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I
La bella mujer vestida de negro entró al Saloon. Una colt pendía de su cinturón de piel de cuyo.

El ruido de sus pasos provocó el silencio entre los vaqueros que bebían como salvajes. Se trataba de Balaboluda, la extraña pistolera de quien se decía que el hambre sufrida desde pequeña la había vuelto el más veloz azote de los maleantes, especialmente de los gordos.

La muchacha llegó a la barra y pidió un licuado de guanábana. Cuando se lo sirvieron, sus carnosos labios profirieron un “gracias“ ronco.

Todos volvieron a lo que hacían. Sin embargo, una cierta pesadez gravitaba en el ambiente. Todos sabían que nunca faltaban bravucones que quisieran medirse con la celebridad.

La joven miraba a la gente por el espejo de la contrabarra mientras bebía. Sus ojos alertas se movían de un lado a otro.

Un hombre enorme, avatar de algún oso, no le quitaba la vista de encima. Le dio un trago a su cerveza y apretó las mandíbulas. Un brillo asesino descendió a sus ojos saltones. Se incorporó. Sus pies enfundados en gruesas botas avanzaron hacia Balaboluda. Todos callaron, sorprendidos.

La pistolera eructaba sin percatarse del ropero tras ella, el cual dejó oír su voz meliflua. “Te he buscado por mucho tiempo. Este es el momento de saldar una deuda. Balaboluda, tú robaste mis güilos.”

La rubia giró su displicente mirada al retador. Habló serena. “Tus guajolotes andaban sueltos, además yo tenía hambre.” Los finos rasgos de la mujer se endurecieron. Sus ojos no descuidaban ningún movimiento del tonel ante ella.

El barbón hizo una mueca, contuvo un impulso por desenfundar y la retó: “Te espero afuera a las 5:26.” Un murmullo general acompañó su salida.

La mujer acabó de beber parsimoniosamente, se puso de pie y alcanzó la puerta del local con paso lerdo.

Afuera la gente corría a esconderse. El gordo tomó distancia y se detuvo. Giró lentamente. Un vientecillo caliente y seco desplegaba nubes de polvo.

La mujer se dirigió al centro de la calle. Su contrincante preparaba las manos aspeando los dedos; de súbito extrajo su arma, sólo para sentir cómo volaba merced a una bala boluda de Balaboluda. Cayó de rodillas, incrédulo.

El humo de la colt de la mujer no se disipaba aún, cuando fue guardada. La pistolera vio de soslayo a los curiosos y se enfiló rumbo a su yegua, sobre la que montó de un salto. Giró hacia el gordo y murmuró despectiva: “Güilos…” Clavó las espuelas en su animal, que bufó y salió galopando.

II
El muchacho de negro entró al Saloon. Dos inmensas pistolas pendían de sus fundas bajo la chamarra atestada de colgajos.

El ruido de sus pasos provocó el silencio entre los vaqueros que vaciaban botellas con denuedo. Se trataba de Balaboluda, el pistolero de quien se rumoraba que había visto robar a sus chivos años atrás y que desde entonces tal recuerdo lo había acompañado, convirtiéndolo en el terror de los maleantes, a los que después de vencer siempre abofeteaba.

El hombre llegó a la barra y pidió una torta de huevo con frijoles bayos. La asombrada cantinera obedeció. No dio las gracias cuando le sirvieron su orden. Sus manos callosas se dirigieron al mazacote medio quemado y aquilataron su peso sin emoción alguna.

Todos retornaron a lo que hacían. Sin embargo, una cierta inquietud había germinado: seguramente no faltaría algún sediento de gloria que desafiara al recién llegado, que comía con la espalda pegada a la barra.

Un viejo raquítico no le quitaba los ojos de encima. Acabó de beber un curado de guayaba y se paró. Hizo a un lado las sillas teatralmente, llamando la atención general. Balaboluda fijó la vista en él, frunció el cejo y siguió masticando.

El bravucón llegó hasta el muchacho. Su boca desdentada liberó a su vocecilla inane. “Te he buscado durante años. Una bala boluda tuya dejó manco a uno de mis conejos.”

El muchacho acabó de comer, girando los ojos en sus órbitas como si hiciera memoria. “¿Conejos? ¿Cuáles conejos, abuelo?”

El otro se encolerizó. “¡Te espero afuera, antes del crepúsculo!”

El joven masculló una imprecación que callo por pudor. Se limpió la boca con el dorso de la mano, revisó sus armas y salió del local.

Afuera la gente corría para todos lados. Los contendientes tomaron posiciones. Una parvada de cuervos se detuvo en los tejados aleteando con desparpajo.

Inalterable, Balaboluda dedujo que antes del crepúsculo era cualquier hora, por lo que desenfundó sin esperar más y soltó dos balas boludas contra el revólver aún guardado del viejo, quien apenas se desentumía los dedos.

Al sentir cómo su pistola caía deshecha al suelo, el viejo alzó la mirada indignada hacia Balaboluda, quien se le aproximó y le soltó una bofetada, para luego dirigirse a su caballo famélico.

Antes de montar, giró como relámpago y soltó cinco o seis tiros, imposible saberlo. Otros tantos pajarracos dieron con todo y plumas coruquientas sobre el suelo árido mientras varias señoras corrían tras ellos para hacerlos en caldo.

Balaboluda sonrió satisfecho, para después montar y perderse en la distancia.

III
Una mujer gorda y negra, de gesto amargo, llegó al Saloon. Los vaqueros quedaron quietos al percatarse de su presencia. Se trataba de Balaboluda, la salvaje mulata pistolera de la cual se decía que había perdido su cosecha de jitomates a manos de unos bribones, y que tal trauma la había acompañado siempre, convirtiéndola en la némesis de todo tipo de roba-legumbres.

