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Aún la recuerdo. Yo solía ir corriendo, hace muchos años, hacia la puerta en donde ella discutía con algún vecino sobre quién sabe qué. Me acercaba lentamente por atrás y con un pequeño jalón a sus falda trataba de asustarla. Ella volteaba lentamente y con una gran sonrisa en el rostro me decía. "¡Qué gran susto me he llevado, hijito!". Luego, me cargaba y me daba un gran abrazo. Yo la abrazaba el doble de fuerte y con una simple mirada de pollito mojado le decía todo. Ella me agarraba de la mano y me llevaba hacia la cocina para darme un sol para ir a comprarme algún dulce, pero ¡Eso sí! Tendría que comprar un cigarrillo para ella. No me quejaba, pues adoraba los dulces. ¡Cómo extraño el calor de tus abrazos, abuelita!

Solía dormir en una habitación junto a una prima y en la misma cama con mi madre, pues no éramos una familia con muchos lujos. Sin embargo, el cariño que nos teníamos nos hacía millonarios. No tengo tanta memoria de esas épocas, pero hubo una noche que jamás olvidaré. Había caído, cuál costal de arroz en mi cama, después de un día lleno de travesuras. Cuando, de pronto, escucho un pequeño sonido de la habitación de mi abuela. En ese momento, me escabullo de los brazos de mi madre, bajo lentamente de la cama y gateo para no hacer bulla como si fuese algún espía en una misión secreta. Llegue a la habitación de mi segunda madre, trepó a su cama y con un jalón en sus ropas llamo su atención. "¿Qué sucede abuelita?¿Por qué lloras? "-le pregunto- "¿Yo? No, hijito, las mujeres fuertes como yo jamás lloramos. He estado cortando cebollas para hacerte tu comidita. Ahora duérmete.- respondió dulcemente. Yo le creí en mi pura inocencia. La oí llorar sobre dinero, porque no le alcanzaba para pagar la casa. Simplemente quedé callado. Ella me abrazo y un beso en la frente me dio. Luego, entre en un sueño profundo sobre mis travesuras del siguiente día. ¡Cómo extraño tus besos llenos de amor, mamita!

Ella era una mujer fuerte. La más fuerte que he conocido en mi vida. Tuvo una vida difícil después que su esposo muriera y la dejara sola con 4 cachorros que criar, entre ellos mi madre. Sin un solo centavo, los crío a ellos y a mí. Qué mujer tan fuerte fuiste abuelita.

Ahora, en estos momentos, trato de no derramar más lagrimas al tratar de escribir esto con todo el amor que me diste.

Entré al velorio y allí vi el ataúd en donde te encontrabas. No lo podía creer. Tuve miedo, mucho miedo. No sabía hacia a dónde correr o en dónde esconderme.

Me acerqué lentamente hacia el ataúd, te vi allí tan hermosa como siempre y con una tranquilidad en su rostro que me hizo extrañarte aún más. Caí al suelo desmoronado, pues en ese momento fue cuando entendí que jamás podría darte un abrazo de nuevo, jamás podría darte un beso ni tú a mí. Allí fue cuando entendí que ese sería el adiós. Perdóname, por favor, por no irte a visitar tan seguido. Perdóname por no darte el adiós en persona, por no darte un último abrazo ni el último te quiero.

Tranquila, abuelita, no estoy llorando. Es solo que he cortado las cebollas para el almuerzo de mañana. Te amo, te extraño y jamás te olvidaré. No olvidaré tus abrazos, tu sonrisa ni tú voz. Fuiste y siempre serás mi mamá gloria. Adiós.

Te extraño.

Texto agregado el 10-11-2015, y leído por 91 visitantes. (1 voto)


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