomponer cada suceso.
En el próximo capítulo, me concentraré en los detalles de mis arduas y maratónicas conversaciones de cine, mujeres y chismes variopintos con los detectives, el juez, su psicóloga o psíquica -que desconfiaba de cada uno de mis parpadeos, y de cómo un pelotón de al menos diez vehículos policiales, jueces, psíquicas, detectives, “testigos protegidas” con trajes espaciales y gran cantidad de cigarrillos provistos por los amables detectives (al menos nunca me faltaron puchos), además del operativo para escabullirse de la prensa (que no cubrió el allanamiento voluntario a mi hogar, por falta de pericia, diría yo, pues los vehículos con el contingente, quien escribe y otros vecinos y amigos, realizaron una épica marcha desde el cuartel hacia la Villa, cruzando el Bío-Bío), se hizo presente en las afueras de mi antejardín, en la esquina vital recodina, recluyéndome durante varias horas en una camioneta mientras se realizaban pericias, registros y testimonios “en el lugar de los hechos” por parte de las “testigos protegidas”, con el juez maravillado por la biblioteca de mi padre (le faltó poco por pedirme las obras completas de Chejov prestadas) y, por supuesto causando conmoción en el barrio. Ese día, la Villa El Recodo se hizo famosa. Pasó de ser un pintoresco, anecdótico y apacible fragmento suburbano rodeado de una naturaleza indómita, del Bío-Bío arrasante y de la paz espiritual de los schoenstattianos y las mansiones sacras de sus curas y monjas, a transformarse en un verdadero paraíso para cualquier escritor, novelista, guionista o aspirante a que se precie de tal. Y al decir aspirante, solicito interpretarlo de todos los sentidos posibles, es lo bonito de la retroalimentación entre texto y lector.
Y sucedió que faltaba que yo, Ignacio Gallardo Frías, “Nacho Lila”, el “Guatón de Recodo”, diese el paso definitivo hacia el renombre público de la Villa El Recodo de San Pedro de la Paz. Y nada menos que a través del mismísimo, célebre y aún misterioso Caso. El Caso.
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PRONTO EN LIBRERÍAS… mentira, los escritores independientes no podemos ofrecer nuestros libros en librerías sin tener factura.
Pero para eso está facebook, los nunca bien ponderados mecenas cuya infructuosa dedicación por financiar las aventuras artísticas y literarias tampoco han sido suficientemente bien ponderadas, y el ímpetu por develar secretos, intrigas, chascarros y pasiones que, como vuestro circunstancial servidor, he de ostentar en la presente –y combatiente- aventura narrativa.
Les pido por favor que, si no aparece en una semana el siguiente capítulo de esta historia, por favor comuníquenlo a mis seres queridos. Es probable que sea asesinado y arrojado a las aguas del furioso Bío-Bío o, por lo bajo, que me aprisionen por referirme públicamente a detalles del Caso que, hasta la actualidad, se mantiene en pleno proceso de investigación.
Lo del asesinato y encarcelamiento fue un jocoso sarcasmo. Un jocoso recurso literario que pretende hacer un paralelo exacerbado con aquellas intensas películas de gangsters que tanto me seducen. Y siendo bien honesto, no le temo a nada. De hecho, me sentiría horrible y poco digno atemorizándome ante la verdad.

Capítulo II: “El que sabe, sabe”.
LA PRÓXIMA SEMANA.

Texto agregado el 25-11-2015, y leído por 314 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
25-11-2015 Hasta ahora vamos bien, espero tu segunda entrega..Saludos, sheisan
 
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