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Hacía ya mucho tiempo (demasiado) que se sentía superado. No superado por la vida ni por problemas, sino que su actitud era la de un tipo superado. Sentía que ya lo había vivido todo. Todo lo importante. Todo lo que a él le importaba o le había importado. Y que ya nada más podría llegar a importarle. Sentía que seguir viviendo ya no le aportaría nada, y como para él vivir significaba sorprenderse (y sorprender), llegó a la inevitable conclusión de que ya no estaba viviendo: apenas sobrevivía. Sin esperar nada más de la vida. Sólo la muerte, el fin, la paz, el descanso. Y no lo pensaba con tristeza ni resignación: era simplemente una conclusión. Una lógica, irrefutable, racional, coherente y evidente conclusión.
Al mismo tiempo pensaba que su apatía no era motivo suficiente para tomar acciones drásticas... por lo menos no lo sería para la mayoría de la gente, que asocia los cambios radicales con hechos trágicos e irremediables.
Socialmente no tenía una justificación para tomar medidas.
Pero esa sucesión de días, meses, años, sin nada que lo moviera había plantado ya en él un pequeño gusanillo de duda.
¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Recordar? ¿Aun sabiendo que nada nuevo va a surgir, que nada va a superar lo ya vivido?
Sin dar demasiados datos, para no preocupar a nadie, fue averiguando la opinión de las pocas personas a las que valoraba y respetaba. Y todas decían lo mismo: la vida es sagrada, hay que respetarla, buscar motivaciones y no rendirse jamás.
Evidentemente no lo entendían. No era rendirse. Era simplemente dejar de hacer algo que ya no le interesaba: vivir. Él jamás vio la vida como algo sacrosanto ni digno de respetar. Era tan sólo un accidente, una de casi infinitas posibilidades, que contra toda probabilidad llegó a suceder. Y que algo muy improbable suceda no lo convierte en algo sagrado ni respetable. Ni siquiera en algo con sentido. Y menos aun en algo con un fin.
La vida era tan sólo una casualidad... nada rimbombante, nada más importante que la "no vida".
Y si algo podía validar la existencia de la vida, era su némesis, la muerte.
La muerte no era el villano: era la explicación, la justificación, el sentido real de la vida.
En un fugaz momento de lucidez vio todo muy claro: era indigno sobrevivir cuando la muerte le brindaba la única opción digna.
Tomada la decisión, sólo quedaba llevarla a cabo. Nada del otro mundo, nada trágico, nada memorable. Simplemente dejar todo en orden, elegir el momento y hacerlo.
Resultó ser que dejar todo en orden no fue algo exactamente rápido...
Los días pasaban y siempre surgía algún detalle que debía corregir, solucionar o arreglar.
En cierto momento, frente al espejo, notó en su cara una sonrisa, pues pensó que todos esos aprontes estaban resultando ser su motivo para vivir.
Y la sonrisa dejó paso a una resonante carcajada. Lo irónico de la situación lo merecía, sin dudas.
Y lejos de hacerlo dudar, en ese momento confirmó estar en el camino correcto.
Al final de cuentas, ya llevaba meses preparándose y no iba a caer en la trampa: no había dejado de sobrevivir, su vida seguía sin tener sentido y sus conclusiones eran más validas que nunca.
Es más: decidió fijar la fecha.
Miró el calendario (era 20 de marzo) y pensó en alguna fecha significativa en el próximo mes.
No encontró ninguna. Abril parecía ser un mes demasiado aburrido, sin ningun día notable ni digno de ser conmemorado... Optó entonces por el primero de mayo. Esa sería su última broma. Si algo despreciaba era el trabajo. Odiaba escuchar a tanta gente repetir como zombis que el trabajo es salud, que te hace buena persona y que te motiva a vivir.
¡Mentira! Consuelo de los que no tenían más remedio que trabajar y para no sentirse tan tontos elevaban el significado de trabajar a algo casi místico, necesario y dignificante.
Razón de más para elegir ese día: era perfecto.
Abstraído en sus pensamientos, ni siquiera notó que su celular vibraba.
Recién luego de su frugal cena (no había cambiado para nada sus hábitos, sus gustos, sus rutinas, pues estaba orgulloso de haber hecho siempre lo que quiso hacer sin pensar en el mañana), observó que tenía un mensaje.
Le sorprendió un poco ver que era de una de sus hijas, ya que no se comunicaban desde hacía mucho tiempo, y sorprendido lo leyó.

"Hola, quería comentarte que vas a ser abuelo. Sólo necesitaba que lo supieras."

Si bien no comprendió muy bien el significado de "necesitaba que lo supieras", tampoco quiso obsesionarse con algo tan puntual y optó por dejar fluir sus sentimientos. Lo que para cualquier ser humano podría haber sido una gran sorpresa, para él no lo fue. La noticia en sí era algo que él había esperado desde hace mucho tiempo. Era algo casi lógico.
Entonces contestó. Casi automáticamente. Contento por ella, sin dudas, pero sin que lo afectara a él directamente.

"Me alegro muchísimo y acepto el lugar que quieras darme. Yo sé bien qué lugar tenés vos y tu hijo en mi corazón. Estoy a las órdenes, muchas felicidades."

Hoy me llamó.
Quiere que nos juntemos para charlar.
Cosa extraña en él.
Pero le dije que sí, que por supuesto, que para eso están los amigos.
No sé que querrá decirme.
Y menos aun teniendo en cuenta que mañana, día mundial de los trabajadores, es feriado...

Texto agregado el 20-03-2015, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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