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Al final, todo terminará dando un poco lo mismo.
No importa cuánto uno se esfuerce
Todo va a terminar hecho cenizas
Y si hay que partir, yo elijo comenzar esta historia por delante.
Hoy nadie tiene un solo recuerdo vivo porque todos se encargaron de matarlos con sus disfemismos. Pero claro, siempre hay uno —o más de uno— que termina encontrando los restos después del final.
Comencé ese día por encontrarme con ellos. Era entonces un día fatídico y tuve la suerte de encontrarme con el Ernesto. El Ernesto me puso al tanto de qué había pasado y yo, como ya lo había visto venir, me reí.
Le dije al Claudio cómo había pasado todo con lujo de detalle. No recuerdo bien todo, pero aun así puedo relatar que Laura estaba tirada en el suelo y tiritando cuando la fui a ver. La alcancé a llevar al hospital apenas la vi tirada en su comedor a través de la ventana. Abrí con el carnet y luego me encontré con Laura en un estado horrible.
Había estado soñando cosas horribles antes de la sobredosis y, para remate, el Ernesto termina conmigo. Estaba deprimida y, en un acto de desesperación vi el frasco de píldoras de no-sé-qué compuesto raro. No era clorfenamina ni paracetamol, eso es todo lo que sé. El Claudio me había dicho que podría pasar algo así ahora que lo analizo con calma, pero en ese entonces no estaba pensando mucho que digamos. Es cuestión de decir: ‹‹¿Cuánto más o menos está pensando una persona que a la primera oportunidad de estar sola se traga una cantidad tan grande de pastillas?›› Ninguna persona que esté en sus cabales haría eso… O al menos eso creo yo. Aun así, las pesadillas de Laura no me sorprendían mucho. Yo sabía tan bien esto como Ernesto y yo creo que él debió haberlo simplemente ignorado a la nefasta hora en que se le ocurrió la brillante idea de terminar su relación. Pero estoy seguro de que algo le metieron en la cabeza. Claudio es muy bueno en eso. Lo sé por experiencia propia. Claudio en realidad podría haberlo causado pero el verdadero gatillo acá fue Ernesto, yo lo sé. Soy poderoso, pero él lo es más y me ha demostrado hasta dónde llegaba su poderío, a su vez haciéndome invisible.
La cosa es que estaba pésimo y la última pesadilla fue el remate. Fue raro porque estaba en una sala y tenía un cuchillo en la mano. De repente entraba el Ernesto y yo, empoderada total, le mandé una puñalada. Cayó y del lugar de la puñalada —el estómago, si mal no recuerdo— comenzó a salir humo negro. Y toda la sala se envolvió en ese humo. Fue terrible sentirme ahogada. Lo peor del caso es que olía a su aliento normal y, de repente, me tocaba el hombro y me decía una frase. Ya no la recuerdo, pero en su momento hizo que todo encajara. La cosa es que yo volvía y volvía a apuñalarlo. Pero él no moría. Al levantarme, Comencé a llorar por la depresión. Mirándome al espejo tomé las píldoras y me las tragué. Sabían horrible. No sé cómo ni en qué momento, pero llegué a la puerta de la calle, cerca de la ventana y me fui a negro. Cuando entré vi que estaba tirada, susurrando, vomitando y llorando. Por unos centímetros fue que no le pegué con la puerta.
La auxilié y llamé a la ambulancia. De allí venía cuando me encontré en el camino con el Claudio. Le conté y se rio. Me golpeó y comprendí muy bien el por qué del acto. Sentí ganas de hacerlo. Lo único que quería era acabar con él. ¿Qué clase de desalmado se ríe cuando hay alguien que acababa de atentar contra su propia vida? Me reí porque lo vi venir y se lo había dicho hacía tiempo antes, pero no lo tomó en cuenta. En ese momento me miró y, entonces, vino la frase:
“Parece que al final nuestra amistad se hizo cenizas”

Texto agregado el 15-03-2015, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


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