La morena se paró en la barra y pidió un jugo de betabel, que ingirió de un trago.

Todos volvieron a lo suyo. No obstante, una cierta tensión enrarecía el ambiente. Muchos intuían que no faltaría alguien con ganas de desacreditar la invulnerabilidad de la mujer.

Un sujeto de cabello astroso y rostro atestado de pecas se plantó frente a la pistolera abstraída en sus recuerdos. Soltó a bocajarro:

“Te he estado buscando, gorda. Tú acabaste con el honor de mi abuelo Tomasito.”

La mujer fue arrancada de su ensoñación. Vio de soslayo al chaparrito junto a ella y esbozó un mohín despectivo: “¿De qué hablas, muñeco?”

Varios rieron. Al quedar en ridículo, el otro se vio obligado a retar a la dama: “Te espero afuera antes del canto de los pitacoches.”

La negra escupió con desprecio en tanto el otro le daba la espalda. Se acomodó el revólver y fue tras él.

Afuera la gente corría a ocultarse. El pecoso se tronaba los dedos en el centro de la calle. Suspendió su labor al sentir húmedas sus chaparreras. Sus ojos minúsculos se toparon con un perro esquelético que erizó los pelos del lomo al ser descubierto. Sin pensarlo nada, el vaquero asestó una soberbia patada en las costillas del animal, que se alejó aullando.

La mulata tomó posición. Su rival se olvidó del perro y le hizo frente. En un momento determinado, ambos desenfundaron, sólo que la bala boluda de Balaboluda fue la que llegó primero, dando sobre la punta de la bala contraria en vuelo, tal era su puntería. La pistolera se aproximó al estupefacto retador, lo miró con desdén y escupió a sus pies. El perro retornó para cobrar venganza. Brincó y mordió con furia una nalga del pecoso, que se revolvió con desesperación.

La negra fue hasta su montura y silbó a su perro, el cual se zafó del hombre y se acercó moviendo el rabo hacia su dueña.

La mujer se difuminó en la distancia como si de un fantasma obeso se tratara.

IV
Un anciano de negro llegó al Saloon. De su costado colgaba una Winchester plateada. Todos guardaron silencio al oírlo entrar. Se trataba de Balaboluda, el legendario pistolero dueño de una rapidez inverosímil que se había acrecentado con la edad. De él se decía que antes tenía una huerta de tejocotes saqueada por unos granujas, motivo por el cual se dedicó a luchar por la justicia, las viudas, los desprotegidos, los parapléjicos y los calvos.

El viejo llegó hasta la barra y pidió unos zapotes hervidos. Un escuálido cantinero lo atendió con premura. Ya con las frutas, el viejo se dispuso a llenar la panza.

Todos retornaron a lo que hacían, excepto otro anciano, quien se acomodó la dentadura y se enfiló hacia el recién llegado, el cual ahora se entretenía con unos naipes grasientos.

El retador se plantó ante Balaboluda y exclamó inflando el pecho: “Tú eres Ruperto Armenta. Tú me despojaste de unos jacales pa’ criar jicotillos.”

El de las barajas se quedó quieto. Alzó la vista intentando recordar y expelió su voz aguardentosa: “No”. El otro se encolerizó y lanzó una balandronada: “Te espero en la vereda de San Dominguito antes del ocaso.” Dio la espalda y se alejó con paso tortuoso.

Intrigado, Balaboluda preguntó al cantinero dónde quedaba ese lugar. “A media hora de camino”, fue la respuesta.

Afuera varios se aprestaban a iniciar la travesía hasta el campo oficial de duelos, encabezados por el retador.

Balaboluda pidió la cuenta y pagó el alquiler de una habitación sin prisa alguna. Luego de bañarse, retozó con una de las coristas y durmió la siesta.

Y entonces soñó con campos de flores de calabaza atiborrados de jicotillos gordos; con libélulas y luciérnagas despatarradas; con escarabajos y pinacates prietos. Y soñó que soñaba con una bella mujer vestida de negro entrando al Saloon…

Texto agregado el 28-03-2015, y leído por 202 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
30-03-2015 Me recordaste una pelicula del oeste donde aparecen Gene Hackman, Rusell Crowe y una chica rubia... se apellida Stone. Ella cobra debida venganza del villano, mediante un duelo. yar
30-03-2015 Me encanto Gustavo, estos textos con estilo del "viejo oeste" tienen un tufo muy especial. La manera en que entrelazas las historias es... extraña, el que al final uno sueñe con el otro también. Cinco aullidos pistoleros yar
30-03-2015 No soy amigo de elogios próvidos que abaratan los comentarios. Tampoco me mueve el interés por la retribución lectora. Pero es que hay ocasiones en que la personalidad se encoge, la mirada se torna humilde y el orgullo se hipoteca ante semejante desplante de talento ajeno. Sos una bestia, un híbrido de arcángel y morocha, un insulto a nuestra irrisoria competencia. Sos un Gato borracho de cocteles, un paria a quien los dioses corrieron por envidia. Sos… sos… Gatocteles. ZEPOL
29-03-2015 Una deliciosa parodia (si lo es) de los libritos de Stefania. Me parece atinado, por superfluo, los motivos que convirtieron a los personajes en pistoleros y a los "buscabullas" en retadores. Las descripciones son estupendas. Un abrazo. umbrio
28-03-2015 Leí las historias y al comienzo no entendía el porqué de las mismas, o casi las mismas situaciones con diferentes personajes. No obstante, el alto grado de humanismo y de romanticismo que guarda el final, lo explica todo. El personaje soñado, de novela. Me fascinó. Full abrazo, Gato querido. SOFIAMA
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