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Inicio / Cuenteros Locales / sespir / La curandera gallega y el señor Puchol

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Sigilosamente, con un respeto casi reverencial, el Muy Honorable señor Puchol, presidente de la República de Mirabilia, se aproximó a la mesa donde Adelaida Carballiño, su consejera espiritual, se disponía a cascar un humilde huevo de gallina. El resultado no pudo ser más decepcionante: la yema del huevo distaba de ser amarilla. No era negra, desde luego, pero amarilla tampoco. Más bien marroncilla. Su espíritu no estaba todavía limpio y tenía que continuar el proceso curativo.

Cuando la siguiente semana el señor Puchol acudió a la consulta, Adelaida Carballiño ya había finalizado su trabajo preparatorio: había cogido una aguja esterilizada, había sacado de la nevera el huevo que peor pinta tenía (los otros los reservaría para sus famosas tortillas gallegas, que tanto éxito tenían entre sus amigas) y le había inyectado unos miligramos cúbicos de su mágica solución de tinta de chipirón. La dosis inyectada era cada vez un poco menor, de forma que el señor Puchol extraía siempre las mismas conclusiones: que el tratamiento que seguía era el correcto, que, poco a poco, se iban viendo los resultados, y que no tardaría en llegar el día en que se vería libre del mal de mal de ojo que algún envidioso, sin duda, le había echado.

Nuevamente, Adelaida Carballiño repitió la liturgia: deslizó el huevo muy lentamente por la espalda del muy honorable señor, intentando extraer todas las energías negativas, y vertió la clara y la yema con sumo cuidado en un plato reservado al efecto, decorado con extraños motivos esotéricos.

- Bueno, señor Puchol, esto va viento en popa. Cualquier día estará usted completamente curado.

- Sí, sí, ya lo veo. La verdad es que estoy muy contento. No sólo me quitó el primer día que vine, de forma casi milagrosa, el maldito tic de los ojos, sino que, cada vez que vuelvo, noto que esto mejora a toda velocidad. Unas pocas sesiones más y el mal de ojo será historia.

- Me alegro. Ya sabe que aplico toda mi ciencia en su curación.

- ¿Qué le iba a decir? Allí en Barcelona, tengo un montón de amigos que también tienen problemas. Seguro que agradecerían que usted les ayudase.

No tardaron en llegar a un acuerdo y Adelaida Carballiño empezó a ir un par de días a la semana a Barcelona para atender al señor Puchol y a sus amigos. Al principio, estos no eran muchos, pero en seguida fueron creciendo a un ritmo muy elevado, al mismo ritmo que aumentó su fama como sanadora de todo tipo de males. Finalmente decidió mudarse a un lujoso piso en el barrio barcelonés de Pedralbes, cuyo alquiler pagaba con los importantes ingresos que obtenía de su numerosa y adinerada clientela.

Pero como la envidia no sólo es muy mala sino que también está muy extendida, a los pocos meses una antigua compañera de augurios y hechicerías, no pudiendo soportar por más tiempo la situación de bonanza económica a la que había accedido Adelaida Calballiño, no dudó en llamar al señor Puchol y contarle cuál era el truco del que la supuesta sanadora se valía para mantenerle engañado.

Al día siguiente, el muy honorable señor Puchol llamó a Adelaida Carballiño a su despacho.

- Ya me he enterado de qué tipo de persona eres.

- No entiendo de qué me está hablando.

- Lo sabes perfectamente.

- Disculpe, pero no tengo ni idea de a qué se refiere, señor presidente.

- Si le digo a usted la palabra “chipirón”, ¿qué se le viene a la cabeza?

- Bueno, me encantan los chipirones…

- No me trate como a un tonto. Ya le he dicho que lo sé todo.

- Está bien, me ha pillado. Supongo que tarde o temprano esto tenía que pasar.

- La pienso denunciar.

- Creo que ahora es usted el que me trata a mí como a un niño.

- ¿Y eso? ¿Qué piensa hacer para evitarlo?

- ¿Qué cree? ¿Qué no sé que usted se lleva una comisión del cien por cien de mis trabajos con sus amigos empresarios?

- Sí, ya sé qué tipos de trabajos realiza usted.

- Bueno. Usted verá. Tiene dos opciones: o me denuncia y dejamos de beneficiarnos los dos de este negocio, o deja que sigan las cosas como están, que tampoco están tan mal.

- Es usted una sinvergüenza.

- No se altere señor presidente. Y como dice el proverbio, no sé si árabe o chino o de dónde: “no es buena idea empezar una batalla de piedras si el tejado de tu casa es de cristal”.

- ¿Qué puñetas dice usted?

- ¿Qué puñetas digo? Pues digo estas puñetas: que usted, sus hijos y sus amigos del partido llevan años saqueando este país. Así, que no me hable de sinvergonzonerías.

- Creía que no era vidente…

- De vidente tengo lo justo, pero tengo ojos en la cara. Todo el mundo sabe lo de sus comisiones y sus negocios sucios.

- Ya, pero no es lo mismo. Usted es supuestamente una profesional, y yo al fin y al cabo me dedico a la política y en la política pues ya se sabe…

- Buenas tardes señor Puchol. Le dejo que tengo consulta dentro de una hora con uno de sus amigos.

- Buenas tardes, Adelaida.

Texto agregado el 29-05-2015, y leído por 178 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-05-2015 Buena forma de salir de un desliz. Dos falacias entrecruzadas. Delirium
29-05-2015 Corrijo:Entretenido. gafer
29-05-2015 Entre pillos se entienden.Muy enttetenido tu relato.Un Abrazo. gafer
29-05-2015 Seguro que no está basado en hechos ni personas reales :) . autumn_cedar
29-05-2015 ja ja ja jaajaja como me suena este cuento al leerlo escuchaba una sardana de fondo. ***** elisatab
 
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