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Si mi padre me pudiera ver, insistiría en que debo recluirme en un convento para "aclarar mis ideas". Es obvio que considera que soy un loco. En circunstancias normales, mi absoluta obediencia a mi padre y señor me harían seguir, sin titubear, sus ordenes; pero estas no son circunstancias normales. La perspectiva de pasar el resto de mi vida rodeado de bonzos que salmondean las Sutra del señor Amida no me es placentera, y menos aun sabiendo que "eso" sigue ahí afuera, con vida... si es que se le puede llamar vida a la repugnante fuerza que lo anima.
Mi nombre es Shimazu Satoshi, miembro del honorable clan Shimazu, e hijo de Shimazu Yoshihiro, Daimyo de Satsuma. Mi padre, desde pequeño, me trato como un ser inexistente. Al ser el último de sus hijos, no tenía derecho ni al feudo ni a comandar los ejércitos. Era libre de, dentro de los parámetros del Bushido, seguir mi vida placidamente.
Encamine mi vida por el Camino de la Espada, llegando a los 17 años a ser considerado como el mejor guerrero de toda la provincia. Mis hermanos comenzaron, entonces, a tenerme un mayor aprecio, al igual que mi padre, que veía en mi ahora al héroe militar que se perfilaba en el futuro.
Nuestra provincia, Satsuma se encuentra al sur de Kyushuu, la isla más bella del Imperio del Yamato. Mi padre, capaz guerrero, conquisto hace poco las fértiles tierras del sur, denominadas ahora "Okinawa". Ahí, los pobladores tienen ritos extraños, y es donde comienza mi aventura.
Poco a poco, mi continuo entrenamiento dio frutos. Después de mucho insistir, padre me dejó prestar servicio en la guardia ciudadana del poblado de Arakawa, una pequeña y hermosa aldea de pescadores. Hombres honrados y trabajadores, los pobladores pronto se ganaron mi respeto y cariño. No tengo reparos en afirmar que los consideraba, y considero, mis iguales. Estas palabras son extrañas proviniendo de un miembro de la Buke, sin embargo, yo soy extraño. No hay miedo, y puedo afirmar que considero a todos los hombres, desde el Tenno hasta él más horrendo Eta como un hermano, al mismo nivel que yo. El habitual temor que esta declaración podría acarrear ha desaparecido. La muerte, para mí, seria hoy un alivio, aunque la incertidumbre (si, hoy hay incertidumbre) de saber si "eso" puede seguirme incluso en una próxima vida hace inútil la honorable vía del Sepukku.
En la aldea, pude demostrarme a mí mismo que mi entrenamiento no había sido en vano. Al mando de un pequeño contingente de hombres, resolvía siempre, de la manera más justa, todos los hechos negativos que se pueden presentar en una tranquila aldea de pescadores. A diferencia de mis congéneres, yo no solía ejecutar a nadie. Si bien una vez cercene la cabeza de un asesino de niñas con mi propia Katana, esta no fue desenvainada muchas veces. La gente del pueblo me amaba, y yo vivía tranquilo. Era todo lo que podía desear.
El horror comenzó una noche de invierno, en la cual hasta el mar parecía silente. La pesca no había sido abundante en las ultimas semanas, y los pescadores cambiaron su habitualmente sereno rostro por una mascara huraña. Los niños enflaquecían, y algunos ancianos murieron de inanición. Las mujeres hacían lo mejor que podían con el poco arroz que lograban conseguir.
Como siempre, esa noche deambulaba por la costa; el mar me parecía una enorme y oscura mancha de sangre. La luna, inusualmente roja, arrojaba poca luz, y las estrellas parecía haberse extinguido. Mis pasos en la arena dejaban efímeras huellas, borradas luego por el mar. Sumido en mis meditaciones, no tuve conciencia de acercarme, cada vez mas, a las rocas que marcaban el fin de la bahía.
