viajó hasta las estanterías del tiempo, de ahí tomo los retazos de los días, los hilos que se hilvanaban de momentos, y prosiguió así, armando el tejido en cuyo primer extremo estaba él mismo, tejiendo un trozo indefinible que resumió en memorias que iban tomando color nostalgia; y por aquí o por allá -siempre- se encendía un brillito que desdoblaba la tela, curioso brillito que salía desde adentro de él mismo y en las hebras del amor se expandía por todas partes, naciendo de instantes cualquiera o mejor dicho de cualquiera de los instantes que devenían de a poco en plenitud.

Le asombraba aquel brillito extraño que no paraba de nacer, brillito que solo con el tiempo (ahora en sus manos), supo llamar felicidad.

j. u.