El vínculo

Cuánto envidiaba a José. Y a Emilio. Ellos ya tenían trabajo, suegra, descendientes, un plan de pensiones y otro de jubilación.
Él calzaba zapatos del 30 y apenas media un metro veinte. No sabía de chicas, de aventuras ni de sueños. El tiempo había pasado, pero su cuerpo era el mismo de siempre. No así sus pensamientos, que apuntaban alto, como correspondía a un hombre de su edad.
A esas alturas, incluso tendría algún que otro hijo, un coche, una casa, cicatrices y lumbago.
Cuarenta años hubiesen dado para mucho, de no ser porque tras cumplír los ocho, su madre le ató la infancia a la pata de la cama con el cordón umbilical.