Y entonces lo escuche. Como el retumbar de mil tambores vivos, un rítmico sonido llegó a mis oídos. Me acerque, con la mano en la Saya, al lugar del cual provenía tan horrísono sonido. Poco a poco, un cántico en una lengua extraña llegó a mis oídos. Eran voces humanas, pero el lenguaje, de seguro mal pronunciado, no había sido hecho para las lenguas de los hombres. Sonidos más cercanos a los gruñidos de un ignoto ser inundaban mi mente, mientras mi paso se hacia cada vez más vacilante. Al final logre avistar el origen del sonido. Los hombres de la aldea, aquellos que de día yo llamaba amigos, danzaban frenéticamente alrededor de un altar de piedra negra, entonando ese cantar de demonios.
Mi atención se desvió rapidamente hacia el altar. Encima de este, yacía el cuerpo horrendamente mutilado de una joven doncella. Al reconocerla, casi no pude ahogar un grito de horror. Era Shinobu, la bella hija del jefe del pueblo. Mi horror fue mayor al reconocer a su padre entre los danzantes. Mi honor me impelía a detener esa terrible ceremonia, pero mi sentido común imperó. A pesar de mis habilidades, ese centenar de hombres podrían despedazarme en cuestión de segundos. Decidí volver sobre mis pasos y despertar a mis hombres.
Y entonces lo vi. Lo vi, aunque nunca debí verlo. De las salvajes olas, emergió un... No puede ser llamado ser. El verbo admitiría la posibilidad de su existencia, y aun hoy en día me niego a cometer tal sacrilegio en contra de los Kami. La criatura era blanca. Su piel, si es que puede ser llamada piel esa masa borboteante de fluidos insanos, era totalmente blanca, y parecía estar en ebullición. Sus características compartían una similitud con las de una rana, un pez y un hombre, una fusión no santa del cuerpo de estos seres. Sin dudarlo, se abalanzó sobre el cuerpo mutilado de Shinobu, engulléndolo, mientras los aldeanos, en un infeliz éxtasis, entonaban torpemente la siguiente frase, que quedo grabada en mi alma hasta el día de hoy: "funngurui muguruwunafuu kuzuuruhuu riiie haanaaguru futaguun".
De mi boca escapo un ahogado grito de terror. Los aldeanos voltearon al instante, y decenas de miradas se clavaron, como frías agujas, en mi cuerpo. La bestia imposible también volteó, y se dirigió a enorme velocidad hacia mí. Mas por instinto que por razón, desenvaine mi Katana y espere mi fin; la bestia se lanzo, y yo descargue un potente golpe contra su innatural cuerpo. Un torrente de inmundicia salpicó mis ropas, y un poco de este inmundo liquido mancho mi brazo izquierdo. Pero lo peor fue cuando voltee a mirar el cuerpo de la criatura. Esta, al igual que el líquido que había salido de la herida, ya no estaba.
Eche a correr como un loco, sin detenerme toda la noche. Seguí corriendo por días, sin comida ni agua. Finalmente llegue a otra aldea, en donde me embarque con regreso a Satsuma. Al llegar, sin pedir permiso a mi padre, me dirigí a Okinawa, donde, después de negociar rapidamente, me uní ocultamente a la tripulación de un navío mercante holandés.
Escribo esto desde el barco. Hemos pasado ya el Cabo de Hornos, y nos dirigimos a Ámsterdam. Ahí espero encontrar una respuesta que logre calmar el horror que vuelve a mi cada noche. A veces creo haberlo soñado todo, pero me basta con mirar la horrenda quemadura de mi brazo, que no sana, para darme cuenta que todo lo vivido no fue, ni será, una horrible pesadilla.


Vocabulario

Bonzo: Monje budista.
Amida: Buda.
Daimyo: Señor Feudal.
Yamato: Antiguo nombre del Japón.
Buke: Casta guerrera.
Tenno: Emperador del Japón.
Eta: Casta de parias.
Sepukku: Suicidio ritual, mal llamado "Harakiri".
Katana: Espada Samurai.
Saya: Funda de Katana.
Kami: Dios, dioses.

Texto agregado el 03-09-2004, y leído por 408 visitantes. (1 voto)


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