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La muchacha de oscuro cabello corría por la carretera con una sonrisa en el rostro. Sus negros y ajustados ropajes hacían juego con el oscuro maquillaje que llevaba puesto; asimismo, constataban de notable manera con la palidez mortecina de su blanca piel, y con el sol inclemente del verano limeño. Los pasajeros de la atestada combi que se dirigía a las playas del sur, todos ellos ataviados en sendas ropas de baño, la miraban, algunos extrañados, otros con curiosidad y otros tantos con disgusto. En la mente de ninguno de ellos se podía formar la idea de una bella, joven y delgada mujer, de poco mas de metro y medio de estatura, bajara en aquel puente desolado, agredido constantemente por el ardiente sol estival.
La alegre muchacha, ajena a todo lo que le rodeaba, desapareció detrás del puente, con dirección al amplio terreno que yacía como un monumento a la inmortalidad a la vera de la concurrida carretera. Con paso decidido, compro un ramo de rosas rojas como la sangre arterial a una horrenda florista india que trataba de paliar los rigores del estío con un periódico viejo, que hacia las veces de un abanico. La muchacha recibió el vuelto y se volvió, con un grácil movimiento; en ese momento, las alhajas de hierro brillante con motivos egipcios y vampíricos (que, hoy en día, son casi sinónimos), tintinearon cual las campanillas del gato ocioso que dejó que un ratón valiente se acercara a él en la hora de la siesta.
La frágil muchacha cruzó, después de dirigirle una sonrisa, entre angelical y demoníaca, al inusualmente guapo "guachiman" que custodiaba, cual celoso caballero, la entrada al exuberante terreno plagado de verde pasto y bien cuidadas flores. Con una mirada lujuriosa, el joven lleno de lascivia vio alejarse grácilmente a la muchacha, que caminaba a paso ligero, haciendo ondear su largo cabello negro y lacio en los avatares del viento húmedo y salino.
La muchacha se detuvo ante su amado, y, después de entregarle con una sonrisa el ramo de flores, empezó a hablar; de su boca, con una suave y armoniosa voz, manaba cual agua de un puro manantial un simple relato cotidiano. El profesor de dibujo humano tenia la cabeza pelada, el bodeguero de la esquina ya no quería fiarle mas a su madre, el pasaje del servicio publico de transporte había aumentado en veinte céntimos, etc. Durante horas, su perorata continuó, sin interrupción, mientras el silente amante la escuchaba, sin proferir la más mínima exclamación.
Las horas transcurrían, y el sol se hundía en la línea del horizonte. La muchacha había cambiado el tema, transmitiendo pobremente en palabras todos sus sentimientos a aquel hombre que la escuchaba, silente y tranquilo. Amor, fidelidad, esperanza, y otros sentimientos puros se mezclaban indefiniblemente con la pasión, la lujuria pura y la lascivia de su declaración. El hombre, como antes, no decía nada.
La gente a su alrededor empezó a desaparecer. La muchacha contempló los últimos rayos de sol, y decidió que era hora de marcharse. La despedida fue breve. Un simple "adiós" y un "te amo", con una sonrisa, bastó. Con la misma gracia, la muchacha abandonó el cementerio, mientras el guardián, en la puerta, pensaba para sí: "pobre loca".

Texto agregado el 03-09-2004, y leído por 225 visitantes. (1 voto)


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